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El ducado de Franco lo hereda la Bordiú
«Me toca a mí, que soy la mayor de los siete hermanos», así me lo dijo y comunicó ella durante el masivo funeral por su madre
«Me toca a mí, que soy la mayor de los siete hermanos», así me lo dijo y comunicó ella durante el masivo funeral por su madre.
Carmen Martínez-Bordiú me lo dejó bien claro durante el masivo funeral por su madre. Se despedían de una época. Sonó a último capítulo de una serie histórica. Daría para un gran culebrón, tipo la renacida «Dinastía», que supera a la de hace veinte años. ¿Que pasará con el ducado de Franco que estos días ha sido encendida polémica en las tertulias del corazón y también políticas sobre a cuál de los hijos corresponde heredarlo? Discutieron que si Francis Franco tiene mas derechos.
«Una presunción disparatada. Me toca a mí que soy la mayor de los siete», así me lo dijo y comunicó. Nada de pleitos familiares, rencillas o discusiones acerca de lo que desde 2006 las mujeres fueron equiparadas a los varones en el orden de sucesión de estas dignidades. Son seis meses de papeleo, la Grandeza de España se hace desear. ¿Y el marquesado de Villaverde, título de 1670, que tu padre reclamó en 1970 al casarse con la hija del Caudillo, tu señora madre? «Es para mi hermano», aseguró negando cualquier riña dinástica.
Todos esperaban, o acaso temían, que acudiese al réquiem con su nueva pareja neozelandesa. Estaban expectantes, pero llegó, ennegrecida pero con guantes blancos, acompañada de su hija Cynthia Rossi, treintañera y 1,75 de joven belleza. Consciente de su responsabilidad y palpando el morbo existente ante la quintaesenciada iglesia de «los jesuitas» de Serrano prefirió dejarlo tranquilo, aunque hay fotos acreditando que salieron juntos de su cercana casa de Hermanos Bécquer, donde vivió y murieron su madre y abuela.
Fieles a la tradición elitista formaron dos grupos bien sentados ante el altar mayor: uno lo encabezaba Carmen y el otro su hermano Francis, que llamó la atención –los funerales siempre son un repaso exhaustivo de físicos y actitudes– por estar casi calvo. Interesó tanto como ver, tal si fuera Marbella y sus fastos, a Mario Conde, fiel a su planchado capilar con raya; Paloma Cuevas, de melena sobre enorme cuello de piel blanca; Fernando Schwartz; la abrigada Marisa de Borbón, compitiendo con el llamativo visón azul de Maribel Yébenes; el altivo y distante Jaime de Marichalar, apoyado en un paraguas; Giovanna Marone; Pilar Medina Sidonia; Teñu Hohenlohe o la princesa Ana de Orleans. Abundaron las faldas pantalón, cómodas pero siempre inadecuadas, como la azul deportiva de María Suelves. Jaime leyó una necrológica similar a la de dos de sus dos sobrinos: uno hijo, altísimo, de Cuca Gótor. Lo hicieron y sorprendieron sin equivocaciones ni titubeos, algo curioso tratándose de personas no habituadas a hablar o leer en público. Era numeroso, más de mil personas, lo nunca visto, apretándose en los bancos y unas trescientas a la puerta sin poder acceder. De los Trapote a la minifaldera Leticia Sabater, muy censurada, o la dulce María Zurita, casi rubia, a Blanca Suelves, que fue esposa de Francis, o Luis Alfonso, que el viernes publicó en las redes unas nuevas palabras hacia su abuela («Fue un adiós como ella hubiera deseado: rodeada de la gente que de verdad la quería, en un ambiente de solemnidad, acompañada de una maravillosa música y con una homilía pronunciada por su Eminencia que supo describir perfectamente a la persona. Querida Man, espero que desde el cielo hayas podido ver lo mucho que se te quiere»), y Margarita Vargas con su hija de diez años.
Carmen Lomana, curtida en estas lides, llegó cuarenta minutos antes de lo fijado. Estrenaba melena recortada y más rubia: «Pregunté dónde me sentaba y aquí estoy. No podía faltar porque fui muy amiga de Carmen Martínez-Bordiú, sobre todo en San Sebastián, donde veraneaba, y lo pasó fatal al romper con Roberto Federici, que no se portó muy bien. Tuvo mejor trato del santanderino José Campos».
El pazo de Meirás
La familia compartía vacaciones con La Coruña. Allí siguen testigos de la historia del Pazo de Meirás y la Casa Cornide, un macizo palacete de granito, al que de crío fui muchos domingos porque en el colegio de los Tomasinos daban cine infantil en sesión continua desde las cuatro a las ocho de la tarde. La Casa Cornide, en el corazón de la Ciudad Vieja frente a su románica Colegiata, fue de Blanca Cavalcanty, hija de la Pardo Bazán. La vendió igual que el pazo. La Coruña organizó una colecta promovida por Pedro Barrié de la Maza, banquero luego ennoblecido como conde de Fenosa, lo que venía a designarlo curiosamente «conde de las Fuerzas Eléctricas del Noroeste de España». Él completó lo que la iniciativa no tuvo de entusiasmo popular. Algo inédito en la heráldica que siempre pagaba los servicios prestados. Como hizo San Sebastián con Miramar o Palma con Marivent. Así se aseguraban que no dejarían de ir. Recuerdo que las señoras comentaban desfavorablemente cómo Franco y su comitiva hacían subir los precios del mercado. Tras visitar a los anticuarios de Panaderas y María Pita, Doña Carmen se dejaba ver cada tarde en el Real Club Náutico desde donde veía las regatas de traineras que Franco seguía de cerca desde el mítico «Azor», tan representativo de su mandato. Hace pocos años acabó malvendido y desguazado como no han podido a hacerlo con los nostálgicos del Régimen.
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