Estados Unidos
La última puntada del sastre de la Casa Blanca
Georges de Paris encarnó el auténtico sueño americano: pasó de mendigar a vestir a los presidentes de Estados Unidos
Georges de Paris encarnó el auténtico sueño americano: pasó de mendigar a vestir a los presidentes de Estados Unidos
Vino a Washington porque estaba enamorado. ¿Qué más podía hacer si ella era estadounidense? Tenía 27 años. Había nacido en Marsella, Francia, pero en 1960 se vino con todos sus ahorros, unos 4.000 dólares, a vivir con su novia en la capital de Estados Unidos. Las cosas salieron mal. Rompieron y se encontró con que no tenía un penique. Ni casa. Ni nada. Ella le echó. Vagabundeó durante nueve meses por las calles de la capital de estadounidense e incluso durmió en el parque delante de la Casa Blanca. Hasta que un día dio con un sastre canadiense francés y éste le dio trabajo. «Petit a petit» (poco a poco), como él mismo lo describió años después, se hizo un nombre. George de Paris abrió una pequeña tienda en Washington y se dedicó a trabajar en lo suyo. Un día, un legislador del Congreso lo recomendó al entonces vicepresidente, Lyndon Johnson. Tras el asesinato de John F. Kennedy en Dallas (Texas), cuando Johnson se convirtió en líder de la nación, De Paris se convirtió en el sastre del presidente. Y así con cada inquilino de la Casa Blanca: Barack Obama, George W. Bush, Bill Clinton... También vistió al presidente francés Nicolas Sarkozy y al ex gerente del Fondo Monetario Internacional Dominique Strauss-Kahn.
George de Paris murió el domingo en un hospicio de Arlington (Virginia) a los 81 años. Perdió así una dura batalla contra un tumor cerebral, que le había sido diagnosticado en 2013. Aún así, trabajó hasta hace dos meses, hasta que no pudo más.
- Reagan, su favorito
Fue el sastre predilecto de nueve presidentes y, entre ellos, De Paris también tuvo sus favoritos. De los que mejor habló siemprefue de Ronald Reagan y George W. Bush. En una entrevista concedida a la agencia francesa AFP, indicó que «Reagan hablaba mucho. Como George W. Bush, sabía apreciar la calidad de los tejidos. Me daba caramelos y siempre tenía miedo de que le pinchara con los alfileres mientras hacíamos las pruebas». De Richard Nixon siempre contó que parecía muy interesado en las noticias que llegaban de París. Le preguntaba a menudo por su familia y si le gustaba trabajar en Estados Unidos. El líder demócrata Jimmy Carter nunca decía nada: un hombre de pocas palabras. En cambio, Gerald Ford siempre reparaba en su corta estatura y, bromeando, le preguntaba si jugaba al fútbol americano. Con George H.W. Bush, discutía de vez en cuando. Del presidente demócrata Bill Clinton reconoció que fue «el menos agradable. Siempre pedía cosas, era frío y estaba muy ocupado». Su impresión negativa sorprende, pues Clinton siempre ha destacado por ser uno de los políticos que más han congeniado con el electorado.
De Paris era fácil de reconocer. Un hombre bajito, que resaltaba por su cabello blanco y largo, que durante toda su vida llevó a la altura de los hombros. Siempre con el centímetro al cuello para tomar las medidas a sus clientes y vestido impecable. Cuando empezó a trabajar para el sastre canadiense ganaba 70 dólares a la semana. En su tienda al lado de la Casa Blanca trabajó siempre debajo de las fotos de los presidentes a los que vestía. Ya en tiempos de George W. Bush cobraba 3.000 dólares por traje. Era el sastre del presidente. En cambio, él siempre le restó importancia a su ocupación: «Soy un hombre normal», decía.
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