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«Estamos deseando matar estadounidenses»

A las 10.48 horas del 14 de noviembre de 1965, nada más aterrizar los primeros hombres del 7.º de Caballería, dio comienzo la encarnizada batalla del valle de Ia Drang.

Helicópteros Huey UH-1D extraen tropas estadounidenses del campo de batalla
Helicópteros Huey UH-1D extraen tropas estadounidenses del campo de batallalarazon

A las 10.48 horas del 14 de noviembre de 1965, nada más aterrizar los primeros hombres del 7.º de Caballería, dio comienzo la encarnizada batalla del valle de Ia Drang.

Ia Drang es sin duda uno de los combates más popularizados de la Guerra de Vietnam, llevado a la gran pantalla por Mel Gibson en «Cuando éramos soldados» y que representó además el inicio de una nueva y cuestionada estrategia norteamericana basada en operaciones ofensivas de «búsqueda y destrucción» (search and destroy) para desgastar a las principales unidades del Viet Congy del Ejército norvietnamita.

El coronel Moore, jefe del 1.er Batallón del 7.º de Caballería (aeromóvil), había preparado meticulosamente la operación. Los hombres irían equipados en su mayoría con fusiles M16, algunos con lanzagranadas M79 y cada pelotón tendría al menos dos M60. Cada soldado portaría una única ración de comida, un poncho, dos cantimploras de agua, tabletas de sal y gran cantidad de munición: dos cargadores de 20 balas –uno en el arma y otro en reserva– y una bolsa con al menos otros 260 proyectiles. Para Moore, el agua y la munición eran lo único imprescindible, pues todo lo demás podía ser helitransportado posteriormente y un soldado más ligero siempre resultaba más efectivo en combate que aquel que llevaba la impedimenta completa, que rondaba los 30 kg. Había efectuado un vuelo de reconocimiento a primera hora para determinar el área de inserción más adecuada de entre todas las posibles, Yankee, Tango o X-Ray, y era esta última la mejor, pues era plana y lo suficientemente amplia como para recibir hasta ocho helicópteros Huey. Solo disponía de 16 aparatos y la meteorología imperante en el valle afectaba negativamente a los motores de los UH-1D reduciendo su capacidad de carga, anormalmente, a tan solo cinco soldados, de modo que iba a disfrutar de una cadencia de transporte muy limitada; de hecho, en la primera inserción solo podría contar con un máximo de ochenta hombres. En consecuencia el riesgo era elevado, así que Moore optó por participar, junto a todo su equipo de mando, en la primera oleada, para poder solicitar fuego de apoyo inmediato o abortar la misión sin demora si las condiciones sobre el terreno no eran propicias.

Las tropas de la caballería aérea estaban bien adiestradas y aunque, por prejuicio, consideraban que se enfrentaban a un enemigo de poca entidad, la mayoría carecían de experiencia real de combate y su primer contacto con el adversario resultó inquietante. Al teniente Deal se le quedaría grabado cómo sus hombres se sobrecogieron cuando un soldado norvietnamita capturado antes de iniciarse los combates les dijo: «Hay muchos de nosotros en las colinas, todo lo que hemos comido durante cinco días son plátanos y estamos deseando matar estadounidenses». El primer intercambio de fuego llegaría pasado el mediodía y los combates, en una posición sitiada ante tres batallones norvietnamitas, se prolongarían durante dos días agónicos; más tiempo del previsto y más duro de lo esperado, una valoración que guarda cierto paralelismo y que simboliza el sentido y el resultado de la intervención norteamericana en Vietnam.

Para saber más

«1965, escalada americana en Vietnam»

Desperta Ferro Contemporánea n.º 6

68 pp.

7€

«El sitio de Zaragoza» (1819), de Horace Vernet

CURAS TRABUCAIRES EN ZARAGOZA

Una de las imágenes que más sorprendió a los soldados napoleónicos en los sitios de Zaragoza fue la de los frailesque les plantaban cara, hombres tonsurados y vestidos con largos hábitos pardos o blancos que empuñaban toda clase de armas, incluidos los temibles trabucos. Este cuadro de Horace Vernet, vástago de una ilustre saga de pintores, fue realizado tan solo diez años después de los sitios y refleja lo que pudieron haberle contado algunos soldados que combatieron en Zaragoza. Por ejemplo, D'Aubert de Férussac, tras mencionar en su diario (1816) el efecto que obraba en los defensores la ingesta matutina de chocolate para pasar al ataque, agrega que «entre ellos hemos visto a algunos monjes con hábitos blancos, y un día llegó un clérigo con su ropa talar y un crucifijo en la mano hasta los puestos avanzados, y comenzó a exhortar a los soldados, diciéndoles con mucho fervor que sostenían una mala causa y otras cosas».