Entrevista

José Sacristán: “No pisaré una playa hasta que no pongan moqueta”

El elevado al top 20 mundial de intérpretes y recientemente reconocido en el Festival de Almagro, la profesión en España no tendría mucho sentido sin una figura como la suya, que ya roza los 80 años. Solo cogiendo su carrera en el cine y en las tablas se podría contar la historia de nuestro país en la segunda mitad del siglo XX

Jesús Sacristán
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José o Pepe, «como prefieras». Da igual uno que otro, Sacristán solo hay uno «made in Chinchón». A su pueblo le perdona todo, hasta que los coches sigan entrando hasta la cocina de su Plaza Mayor, pero «solo en días laborales».

José o Pepe, «como prefieras». Da igual uno que otro, Sacristán solo hay uno «made in Chinchón». A su pueblo le perdona todo, hasta que los coches sigan entrando hasta la cocina de su Plaza Mayor, pero «solo en días laborales». Son sus raíces las que le dicen quién es y Fernán Gómez su guía. Su toma de tierra para no creerse nada cuando Hollywood le incluye en el top 20 de actores a nivel mundial o cuando el Festival de Almagro le reconoce una carrera más añeja que el propio certamen. En ella ha sido casi todo lo que soñó. Casi porque siempre le quedará la espina de no haber sido Juanita Reina o su «admirado» Antonio Molina. «El macetero», «A la sombra de un bambú», «El agua del avellano» y compañía no descansan en su cabeza. El folclore patrio va donde va Sacristán. Entre los planos de «Tiempos de guerra», el descanso de «Muñeca de porcelana» –en la que, dicen los que saben, ha dejado en migajas un tal Al Pacino– y el final del rodaje de «Formentera Lady», doy con un José o Pepe escuchando lo último de Carmen Linares.

–¿Desconectando?

–Sí, se está muy bien en Peralejo.

–¿Tiene planes de escapada?

–Trabajar en «Tiempos de guerra» (Antena 3) porque debo decirle que detesto el verano, que lo prohíban por ley. Lo odio profundamente. Jamás seré un vacacionista de verano. ¡Antes monja!

–¿Cosa de los calores?

–Los calores y todo. Los hombres en bermudas, la luz plana del sol... Lo aborrezco en todos sus aspectos y manifestaciones. Y de la playa ya ni hablamos, hasta que no le pongan moqueta no pienso pisar ninguna.

–Qué daño ha hecho la arenilla suelta...

–Calla, calla.

–¿Lo de las bermudas es algún trauma infantil?

–Debería estar prohibido con cárcel. Pido prisión incondicional permanente para todos los que las llevan.

–Lo que sí tendrá es tiempo para escaparse a Chinchón.

–Físicamente, por supuesto, pero la cabeza está allí de forma permanente. Siempre tengo cuarto y mitad en Chinchón.

–¿Qué queda del Chinchón de su infancia?

–En el pueblo, por fortuna, casi nada: supervivientes, el espíritu del campo, la nostalgia...

–¿Y en usted?

–En mí, sí, son mis raíces. Sé perfectamente de dónde vengo, quién soy y cómo me llamo.

–La toma de tierra.

–Sí, esa no puede fallar.

–¿Ha sido consciente de dejar de tocar suelo alguna vez?

–No, porque esta Castilla tira mucho. Hay que ser demasiado gilipollas para olvidarse de ella...

–Siempre cuenta que las ha pasado canutas, que iba al cine para tener menos frío que en casa y que en el teatro se comía hasta el atrezo si era real. ¿Son esos orígenes los que le han mantenido firme?

–Sabía que el camino no iba a ser fácil, que siempre aparecerían dificultades y tenía que enfrentarlas. Ahora creo que las he campeado con la mayor dignidad.

–De no haber existido esas llamadas que le subieron a los escenarios, ¿dónde hubiera acabado? ¿En el taller, de vendedor del Círculo de Lectores...?

–¡No! Lo tuve claro desde crío. Quería ser el pirata, el gánster, el mosquetero, el bombero... Y aquí sigo.

–¿Qué no ha sido?

–Director de orquesta como mi amigo Víctor Pablo Pérez, que se hizo un maratón cojonudo en el Auditorio Nacional.

–Se dio un buen atracón, sí.

–Joder, qué tío. Salió airosísimo, como siempre. ¡De puta madre!

–¿Se pudo acercar?

–No, porque estaba rodando, pero pude escuchar la «Novena» de Mahler cuando llegué a casa.

–Decenas de películas, obras, premios... ¿Tiene presentes las cifras?

–Ni puto caso, qué más da.

–Es un referente, eso es así.

–Quedamos unos cuantos y unas cuantas: Concha (Velasco), Lola (Herrera), Emilio (Gutiérrez Caba), Núria (Espert)... «Vamos durando», que decía mi amigo y maestro Fernando Fernán Gómez.

–Muchos fueron cromo.

–«Astros y estrellas de la pantalla», se llamaba el álbum. ¡Era cojonudo! Un día fui cromo y me encantaba que mis hijos me cambiaran por Julio Iglesias o Massiel. Voy a los cromos como el cura va a la Biblia.

–¿Está mejor de salud el José Sacristán de hoy que el de hace 5 años?

–¿Más saludable?

–Sí, ha perdido más de 10 kilos.

–Ah, sí. Es que su majestad la tensión arterial me dio un toque y hubo que poner en cuarentena grasas, sales, alcoholatos y demás; y me gusta porque me vuelvo a poner una chaqueta de pana de «El diputado» (1978) y un traje de «Asignatura pendiente» (1977).

–Ahora se lleva lo «vintage», así que no está nada mal.

–Sí, sí. Me encanta.

–¿Ha aprendido a comer?

–No, en realidad no me han prohibido nada, además siempre he tenido paladar de pobre. Simplemente ha sido negociar con ciertas sustancias. Mi dieta y mis costumbres siguen siendo las mismas.

–Me imagino la respuesta, pero ¿entre un buen plato de cuchara y un sushi?

–El primero sin ningún género de dudas. Ni me lo pienso. Con el debido respeto, las espumas y las escenificaciones me parecen un coñazo, no van conmigo.

–En la televisión arrasan...

–Genial, pero yo veo otras cosas.

–Por ejemplo...

–Los informativos, las series de los compañeros y las películas.

–¿Echa en falta algo de la televisión de antaño?

–No. Eran otros tiempos y todo cambia. La televisión está atendiendo a un mercado y no tengo ninguna queja. Entre otras cosas, porque sigo teniendo trabajo ahí.

–Es muy suya la frase de «no vería justo que yo me queje»...

–Sería un miserable si lo hiciera.

–Después de casi 80 años, vaya la felicitación por delante (cumple en septiembre)...

–Gracias.

–...¿En qué hemos ido a mejor?

–Sin duda, en condiciones de vida, al margen de la crisis.

–¿Y a peor?

–Posiblemente se hayan perdido la ilusión y ciertos ideales. También la oportunidad de regenerar este país recién salidos de la Transición con los gobiernos socialistas, aunque seguramente tampoco estaba el horno para demasiados bollos.

–¿Es tarde?

–Nunca es tarde.

–...Si la dicha es buena.

–Eso. También es verdad que, mirando alrededor, el panorama no me resulta muy satisfactorio.

–Los hay que le han pedido que fuera presidente del gobierno.

–Sí, en el programa de Buenafuente... ¡Antes monja! No tengo ninguna capacidad para el ejercicio de la función pública.

–Será fuera del escenario...

–Claro, o delante de una cámara. No hay vocación política en mí.

–Siempre dice estar «expectante ante la realidad». ¿Cómo la ve?

–No soy nadie para juzgar, pero como hombre de la izquierda considero que no se ha hecho nada bien. He votado y colaborado con esta nueva izquierda, pero tengo mis reservas. Sobre todo, en su relación con la cultura no terminan de llevarse bien. Hay un cierto papanatismo al confundir progreso, novedades y vanguardias, con otras cosas.

–¿Se los va a tener que llevar a Chinchón para que tomen tierra?

–Que vayan ellos solos. Dicho esto, mantengo la esperanza de que las cosas se arreglen. Y siempre sobre la base de la desconfianza total que tengo en la derecha, que me parece impresentable. Por eso me jode más que la izquierda no enganche.

–Esa «nueva izquierda» le ha llamado fascista...

–Es ese mesianismo jodido que tienen en sus planteamientos, todo lo que no coincida con ellos... No existe capacidad de crítica y, si quiere que le diga la verdad, esos comentarios me los paso por donde se pasaba el Coloso de Rodas los barcos.

–En la Iglesia no entro.

–Mejor déjala, pobrecita mía.

–En teatro sí, que es casi lo más inmediato: Premio Corral de Comedias de Almagro.

–Me hizo mucha ilusión.

–¿Les ha comentado eso de que le «aburre» el teatro?

–No es que me aburra, sino que soy más selectivo.

–Ya le llamó la atención Amparo, su mujer, por esas palabras.

–Sí (risas).

–Entonces, en el teatro no tiene paladar de pobre.

–Como espectador selecciono más que en el cine, que puedo tragarme lo que me echen. Me acuerdo de cuando conseguí que Fernando Fernán Gómez fuera a verme a «El hombre de La Mancha» y me dijo: «Si el teatro fuera siempre así de divertido iría más».

–Es que ha llenado hasta compitiendo con un Madrid-Barça.

–Y como si nada. Ahora seguimos con «Muñeca de porcelana». La paramos en verano para recuperarla en septiembre.

–Llegó a decir que al final de la gira iba a dejar los escenario para dedicarse «a la cría de canarios flauta».

–(Risas).

–¿Lo mantenemos?

–No, que ahora cuesta mucho criarlos. Seguiremos mientras la madre naturaleza se siga portando.

–¿Siente que la gente, al margen de la obra, va a verle a usted?

–Puedo presumir de la fidelidad de un número de personas.

–¿Y cómo se lleva lo de ser uno de los 20 mejores actores del mundo?

–Fue cosa de uno de mi pueblo, se coló y puso mi nombre. Ahora le han detenido, le han dado unas bofetadas y ha dicho que no lo volverá a hacer... Estoy muy agradecido, pero sería imbécil de creerlo. Siempre mejor eso a que se caguen en tu padre.

–Sin duda. Y la copla, ¿cómo va?

–Tuve la suerte de presentar para la Fundación José Manuel Lara la última biografía de Miguel Hernández junto a Carmen Linares, que me mandó lo último que ha grabado.

–¿Sigue con aquello de ser una «tonadillera frustrada»?

–Sí, pero si no he podido ser Juana Reina qué le voy a hacer.

–Siempre quedará la ducha.

–Pero el tercio ya no sale limpio, he perdido facultades.

–Ahí todo vale.