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«Dice»: ¿Sabe ya Andrew Clay lo que quiere ser de mayor?

El primer episodio de la segunda temporada sugiere que, sin la influencia perniciosa de Andrew Dice Clay en la cultura popular americana, Donald Trump nunca habría llegado a la Casa Blanca

A la izda., Adrien Brody, que hace un cameo, junto al protagonista de «Dice», Andrew Dice Clay
A la izda., Adrien Brody, que hace un cameo, junto al protagonista de «Dice», Andrew Dice Claylarazon

El primer episodio de la segunda temporada sugiere que, sin la influencia perniciosa de Andrew Dice Clay en la cultura popular americana, Donald Trump nunca habría llegado a la Casa Blanca.

En España nunca llegamos a enterarnos de ello –aquí solo tuvimos noticias de él a causa de «Las aventuras de Ford Fairlane» (1990), comedia detectivesca increíblemente idiota cuyo doblaje al castellano corrió a cargo de Pablo Carbonell–, pero en su día, a finales de los años 80, Andrew Dice Clay fue el rey de la comedia. Ataviado con pantalones y chaqueta de cuero negro, luciendo tupé, patillazas y siempre acompañado de un pitillo, Clay triunfó con su humor vulgar, misógino, machista y racista. En consecuencia, en oposición a cada americano que le reía las gracias era fácil encontrar al menos a otro que lo odiaba a muerte; en 1989 la cadena MTV impuso un veto contra él que duró 22 años y cuando en 1990 fue invitado a «Saturday Night Live» numerosos miembros del equipo del programa se negaron a trabajar a su lado.

Inevitablemente, sus chistes groseros y provocadores pasaron de moda; dejó de haber sitio para ellos en una sociedad americana cada vez más políticamente correcta. Y a medida que eso sucedía Clay se fue convirtiendo en un actor más interesante. Ofreció un trabajo devastadoramente honesto para Woody Allen en «Blue Jasmine» (2013) y su interpretación de un ejecutivo radiofónico enajenado a causa de las drogas posiblemente fuera lo más destacable de la única temporada de «Vinyl». Y es precisamente ese proceso de resistencia y superación ante la pérdida de relevancia lo que, al menos sobre el papel, da a la serie que actualmente protagoniza su razón de ser.

La primera temporada de «Dice» nos presentó al cómico atrapado en una especie de purgatorio en Las Vegas, despojado de su gloria pero acomodado sobre lo que queda de sus laureles. No sufría estrecheces aunque tenía deudas, y en realidad pasaba más tiempo jugándose el dinero que ganándoselo. Aunque no se había despojado de sus viejos guantes sin dedos, el protagonista de «Dice» tenía una relación sentimental con una mujer más dura que él y estaba a favor del matrimonio homosexual. Es decir, no era el mismo individuo que en el pasado acostumbraba a cebarse con todo aquel que fuera un poco menos viril que él mismo. Es decir, aún era masculino y agresivo en exceso, el ego y la fanfarronería se le seguían cayendo de los bolsillos, y continuaba obsesionado con el sexo y el poder metafórico del falo. La diferencia era que ahora el blanco de los chistes a menudo era él mismo y el ego mayúsculo no era motivo de celebración cómica sino fuente de contratiempos y desventuras. El protagonista de «Dice», pues, reconocía ser un hombre patético, y eso es algo que hace tres décadas habría resultado impensable. En otras palabras, en esa primera temporada la serie parecía funcionar como borrón y cuenta nueva, no solo para la carrera de Andrew Clay sino también para la trayectoria de un tipo llamado Dice.

Es precisamente en la distinción –o la falta de ella– entre intérprete y personaje donde radica el aspecto más importante y también más problemático de esta serie. En esos seis episodios iniciales se esforzaba por aclarar que no tenía nada que ver con el otro, y lo cierto es que hay una clara desconexión entre ese tipo de razonamiento y el asunto mismo de «Dice», que no es otro que la posibilidad de cambio y actualización personal. Una comedia televisiva sobre cómo la vida de un artista se puede ver condicionada de forma indefinida por la fama que adquirió y perdió hace ya tiempo es una idea fascinante, especialmente considerando que se trata de una fama ganada interpretando un personaje al que el tiempo va dotando cada vez más de connotaciones negativas. El problema es que, en su primera temporada, «Dice» demostró no tener claro si quiere ser esa comedia. Ojalá en la segunda las dudas se hayan disipado.