Sevilla

Antiliberales de ayer y hoy

La Razón
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Uno, en su seráfica ingenuidad, esperaba algún barrunto de pedagogía en las protestas del ministro Luis Planas o de la consejera Carmen Crespo a propósito del sablazo arancelario que la Administración Trump ha anunciado contra algunos productos agrícolas andaluces. Pero estremecidos ante la posibilidad de ser acusados por el gran crimen de lesa ideología de nuestros tiempos, ay, han preferido omitir los términos que mejor explicarían la actitud del atrabiliario presidente yanqui: proteccionista y antiliberal. La razón de esta renuencia se encuentra en la tradición ancestral de la política agraria de la Unión Europea que ha sido, en melindrosa atención hacia un sector cuyo carácter levantisco temen como mahometano a tapa de chicharrones, justamente proteccionista y antiliberal. En los primeros años del milenio, el sector olivarero –el Gobierno Aznar lo respaldó la malograda Loyola de Palacio al frente del negociado– se levantó contra las directrices de Franz Fischler, un tirolés que ejercía de Comisionado de Desarrollo Rural de la UE y que quiso aplicar la globalización al campo, hallando la resistencia de quienes se negaban a la compra de aceitunas en Siria y Libia con el nacionalismo como único argumento. Tres lustros después, la situación es idéntica excepto que ahora pareciera que por estos pagos luciésemos turbante mientras que los Estados Unidos giran hacia la autarquía al son del eslogan «America first», ese veneno retrógrado que traducen los extremistas de aquí para, a derecha e izquierda, obstaculizar la construcción europea. El libre comercio nos mola o disgusta según, cómo y hacia dónde sople el aire de los intereses: está muy bien vender queso payoyo en Wisconsin pero hay que gravar las importaciones de naranjas sudafricanas. Lo que viene siendo el ancho del embudo.