Andalucía

Berlinucía

La Razón
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Javier Krahe repasaba, en un tema truculento e hilarante, las distintas maneras que había ideado el ser humano para despenar a sus semejantes: «No tengo elogios suficientes para la cámara de gas / que para grandes contingentes ha demostrado ser el as». Es mal sitio Berlín para hacer bromitas con las presuntas duchas que expelían el letal Zyklon B, pero el Campeonato de Europa de atletismo que se celebra hasta hoy en el Estadio Olímpico de la capital germana, construido para la mayor gloria del supremacismo ario en los Juegos de 1936, está ejemplificando el gusto por la chapuza que se ha instaurado en la legendariamente eficaz Alemania: un eco que reverbera el sonido de la pistola para confundir a los atletas en las pruebas de velocidad, equívocos con los desempates en las series clasificatorias, incumplimiento recurrente de los horarios, ausencia de sombra para que los participantes en los concursos se refugien de la canícula y, ayer, un insufrible pestazo a butano en el centro de la ciudad que obligó a retrasar dos horas la salida de la caminata de 20 kilómetros, con el consiguiente perjuicio para los marchadores debido a sus estrictos protocolos en los días de competición. No es buen sitio, decía, para frivolizar con los escapes de gas, de modo que tómese la anécdota como la enésima prueba de la galbana de los berlineses, habitantes de una ciudad prodigiosa y divertidísima en la que cualquier visitante con un mínimo sentido crítico observa reveladores síntomas de decadencia subsidiada. «Es la Andalucía alemana –sentenciaba un amigo hace unos meses–. La mitad son perroflautas y la otra mitad, funcionarios de la Junta de allí. Pero trabajar-trabajar, no trabaja nadie. Los impuestazos que paga la industria le subvencionan la marihuana y los kebabs a esa panda de flojos».