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Inmigración

Casariche burning

«No es la primera vez que tan izquierdista vecindario se levanta contra ciertos indeseables inmigrantes»

Vecinos de Casariche concentrados en una plaza del pueblo / Foto: Efe
Vecinos de Casariche concentrados en una plaza del pueblo / Foto: Efelarazon

«No es la primera vez que tan izquierdista vecindario se levanta contra ciertos indeseables inmigrantes»

La xenofobia –son rumanos– y el racismo –son gitanos– se combinan en los disturbios desatados en Casariche, localidad de la Sierra Sur sevillana en cuyo ayuntamiento se sientan trece concejales, siete socialistas y seis comunistas. En las elecciones del 2D, PSOE y Adelante Andalucía allegaron cuatro de cada cinco votos (el 80,27% para ser exactos), mientras que las formaciones del bi(tri)partito sumaron 532 sufragios sobre una población que roza los seis millares de habitantes. Sólo 110 casaricheños se decantaron entonces por el españolismo identitario de Vox, a los que quizá haya que añadir al paisano despistado que cogió la papeleta de Falange Española de las JONS; o era acaso un bromista. No es la primera vez que tan izquierdista vecindario se levanta contra ciertos indeseables inmigrantes que se han instalado allí, dos de los cuales fueron perseguidos con avieso propósito de linchamiento por una masa furiosa ante los continuos robos e incidentes delictuosos que protagonizan. Uno puso pies en polvorosa pero otro hubo de acogerse a sagrado en la casa del párroco, quien gestionó su puesta bajo la protección de la Guardia Civil. Basilio Carrión, el probo alcalde, se debate ahora entre la progresía discursiva de su partido y la ira de sus convecinos, a quienes ha llamado a «no tomarse la justicia por su mano». Es loable su recomendación y aconsejable seguirla a machamartillo, pero nadie se extrañe si, el 26 de mayo, Vox decuplica sus votos y se convierte en la primera fuerza municipal. Una fuerza nueva, valga el chiste malo, e inesperada para quienes continúan observando la política española con las viejas gafas setenteras de un paradigma binario que, en el mundo real, saltó por los aires hace tiempo. El periodismo pisa poca calle y mira demasiado el móvil: no se entera de nada.