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Comer curas no es rentable

«Ese furor es una posición harto arriesgada en la católica Andalucía»

La Razón
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Una de las pruebas palpables de que el sanchismo está abriendo brecha en la ciudadela susanista del PSOE andaluz es la ofensiva anticlerical de su generala, Carmen Calvo, que ha hecho bandera de la caduca causa de la expropiación de la Catedral de Córdoba, antigua mezquita. La pragmática Díaz, que viene de las bases católicas y fue catequista en sus años mozos, sabe que el furor comecuras es una posición harto arriesgada en la católica Andalucía, donde no hay alcalde de izquierdas (¡pregunten a Kichi!) que se ahorre un cabezazo delante de un paso el Jueves Santo. Para hacerse el moderno en las teles amigas, vale; pero en la cuenta electoral, que es lo alimenticio, el saldo de semejante postura es negativo. La vicepresidenta del Gobierno, para reforzar su pretensión, ha participado en la redacción de un informe que abunda en el desprestigio de la intelectualidad académica, malbaratado hasta la náusea por la voracidad de una clase política que no permite la existencia de ningún espacio ajeno a sus sucias zarpas. Un organismo enseña una moneda y se presentan voluntarios diez presuntos expertos (doctores como Sánchez o con másteres como el de Casado) dispuestos a certificar que un edificio pertenece a quien haga falta o que Elvis Presley vive sirviendo mojitos en Varadero. Al papel de Calvo le dan lustre Federico Mayor Zaragoza, niño prodigio del franquismo reconvertido al tercermundismo antioccidental, un concejal socialista en Pozoblanco y otros olvidables autores obsesionados con la babucha de Mahoma, herederos de esa izquierda setentera que quiso, como el venezolano Carlos o los iluminados de la Baader-Meinhof, ver concomitancias entre la causa del califato universal y la revolución comunista. Y con estos tomates no sale un gazpacho, claro, sino un engrudo intragable.