Literatura

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«Con la emoción puedo llegar a donde quiera»

Mauricio Wiesenthal
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Mauricio Wiesenthal acaba de publicar en la editorial Acantilado «Rainer María Rilke (El vidente y lo oculto)», una biografía que supera la vida del poeta para rescatar los viejos valores de la cultura europea

Cada vez que Mauricio Wiesenthal (Barcelona-1943) publica un nuevo libro sus seguidores, que afortunadamente cada día son más, agotan los ejemplares en las librerías a las pocas horas ansiosos por encontrarse con uno de los pocos tesoros literarios que cada cierto tiempo afloran en el panorama cultural español. Ya es evidente que este mundo se va a pique, pero Wiesenthal, que conoce bien la tradición marinera porque ha cantado en trasatlánticos para ganarse la vida, en su caso la existencia se aproxima a algo que permite viajar, escribir, amar, se mantiene firme en pleno naufragio escribiendo cada cierto tiempo obras maestras. Acaba de estar en Sevilla, ciudad que decepcionó a Rilke, pero que para él contiene una luz que sólo puede compartir con Roma.

–Rilke escribió en «Los cuadernos de Malte Laurids Brigge» que había que saquear toda una vida para escribir al menos diez líneas que fueran hermosas. ¿En qué momento del saqueo se encuentra?

–Bueno, son líneas que salen del corazón, lo que pasa es que el día que te das cuenta de que puedes escribirlas ves que la obra no es tuya. Hay un momento como de trance, te has pasado toda la vida tocando la guitarra pero llega un momento en el que la guitarra es la que te toca a ti. Eso te da una cierta compasión de aquel que piensa que la literatura se hace por ego, pero se hace porque uno no sabe hacer otra cosa, ni tiene otra manera de vivir. La vida se hace literatura y busca el tesoro de montones de cosas que no se pueden decir de otra manera. A una edad cuando escribes ya te olvidas del tiempo, de comer; yo entro en otro mundo cuando me pongo a escribir pero sin nada de malditismo, conscientemente emotivo y con la emoción puedo llegar a donde quiera.

–¿Quién es el vidente?

–En Rilke el vidente es el poeta. No es visionario porque éste ve alucinaciones, y el vidente es algo que existe, que se demuestra. Hay muchos poetas que pueden ser visionarios, pero el vidente es más profético y visionario. Lo oculto llega porque su poesía se mueve en un mundo nocturno, noctívago, en el que se busca la muerte, lo trascendente...

–Pero qué le interesa más, ¿el Rilke que vive o el que escribe?

–En esta biografía está claro que es el que vive, por eso no he intentado hacer una nueva traducción de la poesía ni una versión erudita de los versos. Me interesa cómo se llega a eso desde la vida, por eso lo que se me nota en el libro es la indignación cuando me quiere aportar lo que para mí es menos suculento, me interesa más su hedonismo, su sensualidad y todo el disfrute que le ha encontrado a la vida. Creo que es la obligación de un escritor contarlo porque es verdad, la memoria se basa en la emotividad porque la vas construyendo con emociones. Está estudiado que cuando alguien recuerda su estancia en su campo de concentración miente más que habla. Me explico, es tan terrible aquello que los recuerdos son reiterativos y si fueran realmente sinceros solo dirían: horror, horror, horror. Sin embargo, cuando las memorias son ricas en detalles es porque se ha recurrido a la memoria colectiva, la personal es muy pobre en el dolor y rica en la alegría. Eso es lo que yo a veces echo de menos en Rilke, porque todo eso viene dado por frustraciones aprendidas de su mundo puritano, pesando siempre que en el dolor no está el pecado y sí en el placer, lo cual es una aberración terrible.

–Aunque Beethoven pensara que se llegaba a la belleza por el camino del dolor.

–De acuerdo, eso también lo piensa Rilke, pero quiero decir que eso tiene más que ver con la mística. Para llegar a la fiesta, los seres humanos nos obligamos a recorrer una vía muy pedregosa y tortuosa, cuanto más difícil es más bella es la cumbre. La voluntad nos dicta que la vida tenga todos los capítulos determinados, en la suya es afortunadamente plena de libertad y literariamente volcada en lo oculto. Cuando yo era pequeño mi padre me decía, cuando me quejaba de lo aburrido que era todo, que si él me diera un cuaderno en el que escribir la vida que me gustaría tener al final de ella vería que mi vida no tendría gran interés. Sin embargo, hay que abandonarse a la vida, encontrar los milagros, los prodigios que ofrece; lo cual es algo verdaderamente increíble porque siempre es mucho más de lo que habías esperado: el momento en el que te enamoras, cuando te dejas llevar por una música, el libro que encuentras sin saber por qué. Eso no tiene precio. No significa que no trabajemos, pero los momentos milagrosos son los regalados...

–«Una perduta dieci trovate».

–¡Efectivamente!, sí señor. Creo que eso viene por su condición de pobre, él va de un lado para otro al calor de los mecenas que le permiten vivir. Un conde que le lleva a un castillo, otro que lo lleva a Capri, luego a un balneario y por eso él tiene ese aspecto angélico. Ángel significa mensajero y lo es para quienes lo traen y lo llevan.

–¿Le ha sorprendido este Rilke salido de esta biografía?

–Me ha escandalizado a veces porque es mucho más verdadero y real, me he quitado la imagen del Rilke mitológico, angelical, con sus angustias, profundo y trascendente con una poesía mitológica que muchas veces es incomprensible. Al entrar en su biografía, con total sinceridad, me han escandalizado todas las contradicciones humanas y como ídolo escultórico: su contradicción a amar, al entregarse, su capacidad para el amor pero siempre bajo el riesgo.

–¿Cuánto le debe a Stefan Zweig esta biografía?

–Hay una cosa fundamental en Zweig, al que sigo desde mi infancia, porque es el hombre tolerante, de la vieja izquierda, un gran defensor de los valores de la vieja Europa: la libertad, la justicia, el pacifismo, el internacionalismo; una Europa que no tiene nada que ver con la que es ahora: Europa se ha convertido en un economato de Bruselas. Él fue mi maestro y quien me ayudó a buscar ese mundo que estaba oculto en el Rilke, él me indicó el mundo que tenía que encontrar.