Transporte

Contramano

Un ciclista por el carril bici / Foto: Manuel Olmedo
Un ciclista por el carril bici / Foto: Manuel Olmedolarazon

Un vecino, en realidad un trabajador de la obra que hay en un edificio cerca de casa (no llevaba mono, pero sí iba en traje de faena: con un pantalón vaquero y una camisa, podía ser arquitecto, delineante, aparejador o proveedor de materiales), maniobra con dificultad para sacar su coche del garaje a la calle estrecha en la que está el inmueble. Mira por los retrovisores y no ve que de frente, contramano –es importante el detalle: contramano–, viene una bicicleta a notable velocidad que frena bruscamente, con el tiempo justo para evitar la caída su piloto, aunque golpea con levedad el vehículo, que no resulta dañado. El automovilista, aún sin reponerse del susto, le recuerda en voz queda una evidencia: «Va usted contramano», sin apearle el tratamiento de cortesía porque no es uno de esos ciclistas desaseados de caricatura sino alguien bien vestido sobre una montura costeada y nueva: un buen socialdemócrata, en definitiva, ahíto de conciencia ecológica. ¿Y qué responde este espécimen al leve reproche de otro ciudadano, «va usted contramano»? Pues espeta un desabrido «¡fascista!» y sigue su camino calle arriba, naturalmente contramano a riesgo de que otro conductor (¡¡otro fascista!!) lo embista. La anécdota, además de definir como un maleducado a este anónimo escupidor de epítetos, confirma que muchos usuarios del velocípedo se han empoderado hasta creerse propietarios de la vía pública y conduce a otra reflexión más profunda: vivimos en un país tan asquerosamente polarizado, que incluso un incidente menor de tráfico se zanja con una referencia política. Porque da la impresión, tan virulento se torna cada debate, de que un tío que pedalea por bemoles tiene que votar a las izquierdas y que un aficionado a los toros a la fuerza se decantará por los conservadores. Es muy triste.