Literatura

Embajador Soto

La República Humorística de Tabarnia nombró durante el fin de semana embajador en Andalucía a José Manuel Soto, quien posee las dos características fundamentales para alcanzar tan alto honor: una acendrada españolía y una acreditada capacidad para reírse de sí mismo, como demostró en su incursión en el carnaval gaditano junto a mi querido Fede Quintero y a César Cadaval. «Esto le gusta a la gente», decía el cantante amenazando con arrancarse por su éxito «Por ella». Y respondía el Moranco: «A la gente no, Soto, a las viejas». Le impuso la banda imaginaria el periodista Tomás Guasch, plenipotenciario del presidente en el exilio, Albert Boadella, alguien que no duda en autodefinirse como «un bufón» pero a quien su ministro califica como «de largo, el político más serio de Cataluña». Desde luego, su discurso proclamador de hace dos años fue un prodigio de respeto de la otredad (iba a escribir de tolerancia, pero no: es un concepto manoseado hasta la perversión) que debiera estudiarse en los colegios. Y también su tono desenfadado, pues lo coronó con una ostentosa peineta sin que ello le restase un ápice de trascendencia. Podrá José Manuel Soto optar a otras canonjías de la nación tabarnesa, a tenor de su currículo. Devenido tuitero compulsivo, el artista se ha ganado el puesto de jefe de los servicios secretos, tal es su denuedo por defender la causa en las cloacas de las redes sociales. Es la bestia negra de tontiprogres de toda laya (antitaurinos, feministas y otras yerbas...) y el último dique contra los bots rusos. Ya dijo Felipe González que el Estado también se defiende desde las alcantarillas, ¡y vaya si lo puso en práctica! El silencio también puede ser una forma de complicidad, pero éste no se sabe callarse: lleva más de media vida dale que te pego encima de los escenarios.