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Impertinente trinidad

La Razón
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En plena cuaresma, las gloriosas huestes de la república catalana han encontrado al fin la piedra filosofal y se han acogido a una trinidad laica, ya la conocen: un presidente fugitivo con despacho abierto en un barrio residencial de Waterloo; otro que lo representa con despacho cerrado tras los barrotes de la cárcel de Estremera; y es de suponer que la última pata de esta peculiar trinidad será nombrada en el Parlamento para que alguien se siente en el despacho del palacio del presidente de la Generalitat y luego a jugar al tres en raya. Esto se hará contra el criterio de los letrados de la Cámara. De producirse tales designaciones, éstas serán llevadas al Tribunal Constitucional y tienen un 90 por ciento de probabilidades de no validarlas. Con lo cual, el artículo 155 volverá a dejar las cosas en el lugar de la legalidad de la Constitución Española y el Estatuto de Autonomía. No han visto los siglos algo semejante. Situar a siete millones de personas en una especie de limbo político, fuera de la realidad, del tiempo, del lugar y del espacio. En plan jocoso me resulta comparable a una anécdota que viví en un programa televisivo. En plena tertulia se comentaba la primera actuación en España de Madonna en un estadio de fútbol madrileño. Era su época de mayor éxito y la presentadora comentó que las 50.000 localidades se habían vendido y que sólo en España llevaba vendidos más de un millón de discos. En ese momento, una de las contertulias, coplera de «serie B», muy ofendida, contestó bravía que «un millón de discos no los vendo ni yo, los va a vender Madonna». Así están esas cabecitas locas de los heroicos líderes de una república inexistente. En mi feroz egoísmo, tengo que reconocer que este tema te resulta muy rentable y llenas artículos sin parar. Vamos, algo parecido a lo que hace el programa «Sálvame» con el romance áulico de María Lapiedra, de profesión princesa –ahora lo llaman así–, y el paparazzi Gustavo.