Violencia de género

Juana y sus malos consejeros

La Razón
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Hace un año y un día, tras un encendido aunque amistoso debate, los responsables de esta sección suprimimos la publicación de una columna sobre «la peripecia la señora de Maracena que ha secuestrado a sus hijos a despecho de una orden judicial» que se estaba «ciscando en el Derecho de Familia como un Puigdemont cualquiera se caga en el Derecho Administrativo». El alegato no era contra la desdichada Juana Rivas, que acaba de ser sentenciada con severidad por la sustracción continuada de dos menores, sino contra el espíritu de Fuenteovejuna que germinó alrededor de la escapista, a cuyo hundimiento ha contribuido decisivamente esa chusma idiotizada que los demagogos dan en denominar «pueblo» y a la que espoleó de manera harto irresponsable una conjura de necios liderada al alimón por la clase (ejem) política y la canalla mediática. «Está en mi casa», clamaba ufano ante las cámaras el marujismo empoderado. Los nuestros y las nuestras, sobre todo las nuestras, siempre tienen razón en su disputa contra los otros y las otras, sobre todo los otros. No pagará por el daño atroz que le ha infligido a la pobre Juana esa mamarracha que se arrogó la portavocía de su causa, una analfabeta funcional enchufada en el chiringuito mujerista de su pueblo que la forzó a una confrontación suicida contra la Ley mientras, en aras a su particular minuto de gloria, arengaba a la muchedumbre con odio de Savonarola. Rivas, sí, es una víctima digna de piedad. Fue víctima de su propia imprudencia y víctima de una caterva infame de jaleadores que la empujaron hacia ese abismo por el que ahora se despeña en solitario. Francesco Arcuri, su exmarido, ha sido la otra víctima de esta truculenta historia: una sociedad atávicamente atrasada como la andaluza, con su presidenta al frente, perpetró su asesinato civil.