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La infamia en el París ocupado

Cabaret Voltaire edita «La Cacería», la última parte de las tropelías de Maurice Sachs

La historia se desarrolla durante la ocupación nazi
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Cabaret Voltaire edita «La Cacería», la última parte de las tropelías de Maurice Sachs

Si aún tienen tiempo de hablar con los Reyes Magos, pídanles una de las obras más increíbles y duras a partes iguales sobre la vida en la Francia ocupada. La editorial Cabaret Voltaire publica el epílogo de las memorias del peor de los franceses colaboracionistas. Hablamos de Maurice Sachs y de «La Cacería», un libro que narra los últimos años de su vida y que culmina su narrativa, terrible y apasionante al mismo tiempo, iniciada con «El Sabbath».

Para los que aún no hayan accedido al universo de este personaje, bastaría recordar sólo que su vida desde la más tierna infancia se debatió entre la mentira, el robo y la delación. En estos ámbitos campeó este judío que durante décadas a un lado y a otro del Atlántico fue dejando un reguero de víctimas de alto y bajo copete entre las que se encuentran escritores, artistas, industriales, jovencitos del hampa homosexual y chicas casaderas a las que abandonar nada más firmar el acto matrimonial. Como hijo de la Tercera República, se inserta en la banda de escritores e intelectuales que realizaron su carrera bajo el paraguas de una sociedad abierta en algunos sentidos, pero pacata y cerrada en otros fundamentales, lo que desembocó en una suerte de esquizofrenia social que afloró precisamente con la llegada de las tropas alemanas en 1940.

«La cacería» arranca con la invasión nazi hasta alcanzar abril de 1945 cuando el autor es ejecutado al dejar de ser útil en un campo de trabajos forzados al que acude voluntario. Con París bajo custodia alemana y con la «Nacht und nebel» como principal ley para los ciudadanos franceses, el libro desenmascara una sociedad hipócrita que en cuanto que observó que pudo sacar tajada de la necesidad del vecino se puso manos a la obra. Para quien ha sobrevivido de la extorsión, el miedo ajeno y la venganza, la ciudad del Sena en ese momento se convierte en el paraíso. Sin escrúpulos, no hay mejores amigos que las tropas de ocupación ni otra dedicación que saquear a todos los que quieren huir de la pesadilla hitleriana. En realidad, lo que Sachs lleva a cabo no es más que lo que una amplia mayoría de franceses siempre deseó hacer, con la diferencia de que éste no se oculta y además lo escribe. Afredo Taján, encargado del fantástico prólogo, explica perfectamente cómo debajo de los terciopelos se escondía el excremento de una sociedad que se preparó para la mayor carnicería humana. «El Chanel Nº 5, creado en 1921, lo que hizo fue solapar, como glamurosa emanación la hediondez política de las cancillerías de entreguerras que prepararon, y llevaron a cabo concienzudamente, una matanza hasta entonces sin precedentes en la Historia».

Con Hitler en el Trocadero había pocas razones para la esperanza y se comenzó a vivir una existencia humillante mientras como flores salían a la luz los peores especímenes de la vecindad. El gobierno colaboracionista se sumó alegremente a la represión de paisanos y extranjeros que habían llegado a suelo galo huyendo de las garras nazis, lo que junto con las investigaciones de la Gestapo y las SS dieron alas para la delación interesada. Una actividad en la que Maurice Sachs encontró el mejor de los acomodos. Esto no lo conocemos por testimonios posteriores, que también, o por informes subversivos, nada de eso; se sabe porque él mismo es quien escribe, insistimos, de manera magistral, la riada de mezquindades a la que se lanza para mejorar su estatus a costa del dolor ajeno. «La depravación siempre tiene un lado bueno; al día siguiente se es muy virtuoso y no se ocupa con resoluciones burguesas por aquello del contraste». Es decir, Maurice denunciaba, robaba, enviaba a presidio o saqueaba una casa de judíos con la misma normalidad con la que pocas horas después asistía a una representación teatral.

En ese mar de continuos vaivenes, se mantiene a flote gracias a que su amoralidad no conoce de bandos, pues es capaz de saquear a unos y mentir a sus contrarios con el único interés de lograr sus beneficios. Un doble juego que durante un tiempo le servirá pero que con el paso de los meses no. «Necesito dinero para ir a beber incontables martinis en el bar del Ritz», escribe Sachs sobre su vida disipada en el París ocupado. Tomadas las calles, la vida se hace agobiante, nadie esperaba la caída la derrota de las tropas; no se entiende esa situación de nuevos súbditos, pero la vida real se ha impuesto al calor de la escasez y grupos de desalmados toman el control de la situación. Paris es como una estatua de Antonio Canova: bellísima, fría e inerte ciudad de ojos y alma perdida.

La realidad se impone con la podredumbre amoral de los carroñeros. En el misticismo de los colaboracionistas no hay una opinión generalizada sobre la posición que tomó cada cual, pero sí es unánime en condenar a Céline, La Rochelle y Sachs, que soportan en la Historia de la vergüenza de ser traidores a su patria. Sin embargo, sus obras, en especial la de Céline y Sachs, disfruta de un reconocimiento superior a los actos de sus autores debido a su extraordinaria calidad. Los demuestra en «La Cacería» cuando describe con pasión la atmósfera de una habitación de hotel habitada por hampones, marqueses y escritores venidos a menos; al abstraerse de su depravación en las descripciones que hace de las vistas del rio o con la ligereza con la que cuenta cómo estafa para saldar una estafa posterior. Como en la vida real, es apabullantemente atractivo y seductor, sin límites, hasta el extremo de reír incluso con las situaciones tragicómicas que a veces cuenta.

Después de que Sachs muriera a manos de un soldado alemán en Hamburgo pocos meses antes del final de la guerra nadie que le conoció quiso recordarle ni reconocer trato alguno con él incluida su propia familia. La muerte en el fango le había cogido desprevenido porque en su filosofía de vida, en la que no importaba nada, tenía pensado trasladarse a países «cálidos» como Egipto e incluso China en los que continuar con sus andanzas. En 1949 la editorial Gallimard edita «La Cacería» después de que sus escritos comenzaran a disfrutar del éxito. Su madre, con la que no tuvo relación y a la que denigró en «El Sabbat» recibió gustosa y sin controversia moral alguna los beneficios obtenidos por los derechos de autor.