El desafío independentista
Montilla oloroso
Los telediarios alertan sobre la escasa reserva de nuestros acuíferos y la Junta está a punto de decretar el estado de sequía. Como la Ley de Memoria Histérica, con e, está a punto de proscribir la voz pantano por la remembranza franquista del Plan Badajoz, usaremos embalse para advertir que el mayor de Andalucía, el de Iznájar, apenas contiene un cuarto de su capacidad. Lo mismo le ocurre al cerebro de José Montilla, o no, ex presidente de la Generalidad catalana e iznajeño más ilustre (el único hijo del pueblo que figura en el gotha contemporáneo de Wikipedia junto a Julio Burell y Cuéllar, ministro anodino en uno de los gabinetes de Romanones, bajo Alfonso XIII). Pareciera, o sea, que el hoy senador hace honor a su nombre en lugar de a su patria chica, y no riega las comidas con la rica agua de la sierra subbética, sino con ánforas de recio vino amontillado, célebre por su elevada graduación alcohólica. Sostiene Montilla, que se escaquea de los plenos cuando toca votar con sentido de Estado, que «España sin Catalunya no sería España», obvio, pero refuerza la perogrullada con un disparate mayúsculo: «No estamos hablando de Ceuta y Melilla», como si la españolidad de las dos plazas norteafricanas fuese de segundo nivel o como si su hipotética amputación doliese menos. Y ahí brota el terrible complejo del charnego, término despectivo que se usa exclusivamente de un catalán hacia otro, que abjura de su origen o menosprecia a sus paisanos en un desesperado intento por ser aceptado en su entorno más racista. En este lapsus, o no, de Montilla (nada fino y muy oloroso) se refleja el catalanismo supremacista que cultiva Rufián, hijo de jiennense y granadina, y contra el que se rebeló la difunta Chacón, oriunda de Almería.
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