Política

«No hay 20 democracias más sólidas que la nuestra»

Defiende la transición como un proceso impulsado desde la sociedad y no «en los despachos». Critica a la clase política actual, pero no obvia que las calles no se han poblado de protestas de la clase media

El periodista Carlos Santos
El periodista Carlos Santoslarazon

Carlos Santos deja claro que habla desde la «perplejidad» porque en muchas ocasiones todo lo que ocurre hay que analizarlo a demasiada velocidad. Esa mirada «perpleja» no le impide tener ciertas cosas claras después de muchos años de ejercicio de la profesión, de libros e investigaciones publicadas, de lecturas, charlas y experiencias. Entre ellas que los problemas de la transición, si es que los ha habido, son de los años posteriores, de la época de las mayorías absolutas del PSOE en los que quizá había que haber «avanzado más». Su libro «333 historias de la Transición» muestra el retrato de una época y de una sociedad con sed de democracia. Ahora prepara otro sobre los años ochenta. Y mientras, asiste a los cambios políticos que experimenta España.

–¿Cómo lo pasó en esa época de «chaquetas de pana y tetas al aire» y qué diferencias aprecia entre aquella y esta etapa política?

–La primera mitad de la transición la viví en la Universidad, acabé la carrera en 1977, y la segunda trabajando. La verdad es que los ochenta fueron muy divertidos.

–Sí, pero en los primeros ochenta había un muerto cada tres días.

–A principios sí, pero le traía sin cuidado a la gente.

–¿Cómo era esa relación con los políticos de la época?

–Incluso en esos años procuraba mantener una distancia crítica y no llevarme por los afectos aunque sí es verdad que las buenas relaciones entre periodistas y políticos llegaban hasta la cama. Yo no soy partidario del «mamoneo», pero sí reivindico la voluntad pedagógica que había por ciertos políticos, sin venderte motos, gente como Ernest Lluch, León Buil o Pablo Castellano.

–¿Y te ha sorprendido cómo han acabado algunos de esos protagonistas?

–Sí, tuve sorpresas desagradables, como cuando fue encausado por el caso Roldán y condenado Gabriel Urralburu, que fue presidente de Navarra y al que conocía desde que empezaba en la política por poner algún ejemplo y no los más cercanos.

–La expresión de que estamos asistiendo a una «segunda transición» está ahora muy manida. Usted es muy crítico con esa comparación.

–Es un concepto que ha manejado gente tan diversa como Pablo Iglesias, el juez Elpidio Silva o el periodista Luis María Anson

–También lo ha utilizado Susana Díaz.

–¿Ah sí? Pues yo creo que es una bobada, porque no se corresponde para nada con la memoria de lo que fue la transición.

–¿Por qué?

–Comparar un movimiento natural, por traumático que sea pero dentro del actual juego democrático, con la transformación de una dictadura en una democracia no tiene nada que ver. Lo que se vivió en España en los años setenta, que tenía su origen en los sesenta y que en pocos años acaba siendo una de las democracias más avanzadas del mundo, de manera incruenta y por la vía del acuerdo y la concordia es algo que ha sucedido muy pocas veces en la historia de la humanidad.

–Pero el proceso emanó de las propias instituciones del anterior régimen.

–La transición emana de la calle, de gente que estaba partiéndose la cara en Comisiones Obreras o de gente que demanda un mundo mejor en las iglesias. No se produjo en oscuros despachos a espaldas de la gente sino que era reclamado por la sociedad y fue sancionado en las urnas. Y lo que está ocurriendo ahora son cambios normales y corrientes en cualquier democracia. La principal diferencia entre la dictadura y la democracia no es que puedas elegir a los que gobiernan, sino que los puedes echar. A veces hay dictadores que han llegado por las urnas, pero en términos históricos los cambios que se están produciendo son tan poco importantes que ni siquiera se ha echado a nadie. En 1982 los ciudadanos sí expulsan a la UCD y al Partido Comunista, los dos partidos más esenciales en ese proceso. Y en estos años hemos visto desaparecer a Eusko Alkartasuna, al Partido Andalucista, a Convergencia Democrática de Catalunya o a Unió Democrática y no pasa nada. Esto forma parte del juego democrático.

–Las nuevas leyes de la reforma política sí salen desde el propio sistema.

–Se crean con pactos. Y hay un Partido Comunista que el día que muere Franco no sale a la calle ni tampoco el día que matan a Carrero. Y en el referéndum de Suárez piden la abstención activa, no votan en contra. En 1976 hay más horas de huelga en España, pese a que estaba prohibida, que en el resto de países europeos donde sí estaba permitida. Era una población que quería ya una democracia, había una demanda de la calle y no unos señores en un despacho.

–¿Esta demanda de cambio político tiene algo que ver con los movimientos de ahora como el 15M o las Mareas?

–No se puede comparar. Lo del 15M es más equiparable a otros movimientos actuales que se han dado en otros países del mundo en el que los ciudadanos expresan su malestar con unos gobernantes que no dan respuesta a sus problemas. Hemos tenido una crisis internacional que da origen a una crisis económica de la que se deriva una crisis social histórica, a la que se ha sumado una crisis política, territorial y de falta de liderazgo en España. Los ciudadanos miran a los partidos tradicionales y éstos no les dan respuestas y manifiestan falta de sensibilidad ante el dolor que estaba provocando la crisis. En Gran Bretaña lo manifiestan marchándose de Europa y en otros países contra los inmigrantes.

–En España, más o menos, han resistido los partidos tradicionales.

–Esto está cambiando aunque los cambios no se producen de un día para otro. La crisis comienza en 2007-2008 y empieza a tener efectos políticos en las elecciones de 2011. Y hemos tenido la fortuna que la indignación se ha canalizado a través de mecanismos democráticos y ha llegado al Parlamento. Eso es una prueba más de que lo que llaman despectivamente el «régimen del 78» era una de las democracias más consolidadas.

–En la transición había una voluntad colectiva de alcanzar una democracia. Ahora, ¿esa canalización de descontento qué meta tiene?

–La gente quiere lo mismo que se quería entonces: «Esto es la murga/ los currelantes/ que al respetable/ buenamente va a explicar/ el mecanismo tira palante/ de la manera más bonita, y popular/ sacabe el paro y haiga trabajo escuela gratis, medicina y hospital/ pan y alegría nunca nos falten/ que vuelvan pronto los emigrantes/ haiga cultura y prosperidad». Antes también se quería votar y besar al novio o la novia por las calles sin que te pusieran una multa.

–¿Entonces no se ha conseguido nada?

–Esas peticiones es el denominador común de los votantes de todos los partidos. Ahora hay que quitar al cacique de entonces y poner al corrupto. Y hay que poner la carga en los que nos representan porque no dan la talla y llevan un año sin resolver el sudoku parlamentario. Pero la demanda de la sociedad ha sido muy puntual, las familias enteras no salieron a la calle en defensa de la sanidad o educación, en las mareas había sobre todo profesionales. No ha habido caceroladas de clase media protestando.

–A lo mejor las clases medias están preocupadas en salir adelante.

–No juzgo en términos morales, solo constato que eso no ha ocurrido.

–En tu libro decías que antes amábamos a los políticos.

–Ahora estamos todos arreglando el país por las esquinas, pero los que tienen que debatir de verdad no lo están haciendo. Hay 13 millones de votantes que no se van a sentir representados por el Gobierno que viene pero es que faltan muchas cosas: no hay referentes políticos ni morales. Y miras a los partidos políticos y están más preocupados de conservar el poder que tienen.

–No llegan a acuerdos entre ellos, pero es que dentro de su propio partido también están divididos, como es el caso del PSOE.

–El problema del PSOE no era Pedro Sánchez. Es un partido que tiene asuntos pendientes desde el 12 de mayo de 2010, el día que Zapatero anuncia medidas económicas drásticas que afectan a los bolsillos de la gente y es incapaz de explicarlas.

–¿Eso es un desprecio a la ciudadanía?

–Hay un distanciamiento con respecto a quienes te han puesto ahí. La mejor opción de supervivencia era amarrarse al mástil de Europa y eso lo están descubriendo ahora hasta los de Syriza. Tenías que haber salido a pecho descubierto y explicarlo. Un año después pagan las consecuencias por una política mal explicada y mal defendida y los echan prácticamente de todos los ayuntamientos, perdiendo poder y perdiendo los «sismógrafos» que tenían con la calle. A Zapatero lo dejan como un maldito, como si no hubiera existido. Nadie defendió una política europea clara ni mostraron sensibilidad a la gente que estaba sufriendo. El papel posterior de Rubalcaba se limita a cuestiones institucionales pero a una gran distancia de su electorado electoral. El electorado está dividido, la militancia, la dirección y los cargos intermedios. Y no dan respuesta a casi nada. Tienen un grave problema con la política territorial y si ésa la va a marcar la líder de Andalucía o el de Extremadura, muy vinculadas a defender el voto de su territorio, no van a poder conectar de nuevo con el electorado de Cataluña. Y sin éste es difícil que vuelvan a gobernar en España.

–Ellos se remiten a la Declaración de Granada y a un Estado Federal.

–Desde entonces han pasado cosas en Cataluña y la respuesta no ha servido.

–El PP también tiene problemas para articular una respuesta en Cataluña, ¿no?

–El Partido Popular es la historia de un fracaso aunque gobierne. Ha tenido acierto en hacer llegar un mensaje a su electorado de que han hecho lo que tenían que hacer, pero no está para tirar cohetes con 137 escaños. La expectativa de conservar el poder los mantiene cohesionados y enfrente hay una oposición fragmentada.

–Y eso del «poder real», ajeno a la política, ¿existe?

–La democracia es un poder real. No hay en la tierra 20 democracias más sólidas que la nuestra. En España estamos asistiendo a un proceso de cambios políticos, con cuatro partidos, unos calcinados y otros verdes. El poder democrático es lo que nos va a salvar.

–Podemos ha crecido mucho, pero es curioso que lo haya hecho pese a que su líder provoca rechazo fuera –y en parte– dentro de la organización.

–Que Podemos tenga un líder discutido es muy buena noticia para Podemos. Es un partido muy complejo de dirigir y de gestionar. Lo que llamamos Podemos es un aglomerado con un montón de siglas y los círculos que lo componen provienen desde distintos sitios. Ponerle una cara a todo eso, aunque sea discutida, es difícil y Podemos no se entendería sin Pablo Iglesias. El que ahora estén discutiendo a pecho descubierto sus planteamientos y objetivos con gente como Errejón es saludable y eso lo echo en falta en otros partidos como el PSOE. Que se sacudan dialécticamente. Eso es esencial y a largo plazo saludable.

–¿Qué llegará antes, la independencia de Cataluña o el tren Sevilla-Almería?

–Me preocupan más las comunicaciones de mi territorio que un debate político como la independencia de Cataluña. Además, para mí es más trascendente el Brexit que una presunta independencia de Cataluña, porque el dinero ya no tiene fronteras. Los lazos reales son tan sólidos, no los de las banderas, que en el caso más extremo solo habría un cambio de nombre de las cosas.

La libreta «colorá»

Profesión: periodista. También se define como caminante, estudiante de música, amante de los amigos, del románico, de los bares y cosas así. Siempre acompañado por su «libreta colorá», un diario de vida, hecho blog y con presencia en las redes sociales.

Por qué está aquí: Ha publicado «333 historias de la Transición» en el que da voz a los protagonistas de esta etapa histórica. «El libro ha quedado bien», confiesa. Trabaja en Radio Nacional de España y participa en tertulias de televisión. Y lanza un mensaje sobre cómo se está contando la realidad de este país: «Los medios no han estado a la altura de las circunstancias». Lo dice con cierta resignación porque aún cree en que hay que seguir buscando la fórmula para llegar al público aunque la «credibilidad del periodismo ha salido mal parada».