Madrid

Nobleza (ya no) obliga

Aunque el novio lucía el vistoso «uniforme de gala de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla», la boda madrileña de los duques de Huéscar (provincia de Granada, no se olvide) simboliza el distanciamiento, tal vez la ruptura, de la Casa de Alba con las raíces andaluzas que tanto cultivó su anterior titular. Carlos Fitz-James Stuart traía, se conoce, el pijerío incorporado de serie y nunca vio con buenos ojos la querencia castiza de su madre, que instaló su corte en la Casa de Dueñas, hoy malbaratada como atracción turística de tercera en una ciudad a la que le sobran sitios para visitar pero le faltan habitantes que dinamicen su actividad. La elección del cura oficiante, Ignacio Jiménez Sánchez-Dalp, fue la única concesión a la memoria de Cayetana, de quien el sacerdote del cuché fue confesor y amigo durante sus últimos años de vida. Al contrario, la clamorosa ausencia de Carmen Tello y Curro Romero, demostró cuán poco aprecio le profesaba la progenie al círculo íntimo de su madre. No se merecen el torero ni su esposa, que todavía hoy son un prodigio de lealtad y discreción, semejante agravio: nadie les escuchará media palabra de queja, por eso es más necesario que se mencione la ofensa siquiera desde una modesta columna. Sofía Palazuelo, la feliz esposa, no quiso lucir la tiara ceremonial de los Alba por no celebrarse el casorio en una catedral, como dicta el protocolo, y este detalle la anuncia como esa personalidad rotunda que podría revigorizar a la nobleza española, desnaturalizada a fuer de aburguesarse, seguramente acomplejada porque los apellidos ya ni siquiera empatan en reconocimiento social con los euros. Los únicos títulos prestigiados, a este paso, serán el de la Liga y el de la Copa.