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Odio

Registro en la casa de Sevilla del presunto yihadista detenido en Marruecos / Foto: Manuel Olmedo
Registro en la casa de Sevilla del presunto yihadista detenido en Marruecos / Foto: Manuel Olmedolarazon

Resultaría casi inhumano no experimentar empatía con esa pareja que vino de Marruecos, quién sabe si jugándose toda su hacienda o algo más, para que el pequeño Zouhair se criase amparado por el estado del bienestar, educado gratis para acabar formándose en la universidad y asistido por los servicios sociales si hubiese sido necesario; que si no lo fue, lo deberá al trabajo de sus progenitores, qué sé yo, de imaginaria en una obra o removiendo pañales a octogenarios. Entonces, cansado de ligar con aplicaciones de banda ancha o harto de cubatas a cuatro euros, cae el muy gilipollas en la cuenta de que los fieles a Alá viven oprimidos (no será él) por sus anfitriones y se hace yihadista vía Facebook para terminar pudriéndose en una prisión, en el mejor de los casos. Es para empezar a darle guantazos en Su Eminencia y no parar hasta el Rif, al niñato de mierda. Y claro que sus padres, ni cuantos van a la mezquita donde reza la familia Bouhdidi, no merecen, sobre la desgracia que les ha caído, cargar con la cruz (es un decir) del apartheid. Claro que no. Tampoco, sin embargo, caigan en la tentación (es otro decir) de forzar la suerte contraria porque el horno de la tensión no está para bollos multiculturales. Hombre, hombre... no me gimoteen posando de víctimas, que aquí el único que estaba dispuesto a emprenderla a bombazos con el prójimo era su encantador retoño, convencido por vete a saber quién, ¿seguro que ha sido todo por internet?, de que el Misericordioso promete el paraíso a los que dejen despachurradas por este valle de lágrimas las vísceras idóneas. Se previene contra el odio, nuestros biempensantes medios de comunicación los primeros, con buen criterio y mejor intención. Conste, eso sí, que por ahora el odio sólo va en un sentido: del mahometano (errado) hacia el cristiano.