Política

Sevilla

«Tierra de mujeres»: los espejos en los que nunca quisimos mirarnos

María Sánchez, veterinaria y escritora, recoge a través de la historia de su familia las renuncias femeninas en el mundo rural

La poeta, en una imagen tomada en su habitual lugar de trabajo, el campo, donde ejerce como veterinaria y de guía para alumnas en prácticas
La poeta, en una imagen tomada en su habitual lugar de trabajo, el campo, donde ejerce como veterinaria y de guía para alumnas en prácticaslarazon

María Sánchez, veterinaria y escritora, recoge a través de la historia de su familia las renuncias femeninas en el mundo rural

“Mi madre ha sido una completa desconocida para mí durante años. No quería parecerme a ella. No quería terminar como ella». María Sánchez reconoce cómo desde niña renegó de esas mujeres que permanecían en la umbría al servicio del marido, de los hijos, de la casa. Cómo creció anhelando parecerse a ellos, a los hombres, centro de todo: eran los científicos, pensadores, ecologistas, pastores a los que admiró. Sus tíos, su abuelo, su padre encarnaban lo que la María mujer sería. Sus tías, su abuela, su madre, justamente aquello de lo que huía. Todas recorrieron caminos similares: cuando llegaban a una determinada edad, debían ayudar en las tareas del hogar y en el campo, mientras los varones proseguían su formación. «Las mujeres de mi familia eran ejemplo de lo que yo no quería ser. No me cuestionaba nada, veía a mi madre como un ama de casa que no se había preocupado en estudiar ni en trabajar. Me enfadaba con ella, ni siquiera me preguntaba cuáles habían sido sus circunstancias», admite la escritora y veterinaria cordobesa. «Tiene que llegar el feminismo para quitarme esa venda y decir: no ha estudiado porque con 14 años la llevaron a la aceituna para que su hermano lo tuviera todo». Eran «hermanas de un hijo único», como definió la escritora portuguesa Agustina Bessa-Luís su infancia. La también poeta toma esa frase para describir cómo durante generaciones las mujeres quedaban relegadas a la oscuridad del trabajo callado y sumiso, hasta que el padre dejaba paso al marido. Su abuela Carmen fue una de aquellas niñas que crecieron en el campo andaluz, andando una hora para llevar la comida a los hombres, después de dejar la casa lista. La tatarabuela, la abuela, la madre. El alcornoque, el huerto, el olivo. «En los pueblos se asimilaba que debían dedicarse a eso». Ella dedica su último libro, «Tierra de mujeres», a «quienes trabajaron la tierra y la cuidaron y nunca los reconocieron». «Ahora tampoco se les reconoce. La gente no se da cuenta de que el campo que les gusta, ese paisaje, tiene una historia detrás. Y como no se conoce, no se valora», dice y se queja del «desprecio que hay hacia lo rural en toda España». «Hay un desconocimiento brutal por no saber cómo se trabaja la tierra, los tiempos... de no saber nada. A nuestros pastores y ganaderos extensivos se les debería pagar por proteger el territorio porque son guardianes de la biodiversidad y de nuestras razas autóctonas. El trabajo que hacen no está ni lo suficientemente reconocido ni remunerado», remarca. Y en el caso de las mujeres, ni reconocidas ni remuneradas. Carmen abuela le regaló hace en su día un ajuar «de mujer independiente». «Mi abuela es la primera que me dice que no me case, que estoy muy bien sola, que tenga mi trabajo, que viaje... Caemos en el error de creer que la gente no evoluciona. Nos metemos en la cabeza esa idea de mujer machista de pueblo y es todo lo contrario», asegura Sánchez.

Su enfado con la mujer rural volvió el año pasado cuando en la histórica huelga feminista muchas de ellas no salieron a las calles. Luego comprendió: «La indiferencia no existe en los pueblos, aquí todos se conocen. Todos saben de lo bueno y de lo malo», escribe. El viernes pasado, ella volvió a hacer huelga y a salir a protestar. «Hay un hermanamiento y lo noto mucho con las alumnas de prácticas de mi facultad. Han creado el aula feminista, hablan abiertamente de abusos, de conductas machistas... Antes sabíamos que pasaban cosas pero no las cuestionábamos –lamenta–. Tú eras la que sentías vergüenza y pensabas que no te iban a creer, te sentías incluso culpable si te ocurría algo».

Su profesión de veterinaria de campo la «heredó» del abuelo y el padre. Para ilustrar el avance experimentado, cuenta cómo una compañera de su padre en Veterinaria debía salir de clase cuando en el temario explicaban la reproducción. Era el año 1978. «Soy optimista, han cambiado muchísimo las cosas, pero todavía nos quedan muchos 8M». Y queda también la brecha campo-ciudad. «Estoy cansada de enfrentarlos. Nos necesitamos mutuamente», asegura.