Andalucía
Vida de santo
Media vida en África, justo eso, y se la ha dejado entera allí. Antonio César Fernández, pozoalbense de la quinta del 46, marchó a las misiones en 1982, con 36 años, y ha muerto en Burkina Faso con 72. El misionero salesiano, entre lo mejor de lo mucho bueno que da la Diócesis de Córdoba, no sobrevivió a los disparos de unos asaltantes que lo atacaron el sábado cuando, junto a otros dos religiosos, regresaba a Uagadugú, la capital del viejo Alto Volta, una de las naciones más pobres del mundo. Si los asesinos eran yihadistas o simples delincuentes comunes, poco importa, porque Antonio César se ha entregado al martirio por su Fe: nadie se sumerge durante casi cuatro decenios en el lodazal en el que malviven los más desheredados de la Tierra si no lo hace empujado por una fuerza trascendente. Llámese Dios o llámese como se quiera, la santidad es esto: entregarse al prójimo sin esperar más recompensa que el amor. En su provincia natal, a cuenta de la inmatriculación de la Mezquita-Catedral, se ha desatado una campaña de hostilidad sin precedentes hacia la Iglesia Católica que, con todas sus fallas, es la institución a la que recurren para realizar su obra nuestros conciudadanos más admirables. No hay que ser un meapilas, no. Basta simplemente con dedicar un rato a conversar con Achille, un entrañable amigo burkinés empeñado en mejorar las condiciones de vida de sus compatriotas, para comprender la magnitud de la labor asistencial de los misioneros en aquellas desdichadas naciones. Cualquiera de sus relatos –cómo se enfrentan armados con una sencilla sonrisa a los atroces señores de la guerra que secuestran a los niños en las aldeas, por ejemplo– sobrecoge al más ateo de la taberna, esos basureros de odio que confunden adrede la laicidad con el anticlericalismo. ¿Verdad, Carmen Calvo?
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