Historia

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Vidas y el milagro de las moscas

La Razón
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A San Narciso, patrón de Gerona, le atribuyen el conocido como milagro de las moscas. Mártir en la protohistoria de la Iglesia, después de nueve siglos de serle leve la tierra, el santo provocó nada menos que la expulsión de las tropas borgoñonas, el enemigo de entonces, una hazaña que lo consagró como protector del mismísimo terruño donde Carles Puigdemont se forjó en esto de la política como alcalde. Fue alcanzar las tropas invasoras el sepulcro del santo y oscurecerse la ciudad entera. La luz del sol se ocultó a causa de una repentina nube de moscas que acabó matando a mordiscos a 20.000 soldados y a 4.000 caballos extranjeros, según registran los martirologios de la época. De la Edad Media a la Edad Mediocre, la diferencia es la que existe entre el antiguo obispo de Gerona y el antiguo alcalde, ahora también antiguo presidente y futuro patrón de las moscas. A Puigdemont, la historia le depara el destino de ese insecto que huye a la llegada del frío y que tiene querencia por la putrefacción. La mentira puede ser cochina, la mosca lo vive por naturaleza. Al detritus moral de los políticos independentistas lo sobrevuelan círculos de moscas carroñeras capaces de perforar con sus trompas las pieles de los bueyes y hasta de los elefantes. Si en la Antigüedad se creía que los monos de Etiopía se hacían los mudos para que no los hicieran trabajar, ahora se cree que las moscas de Bruselas se hacen las trabajadoras para que no las hagan hablar. O, si acaso, con sordina, al ritmo del trompetín y el circo de pulgas y marionetas de Gabriel Rufián y de las CUP, los abanderados de la ideología del mambo. Ay, el pensamiento. Ya lo dijo alguien, la filosofía no es más que enseñar a la mosca a escapar de la botella. Pero la botella da más publicidad que pensar.