Cómic
¿Alguien ha visto a mi detective favorito?
El BCNegra abre sus puertas con una exposición en la biblioteca Jaume Fuster dedicada a los añorados Bolsilibros de Bruguera, aquellas novelas de género escritas bajo pseudónimo que dominaron los quioscos desde los años 50 a finales de los 80
El BCNegra abre sus puertas con una exposición en la biblioteca Jaume Fuster dedicada a los añorados Bolsilibros de Bruguera
No es fácil escribir una historia con un dolor de cabeza terrible, de esos que te martillean las sienes y no te permiten abrir los ojos. Aprietas el cráneo con la palma como si pudieses deshacer el nudo que te está estrangulando, pero no hay nada que hacer. Quizá golpearte y quedar inconsciente, pero no es una opción, porque estás llenos de remordimientos y la parálisis es total, excepto los temblores. Y crece una gran sensación de fracaso y decepción, con una absoluta falta de perspectivas e ilusión. No es fácil, sobre todo porque ese dolor de cabeza no se marcha nunca, y duele, y confunde, y asusta, y no hay forma de inventar nada que no esté invadido por este malestar... Y lo vuelves a repetir. No es fácil escribir una historia con un dolor de cabeza terrible.
Y, sin embargo, hay escritores que lo hacen, que no tienen otro remedio, que no se pueden permitir tumbarse en la cama y mandarlo todo al infierno, esperando que mañana será otro día. Porque en la vida de estos escritores, mañana siempre es el mismo día, el día que hay que escribir. Sí, hay cosas peores, como la tiña, el boludismo o la bomba atómica, pero...
Escribir no tiene nada que ver con la facilidad, tiene que ver con la necesidad, un nervio superior a cualquier impedimento. Que se lo pregunten a Peter Debry, Ralph Barby, Frank Caudett, Lon Carrigan, Peter Kapra, Curtis Garland, Silver Kane, Clarck Carrados, Joe Mogar, todos grandes escritores, todos prolíficos, todos ficticios, pseudónimos anglosajones de escritores locales que decidieron olvidar sus dolores de cabezas mentiéndose en la piel de otro, Y lo hicieron tan bien que la mayoría firmaron hasta una centena de estas historias.
En los años 50, los kioscos nacionales se llenaron de novelas de bolsillo a duro con historias fantásticas, imposibles, rimbombantes, hiperbólicas, gargantuescas, maravillosas que sólo buscaban una cosa, que los lectores lograsen ese estado de evasión que les hace olvidar por unos segundos que la vida es gris y que el color sólo está en la pantalla. En estos libros el color estaba en las venas de los lectores, que vivían las emociones que tanto deseaban en esas páginas y se creaían lo que fuese porque la emoción era tan grande y fantástica que no la iban a poner en cuestión ni un segundo. ¡Ni hablar! Cowboys, vaqueros, soldados, detectives, criminales, marcianos, espías, era como vivir en una película de Hollywood y ser el protagonista, inteligente y seductor, que se quedaba con el tesoro. y su risa provocaba desprendimientos.
La editorial Bruguera fue el motor de la edad de oro del pulp español con los llamados «bolsilibros». Ayer arrancaba una nueva edición de BCNegra y lo hizo con un homenaje a todos esos grandes autores que llegaron a quedar sepultados por la popularidad de sus pseudónimos. La biblioteca Jaume Fuster reunió ayer por la tarde a autores míticos como Rafael Barberán y Àngels Gimeno, pareja que firmaba bajo el alias Ralph Barby, convirtiéndolo en el mejor escritor de terror de su época, o Francisco Javier Gómez, alias Lem Ryan, otro maestro de la literatura rápida y explosiva.
Juntos inauguraron la exposición «Secretos de bolsillo» en la que se recuperan primeras ediciones de estas novelas y se reproducen algunas de sus ilustraciones descubriendo a los autores verdaderos detrás de los pseudónimos. «Era una explosión de color en ua época muy gris. Todas estas series de novelas fueron papel con el que emborrachar la cabeza de investigaciones y luchas, o lo que es lo mismo, de inteligencia y coraje, a los lectores», explica el crítico y experto en novela de género Joaquim Nogueiro.
Cada semana, los kioscos reclamaban novedades, lo que hicieron que estos autores tuvieran que escribir rápido y sin autocrítica, permitiendo una de las literaturas más libres y lúdicas de la historia. Todos eran niños jugando a cowboys o a cacos y ladrones. Nacieron de la crisis del papel en plena posguerra española, con un formato muy pequeño, letra diminuta y un interlineado al límite, que planteaban historias autoconclusivas, siguiendo la estela de las traducciones de grandes del género como Agatha Christie o Edgar Wallace.
Autor más allá del nombre
Entre las curiosidades que encierra esta época heroica de la escritura hay que saber que nombres como el Nobel Ramón y Cajal, el actor Paul Naschy, el humorista Antonio Mingote o el escritor Terenci Moix pasaron por esta cantera literaria firmando bajo pseudónico algua de estas historias extravagantes. Entre las figuras más recordadas están las de Silver Kane, seudónimo de Francisco González Ledesma (1924-2015), el creador del comisario Méndez, o las novelas de espías de Francisco Caudet Yarza (1939-2018), alias Frank Caudett. Aunque la joya de la corona era Curtis Garland, alias Juan Gallardo Muñoz, que puede presumir de haber firmado hasta un total cercano de 2.000 títulos. Si eso no es un récord que venga el libro Guiness y se los beba.
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