Política
Évry, la primera vez de Valls
El ex primer ministro francés fue alcalde de este municipio situado al sur de París durante más de una década entre 2001 y 2012
La familia Atmaca tiene un restaurante de comida turca a pocos pasos de la estación de tren de Évry, la localidad en la que Manuel Valls forjó su carrera política como alcalde durante más de una década hasta que saltó a la arena nacional en 2012 de la mano del expresidente Hollande.
La familia Atmaca tiene un restaurante de comida turca a pocos pasos de la estación de tren de Évry, la localidad en la que Manuel Valls forjó su carrera política como alcalde durante más de una década hasta que saltó a la arena nacional en 2012 de la mano del expresidente Hollande. «Es un político sólido y con valores», cuenta el hijo del dueño mientras sirve kebabs con patatas fritas para llevar. El buen recuerdo de la gestión de Valls aún perdura en muchos rincones de Evry, pero está lejos de ser unánime, especialmente entre los inmigrantes de esta ciudad obrera de 54.000 habitantes situada a media hora en tren al sur de París.
A las puertas del mismo establecimiento, Myriam, una joven musulmana que ha crecido toda su vida en el municipio, acepta que Évry es un lugar donde «se convive con libertad y respeto» pero reconoce que su opinión de Valls cambió diametralmente cuando éste dejó la alcaldía para tomar las riendas del ministerio del Interior. Por entonces, corría 2013, Valls era el ministro mejor valorado de Hollande y no dudaba en dar órdenes para desmantelar campamentos de gitanos rumanos y búlgaros y expulsar a sus ocupantes alegando que generaban «mendicidad y delincuencia». Las políticas migratorias de Valls hicieron que perdiese la simpatía de la comunidad musulmana, «que hasta entonces sí le quería» contaba para LA RAZON en 2017 el mismísimo fundador de la mezquita de Evry, Khalil Merroun, un ceutí amigo personal de «Manuel» como reconoce llamarle cariñosamente. «Le he dicho que tiene que explicarse mejor con la comunidad musulmana. Antes le querían mucho, los musulmanes votaban Valls. Ahora ya no lo quieren», nos relataba días antes de que Valls perdiese las primarias socialistas que lo apartaron de la carrera por el Elíseo el año pasado.
Merroum confesaba que tuvo varios quebraderos de cabeza para justificar ciertas actuaciones de Valls como primer ministro frente a los fieles de su mezquita, y define al actual candidato a la alcaldía de Barcelona como «político de raza, inteligente y ambicioso». Una ambición que le reconocen casi todos los lugareños de Evry. Quizás por ello desconfíen de las intenciones de Valls de quedarse en Barcelona aunque pierda en las municipales de 2019. «Si pierde en Barcelona intentará otra cosa, es incansable el tipo», dice Sébastien, estudiante de la universidad de Evry que reconoce la capacidad de Valls de reinventarse a sí mismo una y mil veces para acceder al poder. «Cuando perdió las primarias socialistas se cambió al macronismo y al ver que tampoco allí lo querían mucho, ahora busca otro espacio fuera de Francia», opina este joven estudiante de Trabajo social, que no comulga con quienes añoran la gestión que Valls hizo del municipio. «Es un oportunista», sentencia. Véronique, también estudiante universitaria, matiza más su crítica al que fue su alcalde: «Que se vaya a Barcelona no me molesta tanto, son sus raíces y tiene todo el derecho a intentarlo. Pero las formas, no tanto. Hemos sido los últimos en enterarnos y somos nosotros los que hemos votado por él, para que sea diputado por nuestra circunscripción en la Asamblea Nacional».
A las puertas de la cafetería L´Annexe, justo detrás del edificio del ayuntamiento de Evry que Valls ocupó durante más de una década, dos clientes muestran cierta indiferencia hacia la aventura política catalana de quien en su día fue su alcalde. Ya en el interior, el propietario, Isaam, un quinquagenario de origen libanés, dice conocer bien a Valls. «Venía mucho al bar, era como su casa, donde podía relajarse y ser simpático. Solía pedir una botella de agua con gas».
Si algo tiene el exprimer ministro galo es una infinita capacidad para no dejar a nadie indiferente, la misma que tiene para reinventarse a cada paso en su vida política. No sólo en Evry, sino casi en cualquier rincón de Francia es raro encontrar a alguien que no sienta algún tipo de pasión encontrada frente a él. Incluso el pasado martes, en su despedida como diputado de la Asamblea Nacional, ese clima estaba presente. «¡Hasta nunca!» rezaban algunas pancartas que mostraban diputados del partido de la izquierda radical, la Francia Insumisa. Mensaje compartido por la ultraderecha de Marine Le Pen, quien siempre ha tenido en la figura de Valls a uno de sus grandes enemigos. «Un sectario», lo calificó Le Pen en su despedida haciendo un llamado a los barceloneses para que «no se dejen conquistar por su aparente lado dulce porque la caída será grande». Y frente a ello la cuidada actitud de la mayoría presidencial de Macron. Reconociendo a Valls, pero sin pasarse. Una especie de actitud moderada que ya diseñó el equipo de Macron frente a la erosión que podría ocasionarles la por entonces quemada y polarizadora figura del exprimer ministro. El «macronismo» nunca despreció a Valls, pero tampoco quiso alardear de tenerlo en sus filas. Valls comenzó a pensar en Barcelona cuando entendió que nunca escalaría más con el actual inquilino del Elíseo. «Lo que la Asamblea pierde, lo gana Europa», dijo elegantemente para despedirlo, quizás con cierto alivio, el presidente del hemiciclo, Richard Ferrand, hombre de total confianza de Macron.
La polarización que Valls expande a cada paso se refleja también en la que fue su casa de toda la vida, el partido socialista francés, al que se afilió con 17 años cuando apenas empezaba sus estudios de Historia en París. Su primer cargo de importancia llegó de la mano de Lionel Jospin quien le designó su responsable de prensa. Valls, llamado a ser el heredero político del exprimer ministro socialista Michel Rocard, siempre encarnó el alma más centrista de un partido que hoy está en ruinas, con intención de voto que apenas alcanza el 5% de cara a las próximas europeas de 2019. Si bien es cierto que muchos simpatizantes socialistas culpan de esta situación a las políticas socioliberales de Hollande y Valls en el quinquenio pasado, para otros el razonamiento no es válido puesto que Francia volvió a apostar por el liberalismo con la elección de Macron, que al fin y al cabo, salió de ese mismo gobierno. Entre las ruinas de lo que queda de PS, las dos almas siguen estando presentes: la que critica a Valls por haber confundido autoridad con autoritarismo durante su etapa de primer ministro y los que entienden que Valls encarna a la perfección lo que debe ser una socialdemocracia del siglo 21, laica, moderna y liberal.
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