Arte, Cultura y Espectáculos

Los artistas más maniáticos y ¿peligrosos?

Los artistas son grandes supersticiosos, pero algunos llevaron sus manías un poquito demasiado lejos, de Coco Chanel a Georgia O’Keefe, Charles Dickens o Virginia Woolfe, demostrando que no existe cabeza cabal sin incongruencias

Retrato de la artista Georgia O’Keeffe en el tejado de su Rancho Fantasma
Retrato de la artista Georgia O’Keeffe en el tejado de su Rancho Fantasmalarazon

Los artistas son grandes supersticiosos, pero algunos llevaron sus manías un poquito demasiado lejos, de Coco Chanel a Georgia O’Keefe, Charles Dickens o Virginia Woolfe, demostrando que no existe cabeza cabal sin incongruencias

Graham Greene tenía la manía de decir su nombre cuando le presentaban a una persona gritando. Mary McCarthy solía coger las manos de las niñas en la calle porque lo que más temía era ver a una niña caerse. Henry James nunca levantó una taza de té, sólo lo lamía a escondidas como un gatito. Cervantes siempre llevaba una zanahoria en el bolsillo porque creía que así no podía escribir algo tan ridículo como llevar una zanahoria en el bolsillo. Los artistas más geniales de la historia están llenos de manías y supersticiones. Todas estas son falsas, pero desde luego no son más ridículas y fantásticas como las reales, demostrando que la cabeza cabal no existe sin incongruencias y majaderías.

Por ejemplo, se sabe que Charles Dickens escondía un trastorno obsesivo compulsivo que le hacía ahcer cosas raras, como peinarse 140 veces al día o la necesidad de tocar tres veces todas las cosas. Además, dormía siempre mirando hacia el norte, lo qu ele obligaba a tener siempre consigo una compás marítimo o una brújula. Creía que así escribía mejor o que abría mejor su creatividad. Hizo este pequeño gesto toda su vida y recordemos que escribió en ese tiempo «grandes esperanzas», «Oliver Twist», «Casa desolada», «Historia de dos ciudades» o «La tienda de antigüedades», así que está claro que funciona.

Otro ejemplo de artista maniático era la pintora Georgia O’Keefe, adoradora de paisajes y flores, pero que la gente le parecía demasiado movida y ruidosa. «Ojalá las personas fueran árboles, creo que las disfrutaría entonces. Mi agradable disposición prefiere un mundo sin nadie», aseguraba. Su cabezonería era tal que siempre pintaba sus cuadros en su viejo Ford T, un coche que siempre fue su único estudio y que se llevaba a todas partes. Aseguraba que era el mejor sitio para crear ¿Funcionaba? Sus paisajes e increíbles flores demuestran que sí. Sus obras maestras debían ser cuando el coche apuntaba al norte.

El anecdotario, a partir de aquí, es infinito. El compositor Giacomo Rossini, al ser calvo, no se quitaba nunca su peluca. Es más, los días de frío, se cubría la cabeza con dos o tres pelucas. No le ayudaban a componer, o al menos no hay pruebas evidentes de que las llevase para componer mejor. ¿Se compone peor con tres pelucas? Está claro que no, si pensamos en «El barbero de Sevilla» o «Guillermo Tell».

Paradójicamente, parece que los hábitos son fundamentales en para creación. Pensemos, por ejemplo, en Víctor Hugo, que pedía a sus criados que le ocultasen toda su ropa para que, al estar desnudo, no pudiese salir de casa y tuviese que dedicarse por entero a escribir. ¿Escribió «Los miserables» desnudo? No es tan increíble si pensamos en la desnudez emocional de sus personajes. Otros que les gustaba escribir desnudos eran Benjamin Franklin, que encima abría la ventana de par en par, o Agatha Christie, que lo hacía en la bañera. ¿Escribió «Diez negritos» en un baño de espuma? Difícil de saber. Mejor que escribir de pie, como Virginia Woolfe, salvo Hemingway, que lo hacía desnudo y de pie. Hay otros, como Faulkner, que incluso escribían a máquina con los pies

Dentro de la locura de los grandes hombres, no hay historia más triste que la de Otón I, rey de Baviera, que nunca gobernó por sus problemas mentales. Es uno de los únicos casos documentados de cinantropía, trastorno que te hace creer que eres un perro. Pero su caos mental tuvo muchas fases desde que se diagnosticó severa en 1875. Durante uno de sus hábitos para mantener la cordura era matar a un transeunte desde su habitación nada más levantarse. ¿Lo hizo? Estos alemanes son un desastre. En realidad no. Sus consejeros le daban cada mañana una pistola de fogeo y en la calle siempre aparecía una misma persona vestida diferente que al oír la descarga se tiraba al suelo y fingía estar muerto.

Ya lo decía Bertrand Russel: «El miedo es la principal causa de la superstición y una de las mayores causas de crueldad. Conquistar el miedo es el principio de la sabiduría». Todas estar personas tenían miedo, incluso terror, pero no eran peligrosos.