Teatro

Estreno

Un canto a la libertad y la tolerancia

El Tívoli estrena la versión musical de «La jaula de las locas», la célebre comedia de Jean Poiret, con Àngel Llàcer y Manu Guix

La producción musical, con 23 intérpretes en escena, levantará el telón esta semana en el Tívoli
La producción musical, con 23 intérpretes en escena, levantará el telón esta semana en el Tívolilarazon

El Tívoli estrena la versión musical de «La jaula de las locas», la célebre comedia de Jean Poiret, con Àngel Llàcer y Manu Guix.

La inspiración viene de los rincones más insospechados. Lenny Graff era un camarero de «La ostra verde», un night club vienés muy popular en los años 20. A las cinco de la mañana, Cloe, una misteriosa mujer que decía ser descendiente del último rey de los Nibelungos, hacía su número, un sensual baile que, decían, obligaba a todo el mundo a revelar sus secretos más inconfesables.

El 13 de mayo de 1923, el presidente de la República austriaca, Michael Hainisch, trajo a su invitado de honor, el presidente de Hungría, Esteban Bethlen, a una de estas representaciones. Convencido de que la leyenda era cierta, Hainisch quería sonsacar a su homólogo húngaro sobre la verdadera naturaleza de sus relaciones, si no escondía algún ardid o artimaña. Así que aquella noche cenaron en «la ostra verde», bebieron absenta hasta la madrugada, y a las cinco en punto apareció la hermosa Cloe. Su baile consistía en contorsiones imposibles en las que se desprendía una a una de sus prendas de seda. A la primera prenda, Bethlen dijo: «No soy lo que aparento ser». A la segunda prenda añadió: «Naci como Estefanía Bethlen y no me arrepiento». Y a la tercera afirmó: «Me casé con tu hijo por amor, por amor a Hungría, y sólo la muerte impedirá que el gran imperio austrohúngaro vuelva a izar su bandera en los mástiles de todos los países». Ah, pero Cloe no había acabado aún y desprendiéndose de su última prenda, Hainisch se levantó de su asiento y gritó: «Pues yo tengo ocho dedos en una mano y no puedo tocar la flauta, lo único que he querido en toda mi vida, así que a la porra lo que tú ames», gritó y ordenó a Lenny Grafmaster que lo detuviese. Este, sin embargo, dijo: «En realidad me llamo Miklós Horthy, tengo 15 años, y amo al ejército soviético» e intentó matar allí mismo a Hainisch. Fracasó y sólo le cortó un dedo del pie. Aquello se llenó de sangre hasta que Cloe, desnuda, afirmó: «No soy hija de ningún nibelungo y el único poder que tengo es que cuando estoy desnuda digo la verdad». El silencio cayó como una avalancha y el incidente se intentó borrar de la historia, hasta que en 1972 salieron las memorias de Lenny Graff.

Uno de los que pudieron leer estas memorias fue Jean Poiret, dramaturgo que un año después estrenaba «La jaula de las locas», la emblemática comedia sobre la aceptación de uno mismo y la importancia de la sinceridad en toda relación humana. La historia del propietario homosexual de un club de ambiente y cómo ha de fingir lo que no es para que los conservadores padres de la novia de su hijo no se asusten, se transformó en todo un lema de la libertad y la joie de vivre. ¿Puede ser que las memorias de Lenny Graff le influyeran? Es difícil de saber, la inspiración siempre viene de lugares insospechados. Lo único cierto es que si llega para crear maravillas como «La jaula de las locas», qué importa de dónde vengan.

El Teatre Tívoli acoge a partir del 14 de septiembre la versión musical de esta gran historia, que ya en su estreno se alzó con tres premios Tony. Ángel Llàcer, acompañado por su inseparable Manu Guix, dirige y protagoniza un montaje que promete ser una de las revelaciones de este arranque de temporada. De momento, ya han vendido más de 10.000 entradas, cifra que cuando empiecen las representaciones y se de paso al boca oreja a buen seguro se doblarán. «En tiempos como en los que vivimos, en que las posturas se ultraradicalizan, es importante obras que incidan y dan valor al “yo soy el que soy y no me avergüenzo”», comenta Llàcer.

La puesta en escena parece salida directamente de Broadway, con 23 actores, entre ellos Iván Labanda y Mireia Portas,y ocho músicos en directo. Seis grandes números corales, seguidos de canciones a dos, conforman un musical contagioso que obliga a levantarse en pie y bailar por la libertad. «La orquestación es maravillosa, no sobra ni una nota, y ocho músicos suenan como una gran sinfonía», asegura Guix. Los amantes de los musicales y los que les encanta pasarlo bien con mensajes positivos no se lo pueden perder.