Iñaki Zaragüeta
Adiós, amiga
La muerte nunca duerme. Disfruta cuanto más daño provoca. El viernes se ocupó de una mujer maravillosa, intelectual, periodista, inquieta, esposa, mujer y madre. Marina Izquierdo, compañera y amiga, no pudo más, se entregó a la insaciable parca allá donde crece la vegetación del trópico, donde el mar baña a través de sus canales un sinfín de islotes, donde abundan las palmas. Miami se convirtió en su definitivo y maldito final. Si veinte años no es nada, veinticinco es menos que nada. Entonces, parece que fue ayer, recuerdo cómo dos redactores, Alberto y no sé si Manolo o Carlos, se presentaron en mi despacho valenciano del ABC verdadero, como lo denomina Luis María Anson, con una joven entusiasta pidiendo trabajo. «Soy licenciada en Filología». «Yo no contrato licenciados en Filología, contrato periodistas», respondí. «Ya lo sé, pero mi vocación es el periodismo, quiero ser periodista» afirmó con convicción. Transmitió tal entusiasmo, que le dije «comienza mañana». Fue uno de los mayores aciertos de mi vida profesional. Su hambre de saber, su vocación, la convirtieron en licenciada en Periodismo en un suspiro y la catapultó a distintos puestos de responsabilidad. El amor la llevó por los confines del mundo, por amor a Gabriel y a sus hijos, y la derivó a su otra pasión: la poesía. Premiada poetisa. Sus libros quedan como legado para los amantes de la lectura. Marina, eres de las personas que dejan surco de sensibilidad y armonía. Tan sensible como para no distraernos con tu último sufrimiento, de años, ¡maldita sea la de la guadaña! Una vez más, siembra dolor y amargura. Seguirás con nosotros, y ese recuerdo, como decía Shakespeare de un beso, algo así «lo partiremos en pequeñas estrellas y de tal forma adornará el firmamento, que el mundo entero se enamorará de la noche y no rendirá culto el resplandeciente sol». Adiós, amiga, descansa en paz. Así es la vida.
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