Sociedad
Paellas a lo grande. El tamaño (no) importa
El domingo empieza muy temprano. Las próximas horas van a merecer la pena. En plena performance logística dominguera de la paella multitudinaria nos informan del fallecimiento del maestro Galbis. La jornada de un día como hoy, polariza los recuerdos y aúna voluntades nostálgicas. El empeño emocional de los asistentes al encuentro gastronómico obliga a recordar los records del patriarca de las paellas gigantes. Hay leyendas culinarias que conviene desterrar de vez en cuando.
Los recuerdos acuden con puntualidad periódica. Récord Mundial en 1992 al cocinar una paella para 100.000 personas en Valencia. Nueve años más tarde, en 2001, consigue batir su propio record guinness realizando una paella gigante en Madrid para 110.000 participantes. Aunque somos conscientes que ninguna lógica frena pasiones y afectos, a veces vivimos atrapados en la burbuja del recuerdo de históricas paellas gigantes que colapsan nuestra memoria.
Historias gastrónomas esculpidas en el paladar, paellas (ir)repetibles carentes de tabúes culinarios. En suma, lecciones del paso de su existencia por convicción culinaria y quijotismo hostelero. Cocinero fetiche con una declaración de principios clara. Nunca ha existido tan alto consenso. Su popularidad era unánime. «Mañana paella, viene Galbis...» decían. Esa era la consigna. Amplifiquemos el homenaje, honrándolo en futuras paellas gigantes, esa sería la mejor forma de reafirmar su figura.
Mas allá del «pintoresquismo gastrofestivo» que concitan actualmente las paellas multitudinarias. Hay demasiados signos que nos advierten de la fortaleza de esta fórmula. La paella gigante se convierte en la «niña de los ojos» de miles de comensales que abarrotan las plazas. Estas paellas constituyen un género específico, de venerable tradición, que alimenta, año tras año, su propia leyenda.
La profundidad emocional festera y el impetuoso entusiasmo gastronómico dan lugar a una cultura culinaria popular. Es la estrella del verano festivo. Aunque su fondo culinario no varía con la estacionalidad, hay que reconocer que se mueven entre la autenticidad y el modo sui géneris.
Las paellas gigantes son una inmersión gastrónoma y social en paralelo. Escenas culinarias formidables y lienzos sociales que se entrelazan. La fertilidad relacional de estos encuentros es evidente y su vocación gourmet (in)discutible. No se hacen necesarios describir los pormenores hosteleros. No es fácil llegar libre de prejuicios culinarios para hablar de las paellas gigantes. No debemos enzarzarnos en discusiones gustativas en las que seria difícil, por no decir imposible, ponernos de acuerdo, al hablar con el léxico cualitativo, de ciertas «macropaellas».
La cosa funciona de este modo. Gastrónomos, gastrópatas y miles de comensales anónimos se coaligan, masivamente, para degustar paellas multitudinarias por causas (in)determinadas. Aunque hay quien dice que el publico tiende a fijarse más en el envoltorio que en el valor real de lo que viene en la paella. Tenemos serias dudas. El consenso gourmet vecinal tiene un correlato gustativo, más o menos exacto, en la larga cola donde se revela una columna de amantes de la paella en cualquier circunstancia.
Aunque algunos puristas de la cosa y de la causa arrocera no se muestran partidarios de esta actividad gastronómica. La logística de una paella gigante es un elogio al trabajo profesional bien hecho, concienzudo, sin apresuramientos, realizado con una conciencia vocacional, responsable, en la que el arroz tiene la última palabra.
Las paellas gigantes desembarcan en las plazas, con una impactante puesta en escena de la mano del maestro cocinero, bajo la dirección musical de la banda local que ameniza la espera. Los neófitos comensales, venidos de otros lugares, son indiscretos testigos de la conmovedora logística y del brío culinario. Su fascinante visualización antes, durante y después se convierte en un recorrido gráfico elocuente. Se alejan de lo solemne para alcanzar lo popular. Algunas resultan histriónicamente (in)soportables durante la espera, pero la mayoría son apasionantes y didácticamente desmesuradas. Paellas a lo grande, el tamaño (no) importa.
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