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¿Quién es el misterioso «fantasma del flamenco» de Sol?

Bajo la capucha de este talentoso guitarrista se esconde Lukitas Puente, cuya voz rasgada es consecuencia de un apuñalamiento casi mortal. Esta es su historia.

El Metro de Sol es el escenario habitual en el que Lukitas despliega su talento. Sin embargo, debe interrumpir su actuación cuando viene la Policía. Reportaje fotográfico: LUIS DÍAZ
El Metro de Sol es el escenario habitual en el que Lukitas despliega su talento. Sin embargo, debe interrumpir su actuación cuando viene la Policía. Reportaje fotográfico: LUIS DÍAZlarazon

Bajo la capucha de este talentoso guitarrista se esconde Lukitas Puente, cuya voz rasgada es consecuencia de un apuñalamiento casi mortal. Esta es su historia.

Miércoles. Caída del sol. La Puerta del Sol llena de turistas y de madrileños apresurados. Al margen de la algarabía, suena, de fondo, una voz rasgada acompañada por una guitarra española. Flamenco en pleno centro de Madrid. No, no es Antonio Orozco que ha decidido dar una actuación improvisada. La música nos dirige hacia una de las bocas de metro. Allí, oculto bajo una capucha toca Lucas Puente. Hace menos de media hora que se ha enchufado al bafle portátil que transporta y ya ha creado un amplio círculo a su alrededor. Son las nueve de la noche y Sol está más animado que nunca. Lukitas Puente –su nombre artístico– va encadenando versiones del «Sarandonga» de Lolita con letras de Sabina. No hace pausas entre una y otra. A medida que le van llegando peticiones, él las interpreta. Su mano se mueve a toda velocidad, pero con exacta precisión. Tiene un don y lo sabe. Desde el pasado noviembre, Madrid se ha convertido en su hogar. Le ha dado un giro de 360 grados a su vida en Buenos Aires, donde nació hace 33 años. Una puñalada por la espalda le hizo replantearse todo. Dejó atrás su vida burguesa y voló a España para cumplir con una promesa: «Le dije a mi abuelo que algún día tocaría flamenco en la capital. Y aquí estoy», explica a LA RAZÓN.

Hace algo más de un año, Lucas salía de trabajar del salón de fiestas que regenta desde que apenas era un adolescente. Un lugar muy conocido en Buenos Aires por las celebraciones de «quinceañeras».

Varios ladrones le atacaron por detrás con la intención de robarle. «Me asestaron una puñalada que se quedó a unos milímetros del corazón y de la columna vertebral». Le podían haber dejado paralítico o, casi peor, «podría haber muerto». Fue desde la cama del hospital, donde permanecía inmóvil, entubado, cuando recordó aquella promesa que le había hecho a su padre. Tomó una decisión: volvería a España e intentaría tocar lo que le había enseñado su abuelo, su familia gitana. Y a ver qué pasaba. Lo que no se esperaba es que a la gente le gustara su nueva voz. «Antes no sonaba así, no tenía la voz rasgada. Al retirarme los tubos, me rasgaron las cuerdas vocales y éste fue el resultado».

Cuando aterrizó en España, lo primero que hizo fue ir a Galicia, de donde era originario su abuelo paterno, para tirar allí las cenizas de su padre. Luego viajó a Granada, la que es, para muchos, una de las sedes del flamenco. Allí «fue donde me arranqué a cantar por primera vez. En el Mirador de San Nicolás». Un viandante le dio 20 euros y «así supimos que tenía algo entre manos, que tenía arte». Le animaron a seguir cantando y decidió probar suerte en la capital. Sabía que siempre iba a terminar aquí. «Fue en la plaza de Jacinto Benavente donde lo intenté por primera vez. Tengo muchos amigos gitanos que dicen que no parezco argentino porque a mí lo de cantar tangos no me va». También funcionó. De ahí a Sol.

Lucas se transforma cuando coge la guitarra y empieza con el rasgueo. Intenta colocarse siempre en el mismo lugar, oculto bajo un cartel de cercanías. Su capucha le oculta. «La gente que me ve se cree que la llevo por gusto, por crearme un personaje. Pero no es así» y explica: «Una de las consecuencias del ataque que sufrí es que me han quedado secuelas en un pulmón y si cojo frío me pongo muy malo». Apenas corre una brisilla, pero el ímpetu con el que interpreta cada una de sus canciones le hace sudar a los pocos minutos. «Si el viento se une a la transpiración me pongo malo seguro». Es más, «siempre estoy congestionado». Ese problema respiratorio es uno de los motivos por los que huye del metro. «No me gusta, cuando he intentado tocar ahí dentro me ahogo», reconoce.

Canta muy pegado al micrófono, su público apenas ve su frondosa barba y la punta de su nariz. Las monedas, de uno, dos euros, de 50 céntimos... resuenan al chocar y caen sobre la funda de su guitarra. «Esto en Buenos Aires sería imposible. Se lo llevarían todo en un momento». Y él sigue cantando, con o sin demandas del público. «En realidad, esto es como ir a una casa de apuestas. No sabes con cuánto vas a salir», dice entre risas, rodeado de otros músicos callejeros que aplauden el éxito que está teniendo. «Lo de Lucas es una excepción. Es de los pocos que puede vivir de esto», afirma Richard, que se ha convertido en su manager.

Sin duda, el gran empujón se lo dio la persona menos pensada, pero también una de las más admirada por los artistas. El pasado 11 de mayo, Alejandro Sanz caminaba por la calle Preciados y se topó con su propia canción. «No sabía que estaba entre el público, y menos que me estaba grabando», dice Lucas con algo de rubor. Horas más tarde subía su vídeo a su perfil de Instagram con un comentario: «El mejor arte nace de dónde menos lo esperas. @lukitas_puente #EnCualquierEsquina #CorazónPartío». Ya cuenta con 365.000 visualizaciones. El argentino aún no se lo cree. «Amo el flamenco pop por él», añade. Tras este apoyo, no descarta presentarse a La Voz. Ahora más que nunca sabe que su voz es única.

El Metro de Sol es el escenario habitual en el que Lukitas despliega su talento

La elección de la capucha tiene una segunda intención. «Me escondo por Sol cada noche porque intento que la Policía no me corte el rollo», explica. Los agentes que patrullan por el kilómetro cero conocen bien su rostro y le dan un pequeño margen, aunque no todos. Son las 21:50 horas y uno de los vehículos policiales se abre paso entre la muchedumbre. Bajan la ventanilla a medida que se acerca al cantante: «A las diez cortas la música, eh», le indican. Él asiente. No quiere problemas, pero ya se conocen. ¿Cuántas multas llevas ya? Él duda, son tantas... «Unas cuarenta», se aventura a decir su «manager». Y cada una de ellas por una cuantía de unos cien euros. No ha pagado ninguna. Además, tiene un punto narcisista: «La verdad es que me gusta escucharme, por eso me molesta tanto que me pare la Policía».

Se siente querido, por eso no se plantea regresar a Argentina, aunque «las personas que trabajan para mí me dicen que si estoy loco. Patrón, ¿cuándo vuelves?», le preguntan. Ha pasado de dar órdenes en un despacho a vivir de la caridad de la calle. «El cambio fue muy fuerte, pero con el flamenco me transformo, me gusta en quien me convierto». Como buen argentino, tiene labia, pero mientras habla de su vida, su mano derecha puntea la guitarra. El duende le vuelve a llamar, quiere seguir tocando. Le dejamos. Él mira a los lados. No hay luces azules cerca. Se enchufa de nuevo al bafle. Acerca el micrófono a su boca y vuelve a cantar. Su público le espera.