Enrique Miguel Rodríguez

Arturo Fernández actor, personaje

La Razón
La RazónLa Razón

Arturo es actor y de los buenos, aunque muchos lo duden. Además es personaje. Lleva más de 60 años encima de los escenarios y delante de las cámaras del cine y la televisión. 40 años con compañía propia. Este periódico le ha concedido el premio Alfonso Ussía. Con tal motivo estuvo invitado en el programa de Susanna Griso. Las primeras preguntas fueron sobre sus declaraciones sobre la huelga general. En los programas televisivos no siempre se puede preguntar lo que uno quiere, primero por lo limitado del tiempo y, además, los presentadores tienen prioridad. Me quedé con muchos temas que hubiese querido comentar con Arturo, por eso aprovecho esta columna para desglosar algunos. El escándalo que ha producido en algunos que el actor dijera que eran muy feos los manifestantes hay que achacarlo a su ácido sentido del humor. También es verdad que tampoco era un desfile de hermosas odaliscas y bellos efebos. Además, a sus 80 años, se ha ganado el derecho a poder hablar con entera libertad, respeto a los mayores, en su caso a los mayorsísimos. Tiene la compañía de teatro privada más antigua del mundo de habla hispana, en cuatro décadas no ha pedido nunca una subvención. En su faceta empresarial ha conseguido una alta rentabilidad por algo tan elemental como que sus espectáculos han interesado al público, que ha llenado los teatros donde año tras año ha actuado. Recordé con el actor un curioso sucedido: el director de un teatro público le pidió su currículum para estudiar si lo programaba en la temporada. Arturo no se enfadó ni lo mandó donde se merecía el cretino gerente. El artista le dio las gracias por haberlo considerado tan joven como para tener que enseñar su carrera. Dio media vuelta y se marchó y nunca más volvió a tener ningún contacto con tan incapaz funcionario. Si añadimos a todo lo anterior que es guapo y elegante, en un país donde la envidia es una bebida que se toma con gran frecuencia, que tenga muchos detractores es lógico. Afortunadamente para el gran Arturo, las legiones de admiradores son infinitamente mayores.