Coronavirus

«Yo ya he bajado la persiana, la gente no viene»

Los comerciantes acogen con responsabilidad la medida tomó ayer de la Comunidad de Madrid de decretar los cierres de los establecimientos

El Barrio de Usera, con muchos comercios cerrados.
El Barrio de Usera, con muchos comercios cerrados.Cristina BejaranoLa Razón

Era la crónica de una decisión anunciada. No solo porque significa seguir los pasos que ha ido dando Italia para controlar la crisis sanitaria derivada del coronavirus, sino porque es lo que dicta la lógica. A nadie vinculado al negocio de la hostelería le sorprendió que a media mañana de ayer la Comunidad de Madrid decretase el cierre de los bares y de los restaurantes de toda la región, un esfuerzo más para tratar de contener el implacable avance del Covid-19. De hecho, algunos empresarios reconocían a LA RAZÓN minutos antes de que el Consejo de Gobierno que preside Isabel Díaz Ayuso anunciase la medida que no le veían sentido a alargar más la situación. «Yo ya he cerrado, la gente no viene. Es más, aunque cueste reconocerlo, no debería venir nadie», decía el gerente de un restaurante del distrito de Usera. En ese momento, en otro local cercano solo estaban su dueño, uno de sus camareros y un cliente habitual que apuraba una caña en la barra.

Las más de una decena de mesas del comedor estaban listas para acoger a unos comensales que nunca llegaron a cruzar la puerta de entrada. Y es que, a pesar de que las pérdidas económicas son para ellos un auténtico quebradero de cabeza, son conscientes de que lo primero es pensar en la salud de todos. Luego vendrá el momento de afrontar los efectos secundarios. «Creo que es el momento de hacer entre todos un ejercicio de responsabiliday el nuestro es éste», afirmaba otro. También lanzan un mensaje a sus colegas del resto de España: «Dentro de poco os tocará a vosotros, no hay otra forma de hacerlo». Porque, a pesar de las recomendaciones de las autoridades, de la campaña mediática y de que los expertos sanitarios y científicos han alzado la voz para reclamar ayuda a la población para frenar la curva de contagios, lo cierto es que ayer parecía que la única forma de dejar completamente desiertas las terrazas era prohibir su instalación por decreto. Pero la picaresca no desaparece con el virus e hizo acto de presencia en la capital. En el barrio de Legazpi, apenas media hora antes de que el presidente del Gobierno anunciase oficialmente que el país iba a entrar en el estado de alarma, un grupo de camareros se apuraba para simular que se encontraban retirando las mesas de la acera. Lo hicieron cuando vieron aproximarse un vehículo de la Policía Municipal. Estos rodearon el perímetro de su terraza con una banda roja y blanca. Y es que, al margen de los negocios hosteleros, la situación en

Madrid era ayer cuanto menos anómala. Si a principios de semana el paisaje se asemejaba al de un día del mes de agosto, cuando los madrileños huyen a destinos vacacionales, ayer la estampa se parecía más a la mañana de Año Nuevo: apenas un puñado de despistados se juntaban en la misma calle a pesar de que los termómetros superaban los 20 grados. Varios de ellos eran personas mayores, el colectivo con mayor riesgo de padecer serios problemas de salud a consecuencia del coronavirus. «Mis hijos intentan obligarme a no salir, pero yo no me voy a quedar dos semanas en casa por el virus ese», decía una mujer mientras miraba el escaparate de una zapatería. Lo que se veía era pocos niños. Para tratar de evitar que salieran a la calle, los efectivos policiales se afanaron en cercar los parques infantiles. A pesar de que los epidemiólogos constatan que la enfermedad no golpea con fuerza a los más pequeños, sí es sabido que son un foco de infección y que por ello es vital que permanezcan casa. Es un problema de todos.