Coronavirus

Encierro mayor por coronavirus: ellos también quieren salir

«Estoy loco por bajar a la calle», afirma Andrés Bartolomé, quien ha sustituido sus paseos por Madrid Río por la «ruta del pasillo»: «No llego a los 10.000 pasos, pero el sábado hice más de 8.000»

Andrés Bartolomé, jubilado de 75 años, espera ansioso poder salir a la calle a pasear
Andrés Bartolomé, jubilado de 75 años, espera ansioso poder salir a la calle a pasearLuis DiazLa Razón

En el momento en que empezó a cobrar forma el rumor de que el Gobierno se estaría planteando suavizar el confinamiento a los niños, el debate creció como la espuma. Pronto la opinión pública se dividió en dos frentes opuestos: los partidarios de las salidas controladas de los menores y los que las consideran un riesgo innecesario. Una vez que Sánchez anunció que, efectivamente, podrán salir a la calle a partir del 27 de abril, ahora la atención pasa a otros grupos para los que disfrutar un rato al día del aire libre puede tener innumerables beneficios: los mayores.

Como tantos otros a lo largo del país, Andrés Bartolomé ha visto alterada su rutina desde que comenzó el estado de alarma. «Estoy loco por salir», dice con humor en una conversación con LA RAZÓN. De hecho, su primera intención era seguir yendo diariamente a por el pan y el periódico, una costumbre que ya tiene muy arraigada, pero sus cinco hijos no le dejaron opción ni a él ni a su esposa: les tocaba quedarse en casa y dejarse cuidar. «Fue casi por imposición», recuerda. Ya se ha resignado.

Andrés, de 75 años, se jubiló hace ya más de una década, pero eso no ha significado que su actividad física decaiga: cuando le detectaron una cardiopatía hipertensiva su médico le advirtió de que era vital que saliese a caminar todos los días. No le costó nada adquirir esta buena costumbre. «Antes de esta situación, me levantaba por la mañana, desayunaba, ayudaba a mi mujer y salía a la calle a comprar el periódico. Iba a una cafetería a leerlo, y luego a andar». Su sitio favorito es Madrid Río, a la orilla del Manzanares, que para él es «una gozada».

«Tengo un objetivo de 10.000 pasos al día y suelo estar sobre una hora y media», añade. Antes de volver a casa aprovechaba para hacer alguna compra encargada por su mujer. Después de la «cabezadita» de rigor tras la comida, tocaba el segundo paseo del día. «A veces iba en autobús y volvía andando porque subir cuestas no me viene bien, y vayas por donde vayas, en Madrid las hay». Sus rutas habituales eran hasta Carabanchel o la calle Arenal, y luego volver a casa caminando a menos que se hiciera tarde.

Más de cincuenta vueltas

Ahora, ha sustituido el camino asfaltado de Madrid Río por las habitaciones y el pasillo de su casa. «No llego a los 10.000 pasos, pero el sábado hice más de 8.000», dice. Al igual que hacía en la era pre coronavirus, divide el ejercicio entre la mañana y la tarde. Ya tiene su ruta hecha y, por fortuna, al haber criado en ella a cinco hijos, su casa no es pequeña. Empieza en el pasillo y va por las habitaciones, el comedor y el recibidor, ida y vuelta, y otra vez a empezar. «Ayer hice más de 50 vueltas», afirma. No es de extrañar entonces que su mujer cierre la puerta para no verle: «Dice que se marea», bromea. Andrés ha perdido la libertad de salir a pasear cuando quiera, pero su fuerza de voluntad ha crecido.

Un duro golpe

Por desgracia, también recibió un duro golpe en este mes largo de confinamiento. El pasado 13 de abril sufrió la pérdida de una de sus hermanas. Aún en pleno duelo, se emociona al recordarlo. «No entiendo que no le hayan hecho la autopsia, estaba sana, solo tomaba una pastilla al día para la hipertensión», denuncia. Él mismo explica emocionado cómo presenció su sepelio por videoconferencia. Solo asistieron personalmente su sobrino, único hijo de la fallecida, y dos de sus hermanos, los que viven en su pueblo natal, Navalperal de Pinares, en la sierra abulense, donde recibió sepultura. Otra imagen de profundo dolor que deja esta crisis.

Con el duelo, Andrés se ha instalado ya en esta nueva rutina, y se ha acostumbrado a que sean sus hijos los que van al supermercado y a la farmacia. «Y si no hay algo cuando van, la farmacéutica se ha ofrecido a subirnos a casa alguna cosa que falte». Andrés dice que estos días le cuesta más conciliar el sueño y por eso se queda hasta tarde en el sofá viendo alguna serie o película en Netflix. También consulta sus correos en el ordenador o en su teléfono móvil. Y se han unido a su rutina las videollamadas con sus hijos y nietos, tiene nada menos que nueve. La familia se ha visto obligada a aplazar las tres celebraciones de Primera Comunión que tenían previstas para esta primavera: «Deberemos reprogramarnos». Cuando lleguen, seguro serán días aún más especiales.