Madrid, 14:56
Faltan cuatro minutos para las 15:00 horas. Después de una jornada intensa de vuelta al trabajo tras el temporal, Sergio se deja caer en el sofá un momento para recuperar el aliento, pero no le da tiempo: el sonido ensordecedor de una explosión le levanta de un salto; un ruido que va mucho más allá del fuerte estallido porque le sigue el crujido de cientos de cristales haciéndose añicos, el zumbido de las mil alarmas disparadas y, lo peor, el llanto agudo y los gritos desesperados de la gente. El primer instinto del profesor de Educación Física es hacer una comprobación fugaz del estado de la casa en la que el único daño parece haberlo sufrido el ventanal del baño. El siguiente paso, coger lo justo y salir corriendo.
En las escaleras, bajando a trompicones y sin rumbo claro, el resto de vecinos del edificio número 94 de la calle Toledo huye a ninguna parte en busca de una respuesta que acalle las sospechas sobre un ataque terrorista en Madrid. Fuera del portal, el humo lo envuelve todo en una nube de incertidumbre. Al mismo tiempo, a poco más de 250 metros de allí, Visitación Salazar respira hondo al comprobar que la explosión no se ha producido en el colegio que dirige, pero se estremece con la imagen de la Parroquia de la Virgen de la Paloma convertida en escombros al otro lado de la ventana.
Sergio coge el móvil y escribe a sus dos compañeros de piso: José Fernando va de camino a la clínica en la que trabaja, Alberto debe de estar al caer después de su entrenamiento diario. Visitación piensa en el patio que unos días atrás decidieron no limpiar tras la gran nevada por falta de medios y agradece para sus adentros que los niños y niñas estuviera aprovechando en las aulas sus últimos minutos de descanso después de comer, a buen resguardo.
Minutos de caos
«Yo estaba justo saliendo del gimnasio cuando Sergio nos mandó varios videos que ahora suman miles de reproducciones porque se movieron como la pólvora por redes sociales; los vi, pero no pude escuchar nada y para cuando llegué a mi calle ya estaba allí la Policía», cuenta Alberto sobre cómo supo que el edifico a dos números del suyo acababa de explotar. Han pasado segundos y el miedo empieza a apoderarse de Madrid que, por un momento, cree que el incidente ha tenido lugar en la residencia de ancianos ubicada entre el bloque en el que viven los tres jóvenes y la parroquia. Nadie coge al teléfono, lo que no ayuda: «La centralita se estropeó tras la explosión, aunque, si hubiera funcionado, habría sido imposible atender a todas las llamadas en ese momento de trabajo a contrarreloj», explican ahora fuentes autorizadas de las Residencia Los Nogales. Se hicieron eternos, pero apenas pasaron unos minutos hasta que las familias de los residentes recibieron un correo electrónico con la ansiada noticia de que todos estaban bien, al igual que Visitación mandó un mensaje a la asociación de padres y madres del Colegio La Salle La Paloma y Alberto una nota de audio adelantándose al susto que se llevarían sus allegados al oír el informativo y la impotencia de imaginarle en peligro estando en Briviesca, la que es su ciudad natal, al norte de Burgos.
Trabajos de evacuación
«En cuestión de media hora y gracias a que los auxiliares están entrenados para actuar en casos de emergencia, las 56 personas fueron evacuadas y, a la llegada de las furgonetas del Samur Social, reubicadas en otras dos residencias cercanas en un proceso que no duró más de tres horas», explican desde las Residencias Los Nogales. Al colegio le llevó menos de diez minutos alejar de allí a sus 215 alumnos de entre 3 y 12 años y reunirles en la Plaza de la Virgen de la Paloma, transcurso que sirvió para que los pequeños perdieran los nervios del instante: «En cuanto vieron que los profesores y sus compañeros estábamos bien y la fachada del centro perfecta, se relajaron; por suerte, no son conscientes de la masacre que podía haber sido», asegura la directora. A eso de las 18:00 horas, mientras todos los ancianos y niños reposan ya el susto bajo techo, Alberto y Sergio, una vez juntos y viendo como la Policía se hacía cada vez con más espacio alrededor del lugar de los hechos, planean dónde pasar la noche ante la posibilidad de no poder entrar en casa, tan cerca y tan lejos detrás del precinto.
Vuelta a la calma
Casi ajeno a todo si no fuera por los medios y las redes, José Fernando salió de trabajar y no pudo evitar acercarse a su calle. Eran las 22:30 y, para su alivio, pudo acceder a la vivienda y ver con sus propios ojos lo que sus compañeros llevaban horas transmitiéndole. «Al ras del toque de queda, decidí volver; pasé el control y ahí sí, vi lo que es un escenario posapocalíptico, en el que todavía se respiraba…no sé, es indescriptible, una sensación de película sobre el fin del mundo que no es agradable recordar», narra Alberto que, aunque se dedica profesionalmente a la creación de contenido audiovisual y trabaja en televisión, sintió en sus propias carnes aquello de que la realidad a veces supera la ficción. Aun así, durmió tranquilo después de limpiar los pocos desperfectos en casa. Igual que los ancianos de la Residencia Los Nogales Las Palomas que, repartidos en los centros Imperial y Pontones, «pasaron la noche sin crisis de ansiedad», garantizan los responsables. También los alumnos del colegio dirigido por Visitación, que ahora y una vez más después de un año de contratiempos, asisten de forma virtual a sus clases, como mínimo, durante las próximas dos semanas.
Y así, todo vuelve a la calma, que no a la normalidad: cuatro personas han perdido la vida por el camino y la calle Toledo quedará marcada mucho tiempo por el vacío del número 98.