Asamblea de Madrid

Peter Pan en tiempos de Covid

Diputado del Grupo del PP en la Asamblea de Madrid

Vista del hemiciclo de la Asamblea de Madrid.
Vista del hemiciclo de la Asamblea de Madrid.Chema MoyaEFE

En estas horas finales de lo que supuso un proyecto ilusionante para muchos miles de españoles como fue Ciudadanos, están apareciendo síntomas de lo peor de la política, que decían venían a combatir, en forma de deserciones o traiciones a los compromisos adquiridos con los ciudadanos de a pie y con el PP, socio en tantas instituciones.

Si bien es cierto que el rasgo común al momento actual de Ciudadanos, más allá de una dirección nacional por tantos cuestionados y que no pilota ya su nave, es la incertidumbre del futuro de quienes lo forman, lo que ha definido su diferente comportamiento en las diversas instituciones, ha estado indisolublemente marcado por el estilo de sus líderes en cuanto a capacidad de liderazgo, compromiso con el mandato de los pactos y la propia personalidad de cada uno.

Las comparaciones suelen ser odiosas, pero es que resulta inevitable contrastar la actitud del vicepresidente de Castilla y León y su hasta ayer homólogo en Madrid.

La profesionalidad, lealtad y compromiso con los ciudadanos y con su Presidente del Sr. Igea, no puede siquiera compararse con el comportamiento del Sr. Aguado, que desde el principio, menospreció a la Presidenta, minusvalorando sus aptitudes y su potencialidad. Luego sumó a esto, la deslealtad en el trato diario hacia una persona de amplias cualidades humanas como es Isabel Diaz Ayuso, y al final, en los estertores finales de los oropeles gubernamentales, acabó cayendo en el más vulgar insulto personal, más típico de la izquierda radical, cuando ya ni recordaba aquello de “Sic transit gloria mundi”.

Si bien en el verano del 19 todos hicieron esfuerzos para llegar a un pacto de legislatura tras las elecciones de mayo, quién puso toda la carne en el asador y se doctoró en la responsabilidad pública fue la Presidenta Díaz Ayuso. Trabajó mucho con paciencia, y tuvo mucha grandeza para tender puentes entre dos fuerzas que no querían ni aparecer en una foto juntos.

Luego llegó la maldita pandemia. Madrid, con su Presidenta liderando la acción, dio el aldabonazo que despertó a España con la adopción de las primera medidas ante el Covid (recordemos el cierre de colegios, de centros de mayores, de los recursos socio asistenciales), y lo que debió ser una unidad solidaria y especial entre los consejeros de su gobierno, no se llegó a alcanzar una vez más por la actitud de un vicepresidente que inconsciente de la gravedad de la situación (que macabra injusticia recurrir a la Covid para atacar a la Presidenta en su desesperada ronda mediática), continuó más preocupado por su devenir personal y político.

En una actitud marcada en la acción política por una serie de comportamientos que suelen caracterizar al llamado síndrome de Peter Pan (recordemos que son entre otros: sentir, pensar y actuar como los menores; presentar dificultades para empatizar; tener dificultad para comprometerse con sus deberes), el vicepresidente no quiso aceptar sus propias responsabilidades, siendo incapaz de asumirlas. Y la primera de ellas, ser leal con los ciudadanos que lo están pasando realmente mal, siendo leal con quien dirige tu Gobierno.

Estos comportamientos evidentemente han hecho muy difícil la convivencia en el Gobierno de coalición, más allá de reconocer el gran trabajo de muchas de las personas que formaban su equipo y su grupo parlamentario.

Pero entre una personalidad como la descrita, contagiada a una élite directiva de su partido muy aislada de sus cuadros; una perspectiva general de futuro no muy halagüeña como partido, sin una dirección ya respetada por los propios, con lo que ello supone para sus electos; y ojo, el “perejil” de todas las salsas que están envenenando el bienestar y la tranquilidad de los españoles, como es Sánchez y su equipo con su estrategia de acoso a la alternativa política real de Estado que es el Partido Popular, la amenaza para el futuro de Madrid era clara.

Y si a todo ello sumamos el recuerdo del papel jugado en la moción de censura de Rajoy por Rivera, ello ha provocado que la Presidenta haya tomado una decisión muy arriesgada y muy valiente, pero responsable. Arriesgada porque renuncia a un gobierno al que supuestamente aún le quedaban dos años, valiente porque ella no se amilana con las dificultades y se agranda en la toma de decisiones, y responsable porque no se podía dejar el gobierno de Madrid en manos de quienes quieren acabar con todo lo que nos gusta a los madrileños, en especial lo más característico nuestro que es la libertad.

Y si hay algo que a estas horas preocupa en los cuarteles generales de todos los partidos políticos madrileños, esto es la determinación y el coraje de una Presidenta que va a seguir dando todo lo mejor de sí misma en la defensa de los madrileños, pues en esta hora nos jugamos nada más y nada menos que, en Madrid sigamos siendo libres, siempre desde la lealtad con una España unida y en paz.