Autodestrucción

En la cabeza de Noelia de Mingo

No es ajena al dolor causado y sufre por ello. El comportamiento anómalo es común cuando se produce un brote de esquizofrenia, pero la violencia es excepcional, dicen los psiquiatras

Foto de archivo de la la médico residente Noelia de Mingo
Foto de archivo de la la médico residente Noelia de MingoCEDIDA POR EL PAISEFE/CEDIDA POR EL PAIS.

Es la crónica de una tragedia anunciada y descarnada. El Molar, 20 de septiembre de 2021. El día amanece otoñal y con una atmósfera extraña. En la plaza mayor los más madrugadores echan en falta las sábanas que Consola Nieto acostumbra a orear en la balconada de su casona, junto al Ayuntamiento. La mujer, octogenaria, tiene cita médica y tampoco da su paseo diario hasta el cementerio de la mano de su hija Noelia de Mingo. Algo antes de mediodía se cumple el peor temor de los molareños: Noelia carga con un cuchillo jamonero, se dirige al supermercado y apuñala a dos mujeres.

¿Qué pasó por su cabeza en ese recorrido de 400 metros? Los psiquiatras José Giner y Alfonso Chinchilla nos ayudan a desbrozar el camino de autodestrucción que llevó a esta mujer, de 48 años, a perpetrar el mismo acto que en 2003, cuando asesinó a cuchilladas a tres personas e hirió a otras cinco tras sufrir un brote esquizofrénico. Sucedió en la Fundación Jiménez Díaz, donde trabajaba como médico residente. En esta ocasión, Pilar y Virginia, sus nuevas víctimas evolucionan favorablemente.

Los profesionales avanzan que acceder al detalle es difícil porque los pormenores y muchos fragmentos yacen para siempre en la vida secreta de su cerebro enfermo. «En sus alucinaciones -explica Chinchilla-, la paciente escuchó voces que podían ser burlonas, acusadoras, pendencieras, amenazadoras o incitantes al delito. ¿Quién sabe? Pudo oír voces que comentaban sus propios pensamientos. Nada de esto existió, pero las percibió como reales y desató en ella una reacción de defensa violenta». A los vecinos que observaron la escena les sobrecogió la actitud de esta mujer a la que veían caminar cada mañana con su madre. Siempre parsimoniosa y callada. De casa al cementerio y vuelta a su encierro voluntario. Si acaso, alguna vez a misa o a comprar. Parapetada en sus gafas, era difícil vislumbrar en su rostro lucidez o locura. Desde 2017, cuando volvió al pueblo tras cumplir condena de 11 años en el psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante), se había convertido en puro espectro. Su libertad era ilusoria, puesto que arrastraba a su paso el estigma de la enfermedad, la criminalidad y tal vez el miedo a sí misma. Inquietaba y enternecía.

En la mañana de autos, su paso era agitado y el rostro encolerizado solo despertaba espanto. ¿Qué desencadenó la violencia? «No es un hecho que sucede de modo súbito y fulminante. La paciente llevaría tiempo engullida por sí misma, por esas falsas creencias y alteraciones del pensamiento y de la conducta. El detonante último pudo ser una situación de estrés mantenida con gran carga emocional que le hizo finalmente rebelarse al ver llegar de nuevo esas amenazas internas e imaginarias. El cerebro enfermo contraataca y lo hace borrando sus valores o sentimientos», aclara Chinchilla. En su opinión, la posibilidad de que esto ocurriese es indiscutible, a pesar de que los informes y datos que se esgrimieron para su libertad traten de demostrar que estaba en remisión total.

El 2 de julio de 2021, el Instituto de Medicina Legal de Madrid, expuso que padecía una enfermedad grave de curso crónico de la que, en el momento, no presentaba sintomatología psicótica activa. El último informe, después del suceso, ratifica que no presenta descompensación psicótica o, lo que es lo mismo, empeoramiento del trastorno. Acudía puntual cada mes al Hospital Infanta Sofía para la administración de antipsicóticos prescritos por sus médicos. ¿Insuficiente? Chinchilla no tiene la mínima duda y los hechos lo corroboran. «En personas con recaídas la valoración debería ser casi diaria». Sin la medicación ajustada y los recursos de control adecuados, su cerebro se convierte en pasto para sus fantasmas. Según los vecinos, este último no ha sido el único comportamiento anómalo y preocupante en los últimos meses. «Estos pacientes -justifica el profesional- generalmente son poco expresivos y, además, les cuesta admitir cualquier indicio de un nuevo episodio que agrave la enfermedad y haga aún más insoportable esa vida interior».

En el momento de la detención, Noelia se comportó como un animalillo que gruñe indefenso y acorralado. Amenazó con el cuchillo, aunque realmente estaba muerta de miedo, aterrada y totalmente fuera de contacto con la realidad. Una vez controlado el brote, el panorama es aún más estremecedor: «La persona puede recordar con bastante nitidez sus actos, aunque con lagunas. No es ajena al dolor causado y sufre por ello», indica Giner. Al psiquiatra le incomoda la expectación mediática que levanta el caso y pide sensibilidad con la enfermedad para no acentuar el estigma social que pesa sobre ella. «El comportamiento anómalo -dice- es común en el brote, pero la violencia es excepcional. La prevalencia de esquizofrenia en la población está entre el 0,5 y 1%. La cifra de pacientes que cometen actos violentos vinculados con su psicopatología es muy baja y suelen darse en los inicios de la enfermedad cuando el paciente está sin tratar y el entorno desconoce cómo actuar en caso de alteraciones del comportamiento». En su opinión, cuando la violencia ocurre después del alta, suele relacionarse con factores de personalidad, no solo con los síntomas psicóticos».

Es inevitable que la sociedad siga expectante los delirios del cerebro humano. Una alucinación en la que uno percibe algo que no existe es más común de lo que pensamos y puede ocurrir a cualquiera si se dan las condiciones necesarias. A veces por fatiga extrema o un problema de sueño. La diferencia es que uno se da cuenta inmediatamente de que es una percepción falsa. El signo de alarma es creer que lo que está percibiendo es real. Aunque las técnicas de imagen funcional permiten ver cómo se activa la estructura del cerebro en presencia de alucinaciones y los resultados han sido fascinantes, los psiquiatras reconocen que es complicado entender e interpretar. «Las diferencias anatómicas son muy sutiles, casi inútiles para ofrecer un diagnóstico. El estudio no es sencillo. El paciente tendría que estar en la máquina durante la alucinación y ser capaz de indicar al examinador el principio y fin de la misma», añade Giner. El psiquiatra insiste: «Es un suceso excepcional. La agresividad no está implícita en la esquizofrenia. Me sentiría más cómodo en uno de los antiguos manicomios que en medio de los hinchas en un estadio de fútbol».

Del psiquátrico de Estremera a Fontcalent

De Mingo ha reingresado en el centro psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante) tras la agresión múltiple del pasado lunes. La jueza de instrucción número 2 de Alcobendas ordenó su ingreso en prisión comunicada y sin fianza por el presunto delito de homicidio en grado de tentativa y atentado a agente de la autoridad. Ingresó primero en la unidad psiquiátrica de Estremera, pero ahora está en Fontcalent.