Historia

¿Por qué los musulmanes se burlaban de San Isidro?

LA RAZÓN arranca una serie de cuatro artículos en torno a la figura del patrón de la ciudad de Madrid firmados por el prestigioso historiador y profesor de Investigación del CSIC Alfredo Alvar

Cubierta de «Isidro», la obra que le dedicó Lope de Vega al patrón de Madrid
Cubierta de «Isidro», la obra que le dedicó Lope de Vega al patrón de MadridHNEHNE

Isidro fue beatificado el 24 de junio de 1619. La comunicación de tan feliz acontecimiento, con el Breve papal incluido, llegó a Madrid a primeros de septiembre de 1619. Inmediatamente se animó a solicitar la canonización que se sancionó muy deprisa, el 12 de marzo de 1622 (aunque la bula no se expidió hasta 1724).

El proceso de exaltación de Isidro el labrador, de San Isidro, tiene una intrahistoria que maravilla y fascina a quienes se han acercado a ella. Para empezar, el «mito Isidro». Con Isidro pasa como con el Cid, que hay dos; un Cid legendario (el del Poema) y un Cid histórico (el de verdad, cargada esta de dudas e incertidumbres). Con Isidro sucede algo igual; hay un Isidro de leyenda, artificial y fabricado que es el que se ha extendido y un Isidro histórico, que en realidad no existe –o existe «muy poco»–, porque no hay rastro documental que lo avale. Efectivamente, de San Isidro no queda rastro histórico por dos motivos: por una parte, porque en sus tiempos no hubo documentos que hablaran de él y porque los documentos que se escribieron sobre él siglos después, fijando sus milagros y su incorruptibilidad, sobre todo, fueron destruidos en una aciaga jornada de julio de 1936, que so color de defender la «energumenez» se metió fuego al riquísimo patrimonio que había depositado en la parroquia de san Andrés de Madrid, parroquia en la que estaban todas las donaciones que con veneración le habían ofrecido los madrileños desde hacía cinco, seis o siete siglos.

De la pira solo se salvó un libro de bautismos, el primero, y un inventario que si mal no recuerdo es el registro de todos los bienes que había allá por el siglo XIX en la parroquia y que eran, en verdad, innumerables. Imagino que en medio de la orgía purificadora del fuego, alguno de aquellos nuevos comisarios de la fe pondrían a buen recaudo en sus casas algunas de las piezas de plata que había en la iglesia. Por cierto: de san Andrés había sido párroco Juan López de Hoyos, el maestro de Cervantes. En ese primer libro de registro de bautismos se conservan sus firmas dando fe de haber cristianado a muchas criaturas durante unos años antes de su muerte.

Escudo de San Isidro Labrador
Escudo de San Isidro LabradorBiblioteca Histórica MunicipalBiblioteca Histórica Municipal

Creo que fue de la pira de la que también se pudo salvar el Códice de Juan Diácono. Por fortuna no quemaron el sepulcro del santo, aunque sí fue destruido el baldaquino que lo ennoblecía. El sepulcro lo había mandado llevar desde san Andrés a la «Colegiata de San Isidro», capilla del Colegio Imperial de la Compañía de Jesús, el rey Carlos III en 1769..., después de haber expulsado a los «compañeros» dos años antes. El tema también tiene su intrahistoria.

Por lo demás, se repite machaconamente que el 19 de julio de 1936 fueron asesinados cinco curas de la parroquia de San Andrés. Puede que sea un mito, porque eso no concuerda con lo que hay que saber de historia (afortunadamente hoy en Internet hay imágenes de todo…).

Así es que –yéndonos a nuestros Siglos de Oro– había un cuerpo que la tradición garantizaba que era del santo, y se conocía por la tradición que había obrado milagros.

Esa tradición era oral y escrita y tenía tanta vigencia que se consideraba inapelable verdad histórica. En la parroquia, y en los arcones en los que se guardaban los papeles importantes del Ayuntamiento de Madrid, se custodiaban escritos que contaban todo ello. Incluso en algunos se daba fe de haberse abierto no una, sino dos o más veces el sepulcro para su pública veneración incluso poco antes del siglo XVI.

Un historiador, hoy, que someta a crítica aquellos vestigios puede tener ciertas dudas de todo. Otros, no las tienen. Tan es así que es pública voz y fama que aunque no sabemos cuándo nació Isidro, la tradición dice que en 1082. A partir de esos indicios, y de la historia general de lo ocurrido en aquellos tiempos, se puede deducir que habría nacido entre mozárabes, o sea cristianos a los que se dejaba vivir en zonas musulmanas, al final de la presencia musulmana en Madrid (hasta 1085).

Como es bien sabido, Madrid fue de las poquísimas localidades cristianas que no volvieron a caer en manos musulmanas, aun a pesar de nuevas refriegas. En una de estas, Isidro huiría hacia Torrelaguna. Luego volvería a Madrid, y seguiría su vida en la colación de san Andrés, de la que se movieron los musulmanes hacia Puerta de Moros y la Morería. Estos moros serían los que se mofarían de aquel joven que a diario iba a misa antes que a trabajar los campos de su señor.

A veces pienso que tan sorprendente es el esfuerzo hecho para reconstruir toda esta historia «mozarábica» del isidro-histórico, como la tradición isidril.

Por otro lado, el Isidro legendario hinca sus raíces, como vengo diciendo, en el Códice de Juan Diácono (¡o «Juan, diácono», con minúscula!) que está en la Catedral de la Almudena. La institución dice explícita y claramente en su página web que «el códice de San Isidro o Códice de Juan Diácono es un manuscrito del siglo XIII en pergamino de 28 folios de 30 cm alto por 20 de ancho, datado en torno al año 1270. Se compone de dos partes y unos añadidos del siglo XV» (museo.catedralalmudena.es).

San Isidro Labrador
San Isidro LabradorBiblioteca Histórica MunicipalBiblioteca Histórica Municipal

O sea, un manuscrito de unos doscientos años posterior a la vida del santo, con añadidos en el siglo XV y, además, escrito por dos amanuenses diferentes y un único autor verdadero, como apuntan las investigaciones más modernas; concluyen desde la catedral que «el códice es una hagiografía no una biografía al uso», para añadir que si Juan Gil de Zamora fuere el autor –porque no se sabe a ciencia cierta quién fue el autor–, este franciscano se estableció por tres o cuatro años en Madrid, en 1271, recogería la tradición oral sobre aquel Isidro y la dejaría por escrito, como iba a hacer, o de hecho hizo, con las vidas de otros santos.

El proceso de conversión de la tradición oral en texto elegíaco o hagiográfico y sus contenidos convertidos en verdad histórica es, como decía antes, digno de estudio y ha de tenerse en consideración.

Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de Investigación del CSIC