Crisis

El Madrid que ya no veremos en 2022: estos son los iconos que hemos perdido por la pandemia

La pandemia no ha discriminado, ni por tradición ni por edad. El Candela, legendario tablao de Lavapiés, ha sido la última víctima de una lista que sumaba cientos de años de vida cultural y hostelera en la capital

Gabino Domingo, propietario del último bar de la capital que servía gallinetas, el día posterior a su cierre definitivo
Gabino Domingo, propietario del último bar de la capital que servía gallinetas, el día posterior a su cierre definitivoLuis DíazLa Razón

La crisis sanitaria no solo nos ha cambiado a nosotros. Desde que irrumpió en nuestras vidas en la primavera de 2020, camino ahora de dos años, el coronavirus, de algún modo, también ha transformado el paisaje urbano. En algunos casos, con una responsabilidad directa, provocando el cierre de locales y establecimientos que teníamos tan identificados con el viario como las propias placas de las calles. En otros casos , la pandemia, con todas sus implicaciones, ha precipitado clausuras que ya rondaban por la cabeza de los propietarios.El 2020 fue triste en ese sentido, con decenas de despedidas que, no por previsibles, dejaban de ser dolorosas. Y este 2021, las «bajas» no han dejado de ser significativas.

Un trabajador frente al Tablao de El Candela el día de su cierre, a 11 de enero de 2022
Un trabajador frente al Tablao de El Candela el día de su cierre, a 11 de enero de 2022Eduardo ParraEuropa Press

Candela: el ocaso del flamenco

No era el más veterano –justo este año iba a cumplir su cuarenta aniversario– ni mucho menos el más espacioso –apenas reunía 30 metros cuadrados–. Y, sin embargo, en sus cuatro décadas de vida, este local de la calle del Olmo, en el barrio de Lavapiés, entre Tirso de Molina y Atocha, deja un hueco enorme en el mundo del flamenco. El Candela pudo presumir de contar entre sus asistentes con Camarón, Paco de Lucía o Enrique Morente. Mientras, otros como Ketama dieron allí sus primeros pasos. Además, traspasó las barreras musicales y geográficas del género: Lenny Kravitz y los Guns N’ Roses –concretamente el guitarrista, Slash–, también se dejaron ver por el tablao. Y, por supuesto, para el resto de los mortales suponía el último refugio nocturno de la capital.

El Candela ha sido el último de los cierres anunciados. En su caso, este mismo enero. Nada más estallar la pandemia, el local anunció la suspensión de todos sus espectáculos. Menos de dos años después, la hija del fundador, Miguel Aguilera, lo ha vendido a un inversor.

Su adiós confirma que la presencia del flamenco peligra en Madrid. Una ciudad, por el momento, capital mundial de este arte. El pasado marzo, la familia Verdasco, propietaria del Café de Chinitas, restaurante-tablao en los alrededores de los Jardines de Sabatini, anunciaba un concurso de acreedores. Antes, en febrero, el Villa Rosa daba carpetazo a más de cien años de historia. Así, todos seguían la senda iniciada por Casa Patas, cerrado desde 2020. Fue el primero en dar la voz de alarma: hasta entonces, no éramos conscientes de que eran los turistas, curiosamente, quienes mantenían vivo el flamenco.

Fachada de la histórica cafetería Ferpal, situada en la céntrica calle Arenal, en Madrid
Fachada de la histórica cafetería Ferpal, situada en la céntrica calle Arenal, en MadridMarta Fernández JaraEuropa Press

Sin gallinejas ni sándwiches

«Vine a Madrid huyendo de la miseria, con la intención de echar una mano con el negocio familiar y dedicarme a estudiar, pero, al final, el trabajo me absorbió, y hasta ahora, 67 años después». Así comenzaba Gabino Domingo, gerente de la Freiduría de Gallinejas,el balance que hizo para LA RAZÓN a sus casi siete décadas de trabajo en esta popularísima tasca del barrio de Embajadores. A finales de mayo, Gabino sirvió sus últimas tapas. No era la primera opción. Hasta el último momento, barajó la posibilidad de legar definitivamente el negocio a uno de sus hijos. Sin embargo, la amenaza de sucesivas oleadas víricas –como, efectivamente, se produjeron desde entonces y hasta el día de hoy–, se impusieron a cualquier esperanza. Quizá, lo más prudente, era echar el cierre.

La Freiduría de Gallinejas es uno de los casos que evidencian hasta qué punto el coronavirus se ha llevado todo por delante, incluidas las tradiciones madrileñas más arraigadas. Desgraciadamente, no ha sido el único. También este año cerraba sus puertas la cafetería Ferpal. Como el Candela, cumplía años: medio siglo en el que los madrileños primero, y los turistas después, hacían parada obligatoria a su paso por Sol para desayunar, comer, merendar o incluso cenar sus sándwiches caseros. «Nuestros mostradores y escaparates se van vaciando. Seguimos al pie del cañón con nuestras ofertas por cierre. Liquidamos», aseguraron desde la cafetería.

Si el virus no ha discriminado por popularidad, tampoco lo ha hecho por edad. En pleno corazón de Lavapiés, en la calle Ave María, el Café Barbieri se apagaba tras casi 120 años. Desde Alfonso XIII hasta Antonio Machado, buena parte de las figuras que han marcado nuestra historia reciente frecuentaron un local célebre, entre otros muchos motivos, por sus legendarias partidas de cartas. Reconvertido en los últimos tiempos en sala de conciertos, en el que el jazz y el flamenco convivían en perfecta armonía, su cierre supone una de las despedidas más amargas del pasado año.

Una mujer delante del escaparate de la librería Pérgamo, el día que echa el cierre definitivo: el 5 de enero
Una mujer delante del escaparate de la librería Pérgamo, el día que echa el cierre definitivo: el 5 de eneroIsabel InfantesEuropa Press

La librería de Madrid

En otros casos, el fin de etapa no ha estado motivado tanto por la actual situación de incertidumbre, sino más bien por una tendencia que, con virus o sin él, parece imparable. Los negocios de barrio, familiares y de «toda la vida», tienen muy difícil competir en el mercado. El pasado diciembre, la librería Pérgamo, en la calle General Oráa, escribía su última página. En el momento de su cierre, y con 76 años, era la mas antigua que quedaba en pie en la capital. Así lo atestiguaba su fachada, inalterable desde su apertura en plena posguerra.

Las hermanas Ana y Lourdes Serrano, que heredaron este negocio abierto por sus padres, explicaron entonces a LA RAZÓN el «desgarro y el dolor absolutos» que sentían por tener que adoptar una decisión no tomada con el corazón, sino con la cabeza. Las ventas mandan, y los clientes optan por las grandes superficies antes que por locales más íntimos que pueden sorprenderles con solo doblar la esquina. Ahora, Ana y Lourdes, de 72 y 80 años respectivamente, se toman un merecido descanso en el que seguro que no faltará un buen libro entre sus manos.