Gastronomía
Divina Dolores: el restaurante de Madrid con cocina sabrosa en el que beber cócteles y socializar
No hay otra línea argumental que no sea la de muchos sabores, muy intensos y profundamente. Aquí en ejercicio muy madrileño, donde vale todo siempre que esté rico
Madrid es un epicentro de felicidades gastronómicas. Y se expande por todos los barrios y latitudes. También en Montecarmelo, con un muy atractivo local llamado Divina Dolores. Y, como en las historias importantes, hay literatura como soporte. Dolores es una imaginaria dama del Barrio de Salamanca a la que se rinde homenaje con un espacio que recrea de manera precisa y elegante las estancias de su vivienda. Así, los dormitorios, un salón señorial, el suelo de madera, incluso un baño que remeda una bañera de las de enjabonar cuerpos deseados. Todo al servicio de un muy aparente enclave para darse un gusto. La clase acomodada del barrio tiene un auténtico y eficaz destino. Amplia terraza, salones con un punto suficiente de bullicio y de gracia, y también una barra monumental donde comer como un sultán. A la Divina Dolores se va a comer, a beber unos cócteles bastante ajustados, por lo común de un clasicismo convincente y también a esa sociabilidad tan gatuna que incluye musicón los fines de semana.
Divina Dolores. Dónde avenida del Monasterio de El Escorial, 10, 12
Una amabilidad creíble
El director de orquesta se llama Bruno, y es un fenómeno comprometido de la sala y de la empatía de la clientela. Uno de los secretos del éxito de un local que funciona a golpe cantado, y que no deja resquicio de horario para tranquilidad de la parroquia, reside precisamente en esa organización del servicio tan sutil. No hay huecos de atención, no hay gratuitas exhibiciones de simpatía, y solo una amabilidad cercana y creíble. Siempre es un tópico lo de sentirse como en casa, o como el gran Antonio Gamero decía que «como fuera de casa ningún sitio», pues aquí estar la muestra.
Todo este despliegue de anfitrionía, esa hospitalidad tiene también razón de ser por la cocina que se practica. Descaradamente fusionada. No hay otra línea argumental que no sea la de muchos sabores, muy intensos y profundamente. Aquí en ejercicio muy madrileño, donde vale todo siempre que esté rico. Ya hay clásicos en este local con tan corta vida como los tacos de tikka masala con cebolla encurtida, por no hablar de una suculenta croqueta de kimchi con intenso carabinero.
Perrito coreano
El sam de langostino, con mahonesa alegre, albahaca, menta y cilantro es otro bocado de ir dándole chispa al paladar de entrada. Como unos certeros nigiris, caso el de salmón, o el de anchoa 00, que son también alternativas junto a la ensaladilla de caviar de Ikura fresco, con polvo de huevas de maruca, o un gamberro perrito coreano de gambas, y todo el despliegue hortelano. El mortero de guacamole es un paso inevitable, junto a la burrata que ya ha tomado carta de naturaleza en los establecimientos capitalinos.
A buena mano, el ceviche de corvina, tartar de atún con cama de aguacate y un steak tartar sobre hueso con tuétano asado. Arroces, pescado según el día, destacando el pargo rojo a la brasa, pizzas, milanesas son un ofertón sabor-sabor, junto una sección carnívora, donde sobresale un abanico fermentado con kimchi y puré de boniato. Como nos hace soñar el buen ibérico...
En esta casa de evocación, todos los pasos son graciosos y con empaque. La buena selección de vinos por copas o por botella, de precio más que razonado, o la repostería contribuyen a que la gente lo tenga en la agenda marcada en rojo semanal. Su sabrosa cocina non stop, y la chispa de la sala son valores seguros de una dama que nos mira desde el cuadro y nos envuelve.
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