Reportaje

Las dos misioneras madrileñas que sirven solas en la guerra de Ucrania

Paula y Marta han sacrificado sus vidas al servicio de los demás: allí donde hay un conflicto, viajan con su furgoneta

Paula y Marta, cargando su furgoneta con destino a Ucrania
Paula y Marta, cargando su furgoneta con destino a UcraniaGonzalo Pérez

De las que empatizan cuando ven las noticias y no se quedan inmóviles esperando a que alguien haga algo. Así son Paula y Marta, misioneras que hace unos días viajaban desde Madrid en furgoneta hasta Ucrania. Hace unos días cargaban aquí el maletero de cajas de pañales, que llevarán a residencias y orfanatos a las puertas del conflicto. E incluso «viendo pasar misiles». Un viaje de entre cinco y siete días por carretera, que Paula ya ha hecho otras ocho veces desde que estallase el conflicto con Rusia. Algunas de ellas lo ha hecho sola. Marta la acompaña en esta ocasión, como ya hizo en otras dos. Permanecerán allí casi todo el verano.

Paula y Marta, de 28 y 32 años y ambas madrileñas, se conocieron en un viaje a Tierra Santa. Comparten la fe y la vocación por estar al servicio de los que más sufren. El día que acabe la guerra no tienen claro aún qué harán, «pero ya solo entendemos la vida al servicio de los más necesitados», afirman contundentemente. Su actitud inspira. Las dos han dejado todo atrás, sin excusas. Marta su anterior trabajo y Paula su carrera como abogada. «Cuando decidí dar el paso estaba en la típica crisis existencial cuando ya estás terminando de estudiar tras hacer el máster habilitante. Pero me di cuenta de que estaba cansada de rezar por Ucrania, y que sentía demasiada impotencia. Tenía que hacer algo», recuerda Paula. Tras unos días de retiro, decidió ir a Ucrania por primera vez: «Tardé solo una semana en reunir todo el material». «Ahora ya es alguien reconocida allí», asegura Marta. Incluso le dejan hacer cosas que allí solo hacen los hombres, o pasar a zonas donde solo hay ucranianos», un crédito ganado a base de servicio. Incluso, una de las tareas que realiza es la recogida de cadáveres en pleno frente, tanto ucranianos como rusos. Ahí ya no hay distinción ni bandos.

Ambas, preparando su próximo viaje
Ambas, preparando su próximo viajeGonzalo Pérez

Ambas aseguran ser muy conscientes del riesgo que corren y del sacrificio que pueden estar haciendo, aunque no suelen pensarlo así. «Es imposible no ser consciente de ello en cuanto te acercas al este de Ucrania. Los bombazos te lo recuerdan constantemente», aseguran las dos. Paula recuerda uno de los momentos más tensos durante sus misiones: «Una vez se nos estropeó el coche en medio de territorio ruso, si nos llegan a localizar habríamos sido inmediatamente un objetivo». En algunos de sus viajes ha llegado a ir equipada con ambulancias, para transportar material sanitario. Sin embargo, ahora están concentradas en utensilios básicos para residencias de ancianos. «En situaciones de guerra o catástrofe», ellos son los primeros en ser abandonados. Las organizaciones religiosas, como la del Verbo Encarnado, son su único recurso y salvamento. De hecho, «mi primer contacto fue un cura español que estaba en Kiev».

Cuando Paula hizo su primera misión, apenas tenía 24 años. Asegura que desde el primer momento le impactó la comprensión que mostraron sus padres. «La verdad es que es elogiable el apoyo que sentimos desde nuestras familias. Intentan no trasladarnos su preocupación y nos ayudan en lo que haga falta. Como nosotras, también lo viven a través de la fe», agradecen. Tanto antes del viaje como durante su estancia allí, intentan seguir recaudando donativos a través de una cuenta de Instagram, porque hasta ahora han preferido no vincularse a ninguna organización internacional y actuar con independencia. Así, recaudan dinero para poder seguir comprando, en territorio ucraniano, artículos tan codiciados como generadores eléctricos.

Es habitual que no haya conexión a Internet. Entre todas las ayudas que han recibido, destacan «una empresa que cambió sus estatutos para poder pagarnos toda la gasolina durante una misión entera».

El chaleco antibalas ya es una prenda habitual para ellas
El chaleco antibalas ya es una prenda habitual para ellasLRM

Ellas ya han incorporado a su vestimenta habitual los chalecos antibalas, como también el pueblo ucraniano ha ido absorbiendo el ambiente bélico después de estos años. «En el oeste de Ucrania ya han normalizado la guerra. Ya se han acostumbrado a las alarmas antiaéreas y a las huidas al búnker. Aunque cada vez es más habitual ver cómo la gente corre menos a refugiarse. Están agotados, ya se han resignado a acoger el ruido de la guerra como parte de su realidad, porque se resisten a que esto siga impidiéndoles hacer vida normal», relatan.

Aunque ya se ha ganado una reputación allí, Paula asegura que en la guerra ser mujer suele ser un inconveniente, ya que te suele cortar el acceso a los que más sufren. Sin embargo, aseguran que la nacionalidad española es muy reconocida allí: «Nos tienen mucho cariño, muchos han pasado vacaciones aquí».

Alrededor de los 30, su realidad contrasta radicalmente con la de sus amigas y amigos. Mientras ellos hablan de hipotecas, oficinas, bodas y proyectos de familia, ellas se juegan la vida en el frente. «Entendemos que estamos haciendo una renuncia, pero es una renuncia que no nos cuesta», afirman. Cuando no están en el conflicto ucraniano, su vida se traslada a El Atazar, un pueblo de la España Vaciada en la sierra norte de la Comunidad de Madrid, donde se encargan de revitalizar la parroquia local, programando retiros y actividades religiosas durante el resto del año.

Durante su recorrido, aunque tienen paradas programadas en monasterios de País Vasco y Francia, aseguran que «solemos improvisar mucho, hemos aprendido que lo más importante es no llegar agotadas a Ucrania». Su vocación tiene algo inexplicable, cargan más bolsas y cajas que dedos tienen en las manos. No se quejan ni ponen excusas ni piden ayuda. Algo las impulsa. Ni siquiera tienen la necesidad de contar o compartir todo lo que hacen: «Muchas veces nos han propuesto escribir un libro o documentar de alguna forma estas experiencias, pero no tenemos la disciplina de ir apuntando en nuestro día a día».

Reconocen que, además del trato «especial» por ser mujer, el idioma es la gran barrera. «Es una lengua tan complicada que ni siquiera nos hemos planteado aprenderla, más allá de palabras sueltas. Alguna vez, esto nos ha causado momentos de tensión con militares que no hablaban inglés». También reconoce, que cuando están en España no suelen informarse de la actualidad ucraniana a través de medios internacionales, más allá de mantener el contacto con los amigos y compañeros que conocen en sus misiones de cooperación y ayuda humanitaria.

Ambas coinciden en que, cuando regresan a Madrid, «una parte de nosotras se queda allí, con esa gente». También conservan la sensación de que el fin de la guerra no está cerca y que se podría dilatar en el tiempo hasta la extenuación. Pero ellas seguirán volviendo. De hecho, también han servido cerca de Gaza y, tal y como aseguran, «pensamos seguir haciéndolo allá donde más sufran o haya cristianos perseguidos. Como es de esperar, Paula admite que esta experiencia la ha transformado: «Comienzas a relativizarlo todo. Mi hermana se casaba a la vez que una amiga mía de Ucrania. Pero unas semanas antes, el prometido de mi amiga murió en el Donbas». Así, siguen escribiendo una historia de sacrificio en la que han hecho y perdido amigos.