Entrevista
Joaquín Echeverría, padre del «héroe del monopatín» : «Mi único objetivo es que la muerte de Ignacio sea útil»
Participará en el Congreso de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad de Madrid
En una calle tranquila y poco transitada de Las Rozas, cuando son apenas las 10 de la mañana, el sonido de los monopatines deslizándose por las rampas ya empieza a dejarse notar. Allí está Joaquín Echeverría, padre de Ignacio Echeverría, el español que hace cinco años fue asesinado en un atentado en Londres cuando se encaró contra los terroristas tratando de salvar a cuatro personas. Tras su muerte pasó a ser conocido como «el héroe del monopatín», ya que esta fue su única arma contra los cuchillos de los atacantes. Un lustro después su padre, que participará mañana, 14 de junio, en el Congreso de Víctimas del Terrorismo de la Comunidad de Madrid, explica a LA RAZÓN cómo ha sido este tiempo que ha pasado y cuáles son los pasos a seguir para que la muerte de Ignacio no caiga en el olvido.
¿Cuándo comenzó Ignacio a patinar?
Cuando vivimos en Puentes de García Rodríguez, que Ignacio tendría unos ocho años, había una acera inclinada muy cerca de casa, y él se deslizaba por allí con una cosa que llamaban garlianas. Cuando llegamos a Madrid, unos Reyes le regalamos un monopatín con la tabla de plástico. No valía nada. Pero se deslizaba con él y a eso de los 11 años ya le regalamos uno de verdad. Prepararon una especie de rampa, él y unos amigos. En seguida se cayó y se rompió el brazo, pero eso no le frenó. A partir de ahí siempre tuvo tablas. Cuando dejaba de utilizar alguna, se la regalaba a chiquillos que no tenían facilidad para poder comprar una. Por casa aún quedan cinco o seis tablas de las que él usó.
Después de la muerte de Ignacio, ¿cómo ha sido el apoyo de las instituciones en este tiempo?
Muchas instituciones han tenido atenciones con Ignacio, tanto en España como en Reino Unido. En particular, el Ayuntamiento de Las Rozas de Madrid, que creó una medalla en su honor y, además, construyó un skate park con el nombre de Ignacio Echeverría en el parque más próximo a donde él había vivido, a nuestra casa. La verdad es que cuando voy por la calle y paso por aquí oigo las tablas y me acuerdo de él. Es inevitable, porque prácticamente siempre hay gente patinando. Alguna vez me acerco y echo una mirada.
En muchos sitios de España hay espacios de monopatín que llevan su nombre, o un pequeño monumento o una placa. Además, me consta que esas instituciones que han tenido la iniciativa de ponerlas pertenecen a cualquiera de los partidos importantes de España, sin excepción ninguna, y, la mayor parte de las veces, por unanimidad en el organismo correspondiente. Que en la política se vea como un referente me parece muy positivo, porque dice algo muy bueno de nuestra sociedad: que valora y premia los buenos comportamientos.
¿Cuál es el legado que ha dejado Ignacio?
Creo que el de una persona que hizo algo notable por defender a otros. Eso, unido al recuerdo que dejó en los que conocimos, es un buen legado. Creo que la gente que patina lo tiene como referencia. No por ser el que mejor patinador, que no lo era, por supuesto, sino por haber sido una persona sonriente, buena, amable, que se portaba bien con los demás. Ellos admiran esa entrega que llegó hasta el punto de dar su vida por los otros.
¿Cómo va a ser su participación en el Congreso de Víctimas de Terrorismo de la Comunidad de Madrid?
Yo puedo hablar de mi hijo Ignacio, porque sé como era y cómo murió. Y la sensación que nos genera a su familia el saber que consideraba que, ante una situación como la que él vivió, había que actuar, que no valía quedarse de brazos cruzados o huir. Él se involucró, y su intervención, en mi opinión, salvó muchas vidas. Ese atentado tuvo ocho víctimas mortales, y supongo que, sin el tiempo que le dio a otros para huir, muchos de los que hoy están vivos probablemente no lo estarían.
¿Cómo surgió la idea de iniciar el proceso de beatificación?
Cuando Ignacio murió se escribió mucho sobre él. Todos lo tachaban de héroe y, algunos, de santo. Poco después de su muerte el Vaticano publicó un nuevo camino de santidad, es decir, la forma de justificar que alguien puede ser santo, que es el de dar la vida por los demás. Aquello parecía que estaba escrito a medida de Ignacio. Para abrir la causa hay que esperar cinco años después de la muerte, por eso hemos comenzado ahora.Creemos que es algo que, aunque jamás se lo habría imaginado, le habría gustado.
Somos conscientes de que va a ser un proceso costoso y que va a llevar mucho tiempo. Por eso hemos instituido una comisión para ayudar a la posible beatificación de Ignacio que acaba de ser aprobada por la Archidiócesis de Madrid.
Además de la beatificación, desde la muerte de Ignaco han llevado a cabo distintas iniciativas para dar testimonio de su vida ¿Qué más frentes tienen abiertos?
En realidad, el único frente que tengo abierto ahora mismo es el de que la muerte de Ignacio sea útil. Me parece que tuvo una muerte singular, que llamó la atención y produjo empatía y simpatía hacia él. Creo que puede ser muy bueno para la gente conocer su historia: cómo se entrega y cómo muere. Entonces, el objetivo principal no es la canonización en sí. Hay muchos santos que no son reconocidos. Es, sencillamente, que su muerte sea más útil, porque, si se le reconociese de alguna manera, tendría mucho más eco. Él murió. Ya no lo podemos resucitar. No podemos compartir la vida con él, pero sí podemos compartir el recuerdo que deja.
Llegó a dar la vida por defender a gente a la que ni siquiera conocía. ¿Fue siempre así Ignacio?
Era un hombre que siempre se preocupó por el que tenía al lado. Siempre se entregaba cuando veía situaciones injustas o en las que había gente sufriendo. Cuidó a los demás y se expuso muchas veces a tener represalias, pero eso nunca le frenó. Hay un hecho que define mucho cómo era Ignacio. Cuando llegamos al tanatorio se acercó a nosotros una persona vestida de legionario. Se quitó una cruz para ponérsela a Ignacio. Como estaba el féretro cerrado, la pusimos en la bandera. Nos explicó que él tenía un hijo que había pasado por una época muy mala, en la que no veían forma de ayudarle. Les recomendaron que buscaran a una persona joven para que le hiciera compañía a ver si le conseguía ayudar a salir del pozo. Ignacio se pasó una temporada muy larga yendo a casa de ese chico. Al principio estaban en casa, y después iban a ver a amigos, a patinar... Sabemos que cuando Ignacio murió ese chico ya estaba recuperado y hacía una vida totalmente normal y sana. Fue siempre así, una persona que se entregaba.
¿Han mantenido el contacto con alguna de las personas que Ignacio logró salvar?
Cuando Ignacio interviene hay cuatro personas que están siendo apuñaladas y están gravemente heridas. De esas cuatro personas, yo he hablado con una, que es el agente Márquez, con quien coincidimos en la entrega de una medalla de honor por parte de la Reina, y quiso fotografiarse con nosotros. Por otro lado, cuando llegó Ignacio había una pareja en el suelo. Ambos están malheridos. A la mujer le habían dado 25 puñaladas. Esa señora a raíz del juicio conoció la intervención de Ignacio, porque anteriormente había estado en el hospital y en tratamiento psicológico. Cuando supo lo que había hecho Ignacio se puso en contacto con mi hija Isabel, contándole quién era y lo que había hecho después del atentado. Le preguntamos si estaría dispuesta a participar en un documental sobre Ignacio de una productora inglesa, pero nos dijo que no estaba en condiciones de hacerlo, que no se encontraba fuerte. Aún así fue muy cariñosa y, a Isabel, no solo le mostró su agradecimiento, sino que le dijo que todos los días de su vida se acordaría de Ignacio.
¿Se consigue perdonar?
No hay nada que perdonar. El perdón surge del arrepentimiento. Esos hombres, los asesinos, murieron a manos de la policía de forma inmediata y no sé si tuvieron tiempo de arrepentirse. Me gustaría que lo hubieran hecho. Por ellos. Pero yo no soy quien para perdonarlos. Lo que no puedo perdonar nunca es a la causa que origina que haya ese tipo de atentados. Pero mi visión es que, al final, la muerte nos va a llegar a todos, y cuando murió Ignacio estaba en un momento muy feliz de su vida. Y muere haciendo lo que quiere, ejerciendo su libertad.
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