Isabel Díaz Ayuso
Ayuso ensombrece a Simeone en el Wanda
La presidenta pisó el césped al ritmo de la canción “Just can´t get enough”, de Depeche Mode, uno de sus grupos favoritos, y levantó al graderío: “A Madrid se viene a que a uno le dejen en paz”
Con un outfit perfecto, vestido negro entallado, era noche, pero cuñas cómodas para pisar el campo del Wanda Metropolitano y subir a la tribuna de mitad del césped como si fuera Simeone con la brillante y deseada copa de la Champion en la mano. El fenómeno Ayuso traspasa fronteras, siglas de partido, y edades, y este pasado miércoles se llevó de calle a los asistentes al evento que la firma internacional PwC organizó en Madrid para homenajear a sus más de 5.500 empleados de toda España, después de más de dos años sin reuniones presenciales con motivo de la pandemia.
Ayuso ha conseguido hacer de Madrid una especie de mágica y mítica tierra prometida con la que sueñan los de fuera, entre otros motivos porque aquí uno puede hacer lo que le dé la gana sin que le molesten. Y no necesita ni hablar, le basta con estar, y sonreír, tímidamente, para que estalle el fervor “ayuser” de manera irracional e imparable. El miércoles se comió al Wanda sin más herramienta que ésa, la de estar. Había sido invitada para recibir a los que venían de fuera, y sólo por eso decidió romper su norma de limitar los actos privados, y más si son pasadas las ocho de la tarde, para materializarse de cuerpo presente. Por cierto, llamativamente sola, sin necesidad de esa escolta de pajes que acompañaban siempre, hasta a una entrevista de televisión, al mesiánico Pablo Iglesias, y que, luego, entretenían el tiempo devorando el catering protocolario. Ese coro morado sigue moviéndose alrededor de los nuevos jefes, en esto tampoco han cambiado desde que el fundador da las órdenes desde fuera.
Volviendo a la noche del Wanda, Ayuso pisó el césped al ritmo de la canción “Just can´t get enough”, de Depeche Mode, uno de sus grupos favoritos, y levantó al graderío, treinteañeros de media, en cuanto por megafonía se escuchó su nombre. “Cuando salía de casa, mi abuela me decía “no des que hablar”. Y eso os digo a vosotros ahora que tenéis al jefe aquí delante, no déis que hablar y mostrad el gran equipo que sois”. ¿Qué otro político se atrevería a arrancar así, de entrada, su discurso? Dentro del PP, y en los demás partidos, buscan explicación para el fenómeno fan de la presidenta, pero la respuesta no exige de tratados psicológicos ni demoscópicos. Su arma más seductora es la improvisación.
Ayuso llevaba en la mano unas cuartillas con las instrucciones a las que ajustarse como embajadora del Madrid próspero y creciente, pero las ignoró para dejarse llevar por lo que le salió de dentro, y con ese deje de Chamberí que también le sale de natural “Aunque todos somos madrileños desde el primer día, bienvenidos a vuestra casa”, más aplausos. “Vienen momentos complicados, pero los vamos a afrontar con entereza y no nos olvidemos como personas, no olvidemos a la familia, al entorno que nos rodea, a las causas comunes. Hay movimientos que intentan desestabilizar democracias liberales, empresas, pero nosotros apostamos por la cultura del esfuerzo y por permitir que los ciudadanos lleguen tan lejos como se lo propongan. Queremos que las personas crezcan, prosperen y puedan conquistar sus metas sin que la administracion les tutele y les dirija. Por eso decimos que a Madrid se viene a que uno le dejen en paz”. Más aplausos y griterío.
Por cierto, antes de hacerse carne en el césped del Wanda la presidenta dejó ver en este evento privado, sin medios de comunicación acreditados, para más tranquilidad de los casi 200 directivos presentes, clientes de la firma, que ya no es sólo el presidente Pedro Sánchez el que se maneja con soltura en inglés. Parece que Ayuso se entendió bien con Bob Moritz, el presidente mundial de PwC, al menos el tiempo que la dejaron entre apretón y apretón en la disputa para llevarse la foto con ella. Y como una más bailó con el CEO de España, Gonzalo Sánchez, y con Moritz, antes de que empezara la otra sorpresa, el concierto de Morat, que, después de ella, casi fue lo de menos.