Historia
De lo que pensaba un anónimo sobre la inflación en tiempos de Felipe II (y III)
Me ha entretenido un papel escrito por alguien en el siglo XVI, tanto o más, que si escuchara hoy a no-versados tertulianos hablando de economía
«...Todos sirven de alcahuetes y cohechadores buscando maneras exquisitas para comprar y vender el favor que tienen con los ministros». Que trabajemos todos y que chupen los menos. ¡Menuda definición de los asesores de gabinete; ahí lo dejo!; sépase que en el siglo XVI estaban obsesionados con los «pobres verdaderos» y con los «pobres fingidos», su proliferación y también su remedio, que era enseñarles a estos un oficio y si no querían aprenderlo o ejercerlo, a galeras; a los fingidos, aquellos minusválidos o tullidos, sí, darles caridad cristiana municipal o limosna particular. Traer ahora a colación a Erasmo, Vives, Pérez de Herrera o Miguel de Giginta y luego en el XVIII a Campomanes, tampoco es baladí. A renglón seguido añade el anónimo de El Escorial que a los caballeros habría que enseñarles la «disciplina militar»: siempre buscando en la educación una salida a la holgazanería.
En tercer lugar, «para lo que toca a las delicadezas del vestir y del comer será de importancia que las mujeres públicas y deshonestas no traigan seda ni vivan entre la gente honesta» y es que es natural, que, siguiendo su nivel de vida, «sigue la gente común su manera de vivir y aun la gente estirada». Genial lo de la «gente estirada» que se pierde por las mozas de malvivir que viven bien y muy «regaladas» como se decía entonces, pero que hoy hemos inventado una palabra exótica, «sugar baby girl», que así no se mete el dedo en el ojo.
Por cierto, que este buen hombre parecía conocer de oídas el ambiente. Así que, para remedio de tanta deshonestidad, no piensa en prohibirlo, sino que «que es necesaria una casa que sirva de cárcel donde les den lo necesario y las hagan trabajar» lo cual les generará miedo y optarán por hacerse buenas mujeres «que sirven [en servicio doméstico] y no se perderán los pajes y lacayos y otra muchedumbre de gente moza, que por ellas se hacen vagamundos y ladrones».
Y, en fin, con respecto a las manipulaciones de los intermediarios, andaba fino este hombre, «castigar los regatones conforme a las leyes». Creo que hoy en día hay leyes para controlar los precios (que son inútiles claro, como perjudicial fue la tasa de los granos y los transportes que duraron más de 250 años, sin incitar a la innovación tecnológica); las leyes para controlar los precios entonces, si se aplicaran, sería espectaculares y ejemplares: «podrán en ocho días los Alcaldes [de Casa y Corte, en Madrid] azotar mil personas y echar a quinientos a galeras que lo tienen muy bien merecido»; ¡menudo escarmiento para los gerentes de los grandes supermercados; qué espectáculo! Y sigue, «valdrán las cosas un tercio más baratas».
Claro que a lo mejor habría que irse a comprar los espárragos a Navarra y nos saldrían más caros. Pero nuestro ignoto escritor explicaba el por qué del mal: «como los ministros tienen sus casas bien proveídas a buenos precios, por medio de ellos [los regatones] no hay quien se duela de la República». Finalmente proponía que «sería de mucha importancia que el Rey nuestro señor dijese a los Grandes [nobles titulados] y señores y a los consejeros que moderase cada uno su casa en el vestir y el comer, que ellos lo harán sin duda, y este ejemplo suele ser muy eficaz». Sí, suele ser muy eficaz una actuación ejemplar, esto es, no irse a Nueva York a hacerse fotitos, o no usar bienes públicos costosísimos, e incluso que hubiera menos ministros, menos comisarios y menos gastos indecentes, superfluos e indecorosos en medio de una España con una inflación por encima del 10% y tendente a una monumental pobreza energética porque los molinillos no dan de sí. Menos mal que hay pantanos, que, si no, ni agua.
Como ves, paciente lector, no sólo fue la Escuela de Salamanca la primera en definir las grandes bases teóricas sobre las que se asienta el capitalismo (y sospecho que la economía en general), sino que por la calle, gentes del común, acaso, sí, formados en Salamanca o en Alcalá, o leídos de aquellos frailes, escribían al rey sobre la inflación, sus causas y remedios y ese arbitrio, como otros, se leían en Palacio, se guardaban, alguien pensaba sobre ello…, pero la cotidianeidad política hacía que las decisiones que se tomaran no pudieran estar diseñadas a largo plazo.
Una vez más me ha entretenido un papel escrito por alguien en el siglo XVI, tanto o más, que si escuchara hoy a no-versados tertulianos hablando de economía, o a soberbios mozalbetes, o soberbias mozalbetas, incluso sin estudios, organizándome la vida.
Alfredo Alvar Ezquerra es profesor de investigación del CSIC
✕
Accede a tu cuenta para comentar