Historia

Inflación: las cinco causas que la originaron en el siglo XVI en Madrid

El aumento de demanda, el exceso de dinero en circulación y mano de obra mal pagada, entre los motivos que ya se analizaron por entonces

San Lorenzo de El Escorial vacío durante el día 47 del estado de alarma
Lonja del Real Monasterio de San Lorenzo de El EscoriaJoaquin CorcheroEuropa Press

Estaba ordenando viejas fotocopias cuando vi, providencialmente, el título de un arbitrio de tres hojas sobre la inflación. Y digo que fue providencialmente porque si he ido escribiendo en LA RAZÓN cosas de nuestros siglos XVI y XVII en función de lo que hogaño nos preocupaba, nada, sino la Divina Providencia, o el amparo de Felipe II, Ambrosio de Morales, Esteban de Garibay, Arias Montano, el Secretario Zayas, ojalá hubiera sido el mismísimo Juan López de Velasco, ¡o a saber si Claude Clement!, no sé quién -digo- dejó caer en mis manos entre polvorientas fotocopias las páginas 204 y siguientes del mencionado libro facticio, que llevaban por título «Pregúntase qué sean las causas que las cosas valen tan caras y cómo se podría remediar este daño».

El autor es un desconocido porque el texto va sin firmar, que yo sepa. Pero la letra es bellísima y cuidadísima, humanística cortesana del siglo XVI.

Algo pasaba entonces (más bien en tiempos de Felipe II, 1527-1598) que un individuo se preguntó cuáles eran las causas de la «inflación», así lo llamamos hoy, o por mejor decir «por qué las cosas valen tan caras». Y es que con la plata americana y otras razones, hubo inflación entonces y ellos lo notaron. Se preguntaron el por qué y lo respondieron de mil y una maneras diferentes, incluso imprimiendo sus razonamientos.

Sin embargo, nuestro buen hombre anónimo, que tal vez no había estudiado en ninguna sesuda escuela de negocios, ni en ninguna universidad al calor de algún premio Nobel, aunque podría tener noticias de lo que los teólogos de Salamanca se preguntaban entonces sobre el mismo tema, e incluso sobre la moralidad de subir los precios e incluso los impuestos, digo que nuestro anónimo autor dividía sus reflexiones en dos partes, «Causas de la carestía» y «Lo que se ofrece para el remedio». O sea, un arbitrio: se detecta y define un mal y se ofrece su solución.

A su vez, identificaba cinco causas de la carestía, sólo cinco. Y en esa fascinante habla de nuestro siglo XVI, iba definiéndolas con una simplicidad natural insultante para ciertos lenguajes que no hacen sino embrollar las cosas para los simplones, como yo mismo.

Efectivamente, nuestro anónimo autor veía que la primera causa era, ni más ni menos «Que se ha aumentado la gente», o sea, como hoy dirían, que había incremento de la demanda. La segunda causa era, en sus simplicísimas palabras, «Que como ha entrado mucho dinero en Castilla, tiene menos estimación». Hay políticos por ahí que proponen fabricar dinero para que la gente tenga más y pueda vivir así holgadamente; ya lo avisaban en el siglo XVI, a más dinero en circulación, menos estimación de ese dinero, por ende, más gasto y en definitiva, subidas de precios (remito a lo que he expuesto más arriba). La tercera causa era «Que la mayor parte de la gente huelga por estar muy desproporcionado el premio de los trabajos», o sea que para qué trabajar si no se remunera en función de la productividad (o sí, claro y de ahí los salarios pocilgueros) y lo razonaba, «cavando todo el día un hombre gana dos reales (68 maravedíes) y otro escribiendo cuatro renglones gana dos escudos (800 maravedíes) y como les parece que se lo lleva todo la industria, huyen del trabajo corporal y este no basta a sustentarlos con la carestía que hay»: no hay que darle muchas vueltas a lo de la España vaciada, que ya lo avisaban en el siglo XVI. El «trabajo corporal» no sirve ni para cubrir gastos; por el contrario, el industrial sirve para ser más productivos y comprar cuanto se demande, esto es para ser ricos…, y la región Asia-Pacífico viendo los toros desde la barrera.

El cuarto mal era «Que se han introducido y arraigado las delicadezas de Italia en vestir y comer sobremanera y es mayor el exceso en la gente común», y a buen entendedor basta, que de Italia llegaba el afeminamiento que cautivaba sobre todo al común de los mortales…; y por último «Que los regatones [intermediarios] contra las leyes de la Naturaleza y las comunes a todas las gentes y las Reales, compran dentro de la Corte para revender todas las cosas necesarias a la vida humana desde la lechuga y rábano, hasta el vino y la carne y aun el pan y la leña y el carbón», ¡parece que estoy oyendo las quejas de los ganaderos, a las gentes del campo en cualquier tractorada de hoy en día! Como digo, la segunda parte estaba dedicada a «Lo que se ofrece para el remedio».

Sus remedios, como vamos a ver, no eran una contestación sistemática a los puntos anteriores, sino razonamientos de nuevo, simplicísimos, antiguos y por tanto equivocados: «Primeramente pongan en ejecución las leyes y ordenanzas e instrucciones, que si los ministros atienden a esto con cuidado se verá maravillosamente reformada toda la república [en el sentido de res-publica] y cesando los excesos, cesará la carestía». Pues eso. ¡Qué pena; hace más de cuatro siglos que está escrito tal cual: que los gobernantes cumplan con las leyes! El segundo remedio es: «Que trabajemos todos y que se empiece en la Corte echando de ella cinco o seis mil solicitadores y pretendientes de comisiones que se llaman ellos comisarios».