Metro de Madrid
El andén histórico de Goya: un viaje en el tren del dinero
Goya Bis sirvió como almacén de efectivo desde finales de los años 50 hasta 1995
Las venas de Madrid son de piedra, metal y madera. Debajo de su piel de asfalto, la red de Metro conecta la ciudad desde hace más de 100 años. Algo más de un siglo en el que ha ido reconstruyéndose y reinventándose, reflejando en sus túneles, de su particular manera, todo lo que sucedía en el exterior. Una de esas estaciones que han visto el siglo XX –y, ya, las primeras décadas del XXI– es la de Goya, la cual alberga uno de esos túneles «fantasma» que, aunque están en desuso, continúan no solo relatando la historia de la capital, sino estableciendo también un nexo con el futuro.
La estación de Goya une ahora las Líneas 2 y 4. Allí, en la entrada que conecta con los números pares de la calle Conde de Peñalver, espera Óscar García de la Riva, responsable de gálibo ancho y una de esas personas que puede relatar la historia de la ciudad, pero vivida bajo la superficie. No es hora punta, pero una buena cantidad de personas entra y sale del andén. En paralelo, a través de una puerta que podría pasar fácilmente desapercibida, se accede a la parte histórica de la estación.
«Al dejarlo en desuso se ha aprovechado para construir los cuartos necesarios para la modernización de la red», explica Óscar a LA RAZÓN. Y es que, mientras en las estaciones de la década de 1930 valía con situar las taquillas, la cabina del jefe de estación, los aseos, «y muy poco más», ahora se necesitan otras habitaciones donde guardar la maquinaria que la tecnología ha ido haciendo indispensable, así como el material de seguridad, como es el caso de los equipos contra incendios, etc.
El tren del dinero
Esta compartimentación ha dado lugar a una habitación mucho más pequeña de lo que era el andén entonces, aunque se sigue apreciando el techo abovedado de aquella primigenia Línea 2, conocida entonces como Goya Bis. Los pequeños azulejos verdes que cubren las paredes solo se ven interrumpidos por tres puertas metálicas, que resultan ser cajas fuertes. «Por aquí pasaba el tren del dinero», dice Óscar. Se refiere a los trenes que recogían la recaudación y dejaban en las estaciones el cambio necesario para las taquillas. «Había unas cabinas de cristal, donde estaba el técnico ayudante de la estación, que era la persona responsable del almacén», explica. Entonces, el dinero salía desde el Banco de España a Cuatro Caminos en camiones. «Hablamos de la calderilla», puntualiza. «Desde allí salía en un tren hasta que llegaba hasta aquí, pero este uso se le dio cuando dejó de funcionar Goya Bis», añade. Cuando era una estación más de pasajeros, no se usaba para guardar el dinero.
«En realidad, cuando abrió en 1934, Goya Bis era un ramal de Diego de León», relata Óscar. De hecho, en esta estación comenzó a funcionaba el primer sistema de teleindicadores de la red de Metro: «Si el tren iba hacia Diego de León, la luz era roja. Si era verde, iba para ventas», explica. Dejó de usarse como andén para comenzar a ser almacén del dinero cuando se hace la Línea 4 hasta Goya. «En aquel momento seguía funcionando el ramal, y no fue hasta seis o siete años después cuando este se cerró por la ampliación de la Línea 4», apunta.
A partir de entonces, ese espacio se empezó a usar como almacén de cambio de efectivo. Y así fue desde finales de la década de 1950 hasta 1998. «Se dejó de usar por la Ley de Seguridad Privada», explica Óscar. Por aquel entonces, él ya llevaba algunas décadas trabajando en la red de Metro. «En su momento el transporte de fondos se hacía con unos peones con un carro, pero la ley establecía que tenía que ir un vigilante de seguridad armado junto al efectivo», añade. Sin embargo, los robos no eran habituales. «Creo que la única vez que robaron el tren fue en la Línea 5, y fue a finales de los 80», recuerda. «Y eso no era más que un reflejo de lo que pasaba en el exterior en ese entonces», asevera.
El túnel «fantasma»
El andén da paso a la vía. La oscuridad solo se rompe por algunos focos, gracias a los cuales se puede apreciar el suelo de piedra y madera, además de algún grafiti garabateado en la pared y que ya debe acumular bastantes lustros. Los muros, además, están salpicados de mechinales: esos pequeños refugios donde los trabajadores de vía esperaban a que pasase el tren. «Empezaban a trabajar a las 10 u 11 de la noche», cuenta Óscar. «Uno de ellos tenía una serie, llamada así porque eran tres bombillas en serie, una de ellas roja. Cuando el tren venía, tenía que pararse delante de la serie. Ese hombre tocaba una turuta para que los trabajadores se refugiaran. Entonces quitaba la serie y pasaba el tren», explica.
Todo está como estaba cuando se cerró el andén y esos 300 metros de túnel que hoy parece abandonado. Un túnel «fantasma» en el que quedan, incluso, los restos de algunas de las herramientas de sus operarios y que ha servido para inspirar algún relato, como el de Juan Gómez Jurado, que desarrolla una escena de su novela «Reina Roja» en estas vías abandonadas. «Se ve que alguien se lo ha contado, porque él lo relata tal y como estaba esto», asegura Óscar. «Yo que conocí esto antes de 1995, sé que describe muy bien este espacio como era entonces».
De hecho, él, que pertenece a lo que hoy se conoce como «operativa», reconoce en las palabras del novelista esas paredes con las que ha crecido. «Yo hice la ‘mili’ aquí», reconoce. «Podía hacerse en Metro o en Renfe, y, como era aquel momento en el que podíamos ir a África o sabe Dios dónde, decidí hacerlo en casa», dice. «Y aquí me quedé». Ahora, más de cuatro décadas después, ha acumulado anécdotas para llenar varios libros. Desde momentos en los que parecía que «no podíamos llevar a más gente», como la manifestación de Tomás y Valiente, hasta otros como el 23F, en los que «no había un alma». «Luego llegó la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y vimos que podíamos llevar a más gente todavía», relata, «o el Covid o Filomena, en los que estábamos aquí cuando nadie más podía estar».
✕
Accede a tu cuenta para comentar