Historia

Pobres, laboriosidad y caridad (y III)

En 1581 se dispuso reformar a «los pobres mendigos que son verdaderos y se castigue los que son fingidos y vagabundos»

Vista exterior de la catedral de Elna
Vista exterior de la catedral de Elnaayuntamiento de Elna

El 25 de abril de 1581 «el señor Corregidor dijo que ya a sus señorías de esta villa les es notorio el buen medio que el canónigo Giginta» ha propuesto al Consejo Real a las Cortes para que en ese Hospital «se recoja y reforme los pobres mendigos que son verdaderos y se castigue los que son fingidos y vagabundos», aunque Madrid a solas no podría hacerlo, así que pedía ayuda financiera al Consejo Real y al rey.

Si se les recogía, se les recogía. Pero de ahí a levantar un edificio nuevo mediaba un trecho.

En cualquier caso, las viejas ideas de 1526 de Juan Luis Vives, reformuladas ahora por este canónigo de Elna iban a poderse aplicar basándose sobre todo en la gran diferencia existente entre pobres fingidos y pobres verdaderos.

Se puso en marcha ese Hospital General, pero se puso en marcha a trancas y barrancas. No era un único edificio, sino que ocupaba dos casas en solares que hoy vendrían a estar en el Hotel Palace. Ciertamente, a la altura de 1588 la financiación no llegaba y los ¡900! pobres recogidos más el personal difícilmente podían subsistir, por lo que se empezó a plantear su cierre, en una historia más larga de lo que se puede decir en una sola frase.

Y de esta manera se llega al final de la historia, que fue en 1603. La Corte estaba en Valladolid. Lerma era todopoderoso y Madrid le estaba sumisa y entregada. Es lo que tienen los corruptores que tienen redes a su alrededor de angelicales tontos útiles.

A finales de 1602 el Duque de Lerma sintió un extraño interés por los alrededores del Hospital General que ocupaba una manzana muy apetecible, próxima a su casa. A primeros de octubre de 1602 el ayuntamiento de Madrid autorizó al duque de Lerma a que hiciera unas obras en palacio de la carrera de San Jerónimo, pero ya que iba a gastar dinero en beneficio del ornato de Madrid, sería la Villa la que correría con una parte de la inversión (¡!).

A partir de ahí, la sorpresa saltaba un día sí y otro también. Para engrandecer ese ornato que preconizaba el Duque, (8 de abril de 1603) «es necesario incorporar la calle que está entre la huerta del señor Duque y la casa del dicho Prior don Fernando […] se acordó que las callejuelas que toman todas las dichas casas y huertas se cierren y se le den al dicho señor Duque para que así mismo las incorpore y meta en la dicha su casa y huerta». Hoy tal regalo se llama calle de Huertas. Además de lo cual, a costa del Ayuntamiento-sin-Corte «para abrir una callejuela que está sin salida que sale al prado frontero de las espaldas del Hospital General, que se acuerda que se abra…». Ese prado es el actual Paseo del Prado. Es decir, el Ayuntamiento regalaba unas calles al Duque, para que tuviera sus inmensas huertas. Pero eso tenía un problema: rozaba con las tapias de la casa del Duque el Hospital General. Así que «que se suplique a su Majestad sea servido de mandar que el Hospital General que es en ese [lugar se] quite de donde está» y (18 de abril de 1603) «el sitio a donde ahora está el Hospital General, se venda».

Y aunque podría seguir haciendo alusión a escandalosos acuerdos municipales para agradar al gran ladrón, me quedo aquí: en 1603 se cerró un Hospital General para que un valido se hiciera su palacio en la que iba a ser la mejor esquina de Madrid tan pronto como volviera la Corte de Valladolid, que iba a volver aunque eso no lo supiera nadie salvo el Duque de Lerma.

El 12 de noviembre de 1603 se sacó el Santísimo del Hospital General y se llevó al Albergue, a donde también se trasladaron los pobres. Desde ese día quedó clausurado el Hospital.

De nuevo en 1636 se abrió un Hospital General, pero ya en otro lugar: en esa glorieta que, aún hoy, rezuma por todas partes ser espacio extramuros de la ciudad, aunque esté ya en el centro: Atocha.

Tal vez, alguna vez, escriba sobre Cristóbal Pérez de Herrera y sobre Pedro Rodríguez de Campomanes, su exaltación de la laboriosidad; o sobre Cristóbal de Robles y Domingo de Soto y el derecho a dar limosna y por tanto, a que existan pobres.

(Para la redacción de estas líneas hube de ir tras los manuscritos de Giginta, de sus arbitrios y de sus impresos, así como tras sus textos impresos por El Escorial, Simancas y Ginebra; además sus libros fueron Tratado de remedio de pobres de Coimbra, 1579; una Exhortación a la compasión y misericordia de los pobres y al conveniente remedio de sus cuerpos y almas para ayudar a salvar las nuestras, Barcelona, 1583; una Cadena de Oro, Perpiñán, 1584; una Atalaya de la caridad, Zaragoza, 1587; un Discurso en prueba de que el glorioso Mártir San Lorenzo fue cardenal de la santa Iglesia de Roma, Zaragoza, 1588 cuyo original manuscrito se conserva en Ginebra).