La historia final
De aguinaldos, limosnas y otros menesteres en especie (I)
¡Qué duda cabe que el regalo de Navidad cuanto mayor fuera más estaría manifestando una relación de dependencia clientelar entre el oferente y el perceptor!
Era inveterada costumbre pagana la de recibir en el cambio de año un obsequio entre familiares, amigos o deudos. El uso se remonta a los tiempos de Roma, aunque hay también quien habla de los celtas. Cosas de las leyendas historiadas.
El caso es que el mundo católico, tan sabio en la cristianización de usos y costumbres de los infieles, lejos de perseguir o abolir la práctica la convirtió en sacral y aún más llegó a fijar la costumbre del intercambio de regalos entre iguales, o del criado al señor, o del señor al criado (según la tradición), en la gran fiesta infantil por antonomasia al considerar que la llegada de los Magos al Portal tuvo lugar en el 6 de enero. Allí se dieron al nuevo rey, oro, incienso y mirra. El intercambio de bienes fue evolucionando hacia los regalos que todos hemos conocido.
Pero no solo se trata de una entrega de obsequios a cambio de protección o de lealtad, sino que conforme las economías fueron monetarizándose, los aguinaldos se sumaron a los pagos en efectivo que tenían los asalariados. Esto tuvo lugar, sobre todo desde el Renacimiento. En cierto sentido se podría decir que el aguinaldo estaría llamado a perpetuarse en el mundo rural, mientras que unas mejores condiciones económicas se desarrollarían en el urbano. Lo que pasa es que hay un mundo cultural o antropológico que nos habla de la antigua ruralización de la vida urbana contra la actual urbanización de la vida agraria.
Tan es así que nadie discute que a la altura del mes de diciembre haya una paga extraordinaria en la convicción de que con más dinero en el bolsillo para gastarlo rápidamente, se dinamizará el comercio. Pasada la fiebre compradora, los precios volverían a su estabilidad.
Paulatinamente se ha ido imponiendo la costumbre de que se reciba esa paga extra y justa, pero contributiva, de tal forma y manera que los aguinaldos -o a fin de cuentas, estímulos o pagos en especie- fueran perdiendo vigencia. ¡Qué duda cabe que el regalo de Navidad cuanto mayor fuera más estaría manifestando una relación de dependencia clientelar entre el oferente y el perceptor! Esa es la clave: el pago en especie, no reglado y al margen de todo circuito legal (salvo que sean cantidades esplendorosas) sirve para entrelazar más el clientelismo.
Por toda Hispanoamérica el aguinaldo equivale, en su nombre a nuestra paga extraordinaria de Navidad. No deja de ser curioso que lo que antaño era un acto social de reconocimiento de favores o de servicios, haya prestado el nombre a una evolución del derecho de los trabajadores.
Pero, permíteme lector paciente, que te lleve a nuestros siglos XVI y XVII.
Como vengo haciendo, voy a extraer algunos datos curiosos de las actas del Ayuntamiento de Madrid de aquel entonces. Lo primero que quiero destacar es una curiosidad: en todo lo escrito por Cervantes no aparece ni una sola alusión a los «aguinaldos», de donde se puede deducir que si en este genial autor costumbrista no se habla de ellos, será porque su costumbre no estaba muy extendida.
No obstante lo cual, en los tiempos de su vida (nació en 1547 y murió en 1616) sí que se encuentran algunas alusiones a aguinaldos en las Actas municipales, que no dejan de ser simpáticas.
Así por ejemplo, ha de saberse que Madrid tenía desplazado en Roma a un regidor encargado de defender los intereses de la Villa en los pleitos que hubiera que defender. Los delegados que pasaron por Roma, a veces con refuerzos extraordinarios mandados ad hoc, fueron los protagonistas de la beatificación de San Isidro. Pero el legado municipal era también el que velaba por los intereses del Madrid excomulgado por una disputa sobre diezmos, el que conocía como el «Pleito del rediezmo», porque Madrid estuvo excomulgada por negarse a pagar unos diezmos a la Iglesia.
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