Gastronomía
Los Morales: 30 metros de alegría en el barrio de Tetuán
Es uno de esos bares donde pegarse a la barra tiene sello. El torrezno de Soria y la croqueta perfecta invitan a perderse día tras día
Hay un barrio que tiene tejido el alma de Madrid. Tetúan de las Victorias con todas sus ramificaciones entre las que se encuentra Estrecho. Y allí está el Bar Los Morales, como verdadero escenario donde ejercen taberneros de varias generaciones, para dejar que se depositen las esencias de la hostelería clásica de Madrid. José María, el actual titular, tiene la socarronería que tanta gloria ha dado a la ciudad que nos hace recordar a Tony Leblanc, o a esos camareros de la antigua chaquetilla blanca, y el mimo con el que acaricia un grifo de cerveza, como si fuera el que dedica a una gachí en el cabaret ya desaparecido.
En Los Morales, que solo tiene 30 metros de apariencia en el plano, pero kilómetros de recorrido en la vida, pegarse a la barra tiene sello. El de la chulapería de barrio. Frente al plexiglás y los locales que son todos intercambiables, en esta taberna hay más verdad que en un natural de Antoñete. Cuando siempre se ha dicho lo del marisquillo en plan despectivo como reclamo de las barras, es no conocer que dos mañanas a las cuatro cuando alborea, el titular baja a las glorias de Mercamadrid. Allí seduce al asentador, busca el justiprecio que puede luego cobrar a una parroquia, que sabe que en el barrio puede también encontrar un poquito de felicidad para aliviar las tristezas cotidianas.
Colonia Bellas Vistas
En Tetuán pasean los que fueron antes ministriles, funcionarios, vendedores de seguros, y hoy algunos con mayores ínfulas o peores andanzas. Frente a Los Morales está la Colonia Bellas Vistas, uno de esos reductos mágicos que para los que tienen «jurdós» consiguen la posibilidad de encontrar refugio, posada y algunos ratos de gratitud emocional. Pasan los días, las generaciones, y siempre hay momento para la caña, la nécora de chascarrillo, el bígaro, la cigala terciada pero muy a modo, o la gamba cocida o al ajillo, el boquerón en la versión avinagrada o frita, y una sucesión de pequeñas bocados, que van a amojonando cada una de las paradas en esa estación de penitencia que es algo más que un tabernáculo.
Hablar además de los guisos que se van despachando, o del calamar frito no deja de ser una obviedad. Porque aquí hay mucha lujuria desatada de esa que no nos incita a cometer barbaridades, pero sí a departir como si fuéramos unos pequeños tribunos de la plebe del rincón de Los Morales. El torrezno de Soria, la navaja que parece un pequeño filo en la memoria, la croqueta correcta y sin aspavientos, van integrando esos alicientes que junto a una recolecta carta de vinos invitan a perderse día tras día, y alguna que otra noche solo o en compañía de amigotes.
Seguramente a este bar no se va a descubrir la pólvora del epicureísmo, pero sí a buscar que a uno le reconozcan para ser alguien en la ciudad. De los barrios nació todo, y ahora ya que algunos creen en expansiones y en las operaciones Chamartín, y en esas majaderías de las urbanizaciones de las piscinas, los que pasean por ese entorno donde hay colegios con la cúpula más bonita de Madrid y camareros a la antigua usanza, saben que Los Morales son el Vaticano.
Los callos, el ADN de Madrid
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