La Historia Final

Presión demográfica, mojones y «meriendas en comandita» (y II)

Si había más ganados, era porque se necesitaba más carne. Un buen ejemplo indirecto del crecimiento demográfico

"La merienda a orillas del Manzanares", de Francisco de Goya
"La merienda a orillas del Manzanares", de Francisco de Goyamuseo del prado

Como decíamos ayer, cuando empecé a escribir sobre mojones, «meriendas en comandita» y presión demográfica, todos los años, a primeros del mes de enero, era momento de hacer las visitas, las inspecciones a los mojones que marcaban las lindes de los bienes públicos y concejiles de cada localidad, como se ordenó el día 10 de enero de 1561, que «en este ayuntamiento (de Madrid) se acordó que el mayordomo de la Villa vaya a dar de comer a los señores Corregidor y Pedro de Herrera (regidor), y los demás que fueren a visitar y amojonar el ejido de Perales y la dehesa de Carabanchel de Abajo, en lo cual gaste lo ordinario y no más».

Unos días después (24 de enero de 1561) se acordó que el Corregidor y Pedro de Herrera fueran a amojonar la dehesa de Amaniel, porque debía estar abierta y, por ende, entrarían los ganados de particulares en perjuicio de los bienes públicos. Y si había más ganados, era porque se necesitaba más carne. Es un buen ejemplo indirecto del crecimiento demográfico de mediados del siglo XVI.

Dos semanas después, el 31 de enero de 1561, se mandó delegados municipales a ver qué ocurría en la dehesa de Carabanchel de Abajo, término de Madrid, pero dehesa que limitaba con Alcorcón. Al parecer los vecinos de este lugar habían entrado en los límites de Madrid, por la dehesa de Carabanchel, la cual habían pedido sus vecinos poderla labrar. Había que inspeccionarlo y ver «si la dicha dehesa está amojonada con los mojones antiguos, que le pide y requiere que le dé la escritura que de ello tiene». Había que ir a inspeccionar, sí; pero también a levantar acta por escrito…, la riqueza de nuestros archivos municipales es inmensa, salvo que haya pasado alguna catástrofe o desdicha.

Que los vecinos de Carabanchel pidieran poder labrar una dehesa es otro dato fehaciente de que había que plantar más, para dar de comer a más…, y aún no había llegado la Corte a Madrid. El Ayuntamiento de Madrid «proveerá sobre el dar la dicha dehesa a los vecinos del dicho lugar de Carabanchel para labrar y sembrar de pan como lo tienen pedido».

La visita a la dehesa de Carabanchel fue multitudinaria, con escrituras antiguas de que la dehesa era de Carabanchel y ni de Alcorcón, ni de Madrid; pero como digo allá se organizó una verdadera «merienda en comandita» porque según levantó acta el secretario «estando presentes Antonio Moreno, sesmero y vecino de Alcorcón, y de su sesmo, y Andrés Juanes y Pedro Barragán, alcalde de dicho lugar, y Alonso de Urosa, regidor, y Pedro Gómez y Andrés Hernández, vecinos de Carabanchel de Arriba, y Andrés Hoyo, guarda de esta dicha Villa, y por ante mí, el presente escribano, el dicho Alonso de Paz, procurador general de esta Villa, andaba visitando y visitó la dicha dehesa y mojones de ella, toda alrededor, conforme al amojonamiento y halló estar buena y no se haber entrado el dicho concejo en lo público y común de esta Villa, sino que los mojones antiguos estaban puestos conforme al dicho amojonamiento». La cita es larga, pero expresiva. Volvieron los hombres entendidos a Madrid, informaron al Ayuntamiento sobre lo visto y determinó el Ayuntamiento que como no iba a venir ningún daño a Madrid, se autorizaba a «que el concejo de Carabanchel rompa la parte que pretende de la dicha dehesa (no toda ella), pues la dicha dehesa es propia del dicho concejo, y esta Villa ni su tierra no tienen aprovechamiento ninguno en ella». A finales de enero de 1561, los vecinos del lugar de Carabanchel rompían una dehesa que no daba aprovechamiento a la villa de Madrid. ¡Con lo que se avecinaba!

En otros casos, como decía más arriba, esto de mover mojones, o arañar lindes eran descarados abusos de poder. Los vecinos de Getafe andaban soliviantados porque el secretario real Diego de Vargas no conformándose con un privilegio que tenía para poder levantarse una casa en una parcela de cerca de 60 yuntas de tierra, el secretario «había amojonado un ejido que está cabe la casa que el dicho secretario tiene en la Torrecilla de Iván Crespín, y que aquel ejido es público». Era de esperar que levantara tapias y, por ende, decían los de Getafe, «que si sus ganados (de ellos) llegasen a pacer o sestear cerca de la dicha casa o se rascasen en las paredes de ella, que los molestarían». Por ello pedían que se volviera a medir la parcela del secretario y que si tuviera más de las 58 yuntas concedidas, que «se le quiten». En la votación del ayuntamiento hubo dos que dijeron que mientras los vecinos de Getafe y Perales se agraviaran, que no se permitiera a Diego de Paz levantar su casa. El Corregidor dijo que se cumpliera la ley. Así se hizo.

También a principios de febrero de 1561 se fue a visitar las mojoneras de Cubas y Griñón; otro buen indicio del incremento demográfico y de la necesidad de más carne, leche y cuero es el acuerdo de 23 de abril de 1561, según el cual, se iba a autorizar a las cabras a entrar en una dehesa nueva: había que abrir espacios para más cabezas de ganado. «Que se desvede la dehesa nueva de El Quejigar (…) para que las cabras puedan andar en los 2 meses del año que está vedada del dicho ganado»; y no dejo atrás la decisión tomada por el Ayuntamiento de Madrid de 28 de abril de 1561 de pedir a los «descargadores de la Majestad del Emperador», o sea a los albaceas testamentarios de Carlos V, para que se tomase alguna decisión que paliar a Madrid de los perjuicios causados al cerrarse unas dehesas a la Villa con lo que se había privado «de pasto y corta a esta villa y su tierra, de más de 20 años a esta parte». Curiosamente, se protestaba ahora (cuando menos), en el momento de más presión demográfica sobre pastos y cortas de leña para esa población en aumento y los ganados que iban a más y más.

Y en fin: aquí lo dejo, en vísperas de la llegada de la Corte, que supuso una revolución ecológica en Madrid gracias a la cual, y a los deseos de Felipe II, se incrementó el control sobre el bosque de El Pardo para que aun a pesar del incremento de población, no se entrara en él (gracias a ser cazadero real seguimos disfrutándolo); o que no anduvieran una legua alrededor de Madrid ganados menores sueltos, o que no se labrara sin orden ni concierto.

Pero todo ello, lo dejo para otra ocasión si fuere menester.