La Historia Final
Presión demográfica, mojones y «meriendas en comandita» (I)
Para ir a visitar lindes había que echar un día entero y los corregidores iban con alguaciles, canastilla de merienda y cobraban dietas
El gran teórico del desempeño del oficio de Corregidor, que fue Castillo de Bovadilla, en su Política para Corregidores y señores de vasallos en tiempos de paz y de guerra, publicada en 1597 y reeditada en Amberes en 1704, en su libro V, capítulo IX, página 626, dedicó una entrada a la «visita de los términos así de la ciudad como de los lugares de la jurisdicción». Decía este viejo zorro que era la función que peor cumplían las autoridades locales, aun a pesar de los daños e inconvenientes que ese descuido causaba a los municipios porque se perdía la noción de cuándo «entró el vecino en los bienes concejiles, y cómo se metió el extraño en los bienes realengos», e incluso de cómo el regidor que es el administrador de los bienes de su pueblo «se los apropia para sí y despoja a su vecino y a su patria de ellos». Tal reflexión, en la que se definía tanto la corrupción, como los abusos de poder de los linces en la administración de los bienes ajenos, le daba pie para hacer esta reflexión: «¿Qué diferencia pensáis que hay entre el Príncipe y el tirano, sino es que el uno entiende en lo que conviene al bien público y el otro entiende en usurpar lo ajeno para su bien particular?».
La visita de los términos jurisdiccionales no era, pues, función menor del Corregidor. Abandonarla, sería tanto como dejar indefensos los bienes públicos al abuso de unos cuantos listillos, o matones, en términos de hoy.
Pero ¿cuándo -históricamente- podía haber más usurpaciones de los bienes públicos? Naturalmente cuando el poder del Corregidor estuviera menoscabado, debilitado. Pero también en momentos de presión demográfica, porque arañando en las lindes de tierras de acá y allá, en los bordes de los caminos, se podía ir incrementando la sementara y con ella la recolección de grano para las cada vez más y más bocas que alimentar.
El fenómeno de la visita de los términos jurisdiccionales da para mucho, porque es un asunto muy atractivo. Cada año el Corregidor en persona y el Mayordomo de los bienes de propios municipales debían acudir a esa visita, o inspección de los términos, revisando los mojones y levantando los caídos, en su caso, o comprobando por vista de ojos que todo estaba en orden. El Corregidor podía delegar la visita en algún regidor. Mas comoquiera que para ir a visitar lindes, había que echar un día entero, solían ir con algunos alguaciles, porteros de ayuntamiento, canastilla para la merienda…, y a la vuelta, se cobraban dietas: un ducado al día.
Los ejemplos de todo esto son infinitos. En los libros de las Actas municipales hay alusiones a cientos, como órdenes más extensas que breves alusiones. El mundo de «las meriendas en comandita» está por hacerse, pero desde luego que en esas excursiones se hablaba, se padecían fríos y calores, se compartían buenos momentos, y en fin se tiraría a alguna liebre, y se contarían los unos a los otros sus cuitas. Las meriendas en comandita servían para confraternizar, pero también para consolidar los respetos sociales en vertical, o sensibilizarse de las necesidades o virtudes de los inferiores. Eran momentos de socialización informal, que diría el otro.
Veamos el asunto alrededor de 1561. Por entonces, es de sobra sabido, la eclosión demográfica en la Corona de Castilla es un hecho. Ellos la definían con sus palabras realistas, «hay más gentes»; «cada año hay más», o la señalaban con sus aumentos de precios, las carencias de productos de consumo y con otras realidades que saltaban a los ojos. Pero lo dejamos para la semana que viene.
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