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Alicia Rodrigo: dejar una Ingeniería Industrial para enseñar Filosofía

Esta profesora, de 35 años y natural de Alcalá de Henares, considera que la asignatura es necesaria para el hombre y aboga por hacerla accesible

Alicia Rodrigo. Profesora Filosofía
Alicia Rodrigo. Profesora FilosofíaL R

En las páginas de ‘La utilidad de lo inútil’, de Nuccio Ordine, se puede leer una reflexión sobre el célebre texto de Alexis de Tocqueville ‘La democracia en América’ acerca de los peligros que corren las democracias comerciales: «El impulso de lo útil y el envilecimiento de las actividades del espíritu podría tener como efecto que los hombres se deslicen hacia la barbarie». Ahora, en el segundo cuatrimestre, la profesora de filosofía Alicia Rodrigo, de 35 años, se dedica a enseñar a sus alumnos de la Universidad Eclesiástica San Dámaso el texto del pensador francés para debatir sobre la democracia y sus límites. Frente a la visión de que los saberes filosóficos no son tan útiles o prácticos como otros, Rodrigo, que decidió dejar de estudiar la carrera de Industriales para pasarse a la filosofía, dice: «Es un debate clásico. Precisamente su virtud está en su inutilidad, pero esto hay que entenderlo bien. Las cuestiones éticas o políticas son fundamentales y tienen una utilidad que es insuperable, necesaria para el hombre. Pero que no es tan clara como la del coche para transportarme». En esta época, en la que dos guerras —de las muchas que hay— están marcando la agenda, reflexiona: «Estudiar qué es el hombre, cómo construye vínculos con las personas, con la comunidad, ¿puede hablar algo más útil, más valioso?».

A Rodrigo le ha dado tiempo a hacer casi de todo, aunque ahora tenga «pocas horas libres», repartidas entre impartir clases y dedicar momentos a sus cinco hijos. Desde los 9 años practicaba el balonmano y llegó a jugar de manera profesional hasta alcanzar las categorías inferiores de la Selección Española, pero la alta exigencia terminó por ser incompatible con su vida universitaria. Parecía, en primer lugar, que iba a ser ingeniera. Empezó la carrera de Ingeniería Industrial, pero al año lo dejó. «Las malas notas me ayudaron. Es verdad que es una carrera muy difícil y que lo compaginaba con el balonmano, a veces entrenaba dos veces al día, pero nunca había tenido tan malas notas. Lo agradezco porque me ayudó a reconocer que no era mi vocación. Seguramente no habría sido capaz de terminarla, pero me di cuenta de que no estaba hecha para eso». Y se puso a estudiar filosofía. Quería casarse, pero espero a terminar la licenciatura. Y después, mientras veía si le daban la beca para el doctorado, hizo el máster para poder ser profesora de instituto, por si acaso en el futuro. Finalmente, tras prolongarse por el hecho de tener cinco niños, consiguió terminar su doctorado por la Universidad Complutense, que trata sobre el problema de la belleza en Hildebrand. Hoy imparte filosofía en la Universidad Eclesiástica San Dámaso, tanto a alumnos que estudian Teología como Filosofía.

Rodrigo es complutense: «tenemos arraigados el amor por Alcalá desde que nacemos», cuenta entre risas. En la ciudad de Alcalá de Henares ha crecido y está muy unida a ella, además de tener a su familia. Fue allí, en el instituto, donde comenzó su interés por la filosofía. «Especialmente los diálogos platónicos, que marcan mucho. Ese deseo de buscar la verdad. Una razonabilidad de las cuestiones morales. Todo muy enlazado con mi vida de fe. Soy católica de siempre. Siempre quise tratar de ver si esa fe era razonable», explica.

Rodrigo es el ejemplo contrario de esa separación entre ciencias y letras. Pasó de una ingeniería a filosofía. Ella hizo el bachillerato científico-tecnológico y le entusiasmaban las matemáticas y el dibujo. Aunque reconoce que ella tenía la presión por no estudiar filosofía. «Me apasionaba y disfrutaba muchísimo Filosofía, pero decía: de algo tengo que vivir. Por eso me decanté por Industriales. Pensé, me hago una carrera técnica y luego cuando tenga tiempo me dedico a la filosofía».

Sobre esas dudas que se han generado siempre acerca de la obligatoriedad o no de la asignatura de Filosofía, Rodrigo cuenta que tenía un profesor que les decía: «el tema de la filosofía siempre está en lucha». Rodrigo piensa que hay que «tratar de elaborar planes de estudios que formen verdaderamente a las nuevas generaciones, porque ellos serán quienes hagan estos planes en el futuro. Es verdad, dice Rodrigo, «que hay que buscar la forma de hacerla accesible e interesante, porque la Historia de la filosofía puede ser muy interesante. Hay que ver cómo encauzar las preguntas fundamentales del hombre para que les resulte interesante a los adolescentes. Hay que cuidar la forma en la que a veces la presentamos». Además, «cuando lees los exámenes de los alumnos de primero de carrera y ves cómo expresan las ideas, cómo articulan los argumentos, se plasma con evidencia que la filosofía es necesaria. Preguntarse por las cuestiones fundamentales forma parte de lo que somos», reflexiona.

Tener hijos, una decisión y una alegría

Rodrigo tiene cinco hijos. Admite que a veces tiene dificultades para sacar tiempo, pero compensa. «Es una carga de tiempo, de sacrificio, sí. Mucha gente me dice: ‘ay, qué valiente’. Y pienso: esto es un privilegio». Es verdad, dice Rodrigo, que en el sentido de desarrollo profesional le ha podido «suponer algún retraso». «Pero mis hijos son una alegría inmensa. Es más un privilegio que una carga». Y añade: «Es la problemática de nuestro tiempo. Te han vendido que vas a encontrar la felicidad desarrollándote tú como persona, pero ese desarrollarte tú como persona lo traducen en desarrollarte profesionalmente. Y desarrollarse como persona en el ámbito profesional es una dimensión, pero no lo es todo»